Al día de hoy y entre los países en vías de desarrollo, Brasil tiene el mayor número de casos confirmados de Covid-19.

El registro oficial ya merodea los 110.000 contagios, lo que significa una proporción altísima si se tiene en cuenta el bajo nivel de testeos, que es allí apenas de 1.600 por cada millón de personas.

El pasado 3 de mayo la Universidad de São Paulo publicó un estudio en el que se calcula que los casos brasileños desde el comienzo de la epidemia podrían alcanzar la apabullante cifra de 1.6 millones, la más alta en el mundo (Estados Unidos está cerca de 1.2 millones de casos registrados, en un país de 330 millones de habitantes).

Según dijo el doctor Domingo Alves, del Laboratorio de Inteligencia de la Salud de la Escuela de Medicina de la Universidad de Sao Paulo, que llevó a cabo el estudio académico, “Brasil es ya el epicentro mundial del coronavirus”.

Por su parte, Edmar Santos, el Secretario de Salud del tercer estado más poblado de Brasil, Rio de Janeiro, advirtió la semana pasada que se aproxima un gran aumento de las muertes en el país, que se va a parecer a lo que pasó en Italia, España y en Estados Unidos, entre las próximas tres o cuatro semanas.

A esta altura, todo el espectro mortuorio ya empieza a mostrar signos de deterioro: las morgues de la ciudad ya están en crisis, la lista de espera para una cama en las unidades de cuidado intensivo para tratamiento de coronavirus es de 360 pacientes en el mencionado estado, según informó.

Hasta el lunes 4 de mayo, no había camas disponibles con personal idóneo para tratar pacientes de Covid-19 en todo el sistema de salud pública de la capital del estado, Rio de Janeiro. La ciudad (con una población de más de 6.7 millones de habitantes) aguarda para poder disponer de 500 camas en un hospital de campo, mientras reclama para contratar más personal de salud profesional y a la espera de la llegada de equipo médico de China esta semana.

Otro tanto de horror se ha vivido en Manaos, la capital del estado Amazonas, donde la situación empeora cada día. Los cuerpos sin vida se entierran en fosas comunes en masa, a raíz de la realización de más de cien sepelios por encima del promedio diario de muertes antes de que azotara la Covid-19 y los ataúdes se están agotando. El alcalde Arthur Virgilio instó en forma urgente al gobierno federal para que envíen más ataúdes la semana pasada. Además, Virgilio fatiga los teléfonos móviles de sus colegas alcaldes y gobernadores para que hagan lo que él no hizo: convencer a la gente de que se quede en la casa.

El alcalde se lanzó en críticas contra el Presidente Jair Bolsonaro, quien está exigiendo a los estados que anulen sus restricciones a las actividades públicas a nombre de la “libertad”. Virgilio le dijo al diario londinense The Guardian que Bolsonaro “ofrece libertad, pero es una libertad falsa que puede representar una especie de genocidio”.

Por lo pronto, el mandatario brasileño ha endurecido su posición de continuar con un plan de “inmunidad del rebaño”, y despidió al Ministro de Salud hace dos semanas, porque éste insistía en que se adoptaran medidas urgentes para atender a la salud pública. Cuando le preguntaron a Bolsonaro la semana pasada qué pensaba de que el registro oficial de muertos ya pasa la marca de los 5.000, respondió: ¿Y a mí qué?… ¿Qué quieren que haga? Yo soy un mesías pero no hago milagros”. El video con sus declaraciones se hizo viral al poco rato, y su popularidad cayó por debajo del 30% por primera vez.

La catástrofe en marcha en Brasil ha abierto las puertas a la desintegración del gobierno, de un modo que parecen poder controlar desde el Palacio Planalto, y como es de esperarse, todas las fuerzas políticas del país están al acecho, tanto las patrióticas brasileñas como las fuerzas anglófilas de la casta dominante aliadas a los británicos, que tratan de tomar posición para tomar el control en la medida que se desenvuelve el caos.

Un grupo militar del gabinete de gobierno anunció un programa de infraestructura para reconstruir al país el 24 de abril, pero el hombre de Wall Street en el Gobierno, el ministro de Finanzas, Paulo Guedes, se opuso al proyecto. Al mismo tiempo, el principal agente clave de Londres y de las rede corruptas del Departamento de Justicia de Estados Unidos, el ministro de justicia, Sergio Moro, que como juez llevó el caso de “Lava Jato” dizque contra la corrupción, renunció y empezó a hacerle la guerra a Bolsonaro por “corrupción”, una maniobra que todo mundo ve como “las ratas que abandonan el barco que se hunde” en busca de una mejor ubicación.