Con un show en donde primó la pulcritud y carente de mayores sorpresas, el astro mexicano de la canción romántica Luis Miguel provocó anoche un verdadero goce colectivo en un público predominantemente femenino que colmó el Campo Argentino de Polo, en el barrio porteño de Palermo, en la primera de las dos presentaciones del músico previstas en Buenos Aires.

El popular cantante optó por echar mano a todos los grandes éxitos de su extensa carrera, acompañado por una correcta banda que, al igual que él, no se salió nunca del libreto, y apeló a toda una serie de mohines, lo que bastó para despertar la locura en sus exaltadas fans.

Al igual que en su paso del martes pasado por Córdoba, y del inicio de la gira «México por siempre» con cuatro fechas en Chile, el artista mexicano combinó clásicos boleros, canciones románticas y algunas composiciones más cercanas al género conocido como pop latino, en un combo que maneja a la perfección.

Casi como si existiera un acuerdo tácito con sus seguidoras en el que no hacen falta que medien mayores palabras, Luis Miguel eludió cualquier tipo de interlocución y apostó a gestos, movimientos corporales e invitaciones a corear las canciones como forma de contacto con el público.
Incluso, el intérprete pasó gran parte del show con sobreactuados gestos de reproches a su sonidista e indicaciones a sus músicos, lo que pareció atentar contra una una performance más cálida del protagonista.

El show se extendió un poco de dos horas y rondó las 37 canciones, muchas de ellas interpretadas en forma de «enganchados», en combinaciones que jugaron con los distintos tonos del concierto.

De esta forma, pasaron clásicos de Armando Manzanero, como «Por debajo de la mesa» y «No sé tú»; los primeros hits de su carrera, cuando era apenas un ídolo juvenil, como «Directo al corazòn»; imbatibles éxitos como «Suave», «Frìa como el viento», «Tengo todo excepto a tí» y «La incondicional»; y añejos boleros como «La barca», «La mentira», «Contigo en la distancia» e «Historia de un amor», estos últimos en un set en el que sólo fue acompañado por un piano de cola.

El cantante contó con una banda conformada por dos tecladistas, un guitarrista, un bajista, un baterista, una sección de vientos con tres integrantes, y tres curvilíneas coristas femeninas, que se contoneaban de manera sincronizada.

Esta formación cumplió una prolija tarea caracterizada por el escaso ingenio a la hora de los arreglos y un excesivo control por no sobresalir en ningún pasaje por encima del gran protagonista de la noche.

Esta monotonía apenas se quebró cuando el artista mexicano extendió el final de «Tu y yo», con una suerte de scat, en donde demostró la potencia y virtuosidad de su voz, y en donde se permitió un diálogo musical con el saxofonista.

Más allá de lo que ocurriera arriba del escenario, gran parte del condimento del show parecía estar dado en la multitud, que coreaba y expresaba con gritos histéricos y expresiones cargadas de tinte sexual su amor por la figura mexicana, quien por su parte echaba leña al fuego con distintas poses.

La explosión definitiva llegó con la seguidilla final que incluyó «Será que no me amas», «Decídete», «Los muchachos de hoy», «Ahora te puedes marchar», «La chica del bikini azul», «Isabel» y «Cuando calienta el sol».

Mientras esto pasaba, las imponentes pantallas repartidas en el fondo del escenario y de los dos costados, desplegaban un festival lumínico de imágenes que se combinaban con tomas del público.

Luis Miguel volverá a presentarse esta noche en este mismo escenario, en lo que será el cierre de su paso por nuestro país.