Por Ángel Horacio Molina

Ubicada en el cuerno de África, Somalia controla el acceso al estrecho de Bab ul-Mandib por donde cruzan diariamente casi cuatro millones de barriles de petróleo. Una cobertura mediática que hace hincapié en los conflictos armados que la asolan, ha ignorado la histórica riqueza cultural de una región que se ha nutrido de las relaciones mantenidas a lo largos de los siglos tanto con el África subsahariana como con la península arábiga.

De la descolonización a la caída de Barre

El actual territorio somalí es el resultado de la unión de dos espacios coloniales: la Somaliland británica (en el Norte) y la Somalia italiana (en el Este). Sin embargo, cuando a fines del siglo XIX los países europeos acuerdan el reparto de esta parte del continente africano, los habitantes de estas regiones contaban ya con sus propios gobiernos y sus formas de organización política.

Acostumbrados a leer la historia de Asia y África a partir de los enfrentamientos entre las potencias coloniales, se suele ignorar la experiencia de los pueblos que se enfrentaron de diferentes maneras al gobierno de las metrópolis. La resistencia local frente al colonialismo europeo fue permanente en el cuerno de África, con hitos como la larga lucha de Sayyid Mohamed Abdulá al-Hassan atosigando a las fuerzas británicas durante veinte años.

Contrariamente a lo que sucedió en otros espacios del Mundo Árabe, la finalización de la Segunda Guerra Mundial y el debilitamiento de las potencias europeas, no condujo a la rápida independencia del territorio somalí. Recién en 1960, dejando los gérmenes de futuros conflictos territoriales con Etiopía, británicos e italianos acceden a otorgar la independencia a los territorios bajo su control, que de inmediato se unieron para conformar la actual República de Somalia.

Miembro de la Liga de la Juventud Somalí, principal partido político hasta 1969, Aden Abdullah Osman Daar fue el primer presidente de la Somalia independiente que accedía a este nuevo estatus en plena Guerra Fría. En 1967, Abd ur-Rashid Ali Shermarke, quien había sido anteriormente primer ministro, triunfó en las elecciones presidenciales y adoptó una política cercana a los intereses de Estados Unidos. En su asesinato en 1969 algunos analistas somalíes han visto la mano de la Unión Soviética; el inmediato golpe de estado que sucedió al magnicidio puso al general Mohammed Siad Barre en el poder que contó con el apoyo soviético hasta 1977.

Las disputas heredadas con Etiopía (aliado también de la URSS) con relación a la zona de Ogadén condujeron a la invasión somalí de 1977, dando inicio a un enfrentamiento militar entre ambos países. Desaprobando la actitud del gobierno somalí, los soviéticos cortaron la ayuda a este país para apoyar abiertamente a las fuerzas etíopes. Barre no dudó en recurrir a los Estados Unidos que le brindó importante ayuda militar a cambio de la instalación de bases norteamericanas en suelo somalí. Si bien las tropas de Somalia se retiraron para mediados de 1978, las tropas estadounidenses se mantuvieron en el país y la disputa territorial con Etiopía no se resolvería sino una década más tarde.

A pesar da la prohibición de los partidos políticos y de la represión a los grupos opositores, para fines de la década del ochenta un abanico de organizaciones políticas, algunas de ellas armadas, se oponían abiertamente a Barre quien, en 1991, fue finalmente derrocado.

Fragmentación e intervención extranjera

La caída de Barre dio inicio a un proceso de fragmentación político territorial en el que organizaciones políticas y líderes tribales se hicieron con el control de diferentes zonas del país: el Movimiento Patriótico somalí controlaba el Sur, el Movimiento Nacional somalí el Norte y el Congreso de Unidad somalí la Capital.

Mientras el Movimiento Nacional somalí declaraba la independencia de Somalilandia (la antigua Somalia británica), el Congreso de Unidad somalí se dividía en facciones que lucharán por el control de la capital y el gobierno del fracturado país y el noreste avanzaba hacia un proceso de autonomía que se concretaría en 1998 con el establecimiento de facto del gobierno autónomo de Puntlandia.

Los Estados Unidos encabezaron, en 1992, una operación militar (con el aval de la ONU) con la excusa de brindar seguridad a las acciones de Naciones Unidas, en el país que terminó señalando las enormes deficiencias militares norteamericanas y exponiendo los abusos cometidos por esta fuerza multinacional contra la población civil. Para finales del siglo XX, Somalia se encontraba dividida en Somalilandia (noroeste), Puntlandia (este), y el sur sumergido en un enfrentamiento entre distintos líderes tribales conocidos como “señores de la guerra”. A instancias de la Unión Africana y los Estados Unidos, en el 2000 se constituye el Gobierno Federal de Transición (GFT) que lejos estaba de ejercer un control real del territorio.

En ese contexto de absoluta anarquía surge en el sur en 2004 la Unión de Tribunales Islámicos (UTI) que logra vencer a los “señores de la guerra” y expulsarlos de la capital en 2006. La UTI consiguió la relativa estabilidad que no había podido garantizar el GFT. La reacción de parte del GFT fue conformar, junto a los “señores de la guerra”, una alianza para combatir a la UTI denominada “Alianza para la Restauración de la Paz y el Contra-Terrorismo” que contó con el apoyo de Etiopía y los Estados Unido. Las fuerzas armadas etíopes ingresaron a territorio somalí en 2006 y, junto a la aviación norteamericana, forzaron la retirada y posterior disolución de la UTI.

Sin embargo, buena parte del ala militar de la UTI conocida como As-Shabaab continuó su lucha tanto contra las fuerzas extranjeras como contra el GFT. La coalición militar que respaldó a este último obligó al repliegue de las fuerzas de As-Shabaab que siguió controlando la mayor parte del sur por lo menos hasta el 2019.

Reunificación con gobierno débil

Con la capital todavía rodeada por fuerzas de As-Shabaab, en el 2017 se realizaron elecciones presidenciales que apuntaban a devolver gradualmente cierto orden institucional al país a pesar de las limitaciones que suponían la fragmentación y el intermitente control que el gobierno tenía sobre el territorio. Aquellos comicios y los que se esperan para el presente año no suponen la elección directa del presidente sino que éste es elegido por parlamentarios designados, a su vez, por delegados de los diferentes clanes.

En este contexto, la retirada de la casi totalidad de las tropas estadounidenses de Somalia debe tomarse con cautela. Durante el gobierno de Trump, tal como sucedía bajo la anterior administración demócrata, nunca cesaron los bombardeos norteamericanos contra zonas supuestamente controladas por As-Shabaab pero que, como confirmaran las propias organizaciones somalíes de defensa de los derechos humanos, afectaron fundamentalmente a la población civil y a la infraestructura del país. Sólo en el 2020 Estados Unidos realizó 47 ataques aéreos en Somalia, la mayoría de ellos desde bases ubicadas fuera del territorio somalí, por lo que resulta improbable que los mismos se detengan tras la salida de las tropas apostadas en el país.

Mutilado en el norte, debilitado y dependiente del apoyo militar y político extranjero, Somalia se encuentra lejos de ser un estado medianamente soberano aun cuando el nuevo gobierno consiga avanzar hacia la estabilidad y la reunificación parcial del territorio.