MARTES, 26 DE NOV

Japón frente al envejecimiento de los «hikikomori», aislados de la sociedad

Tiene 55 años, solo sale de su casa cada tres días para comprar comida, evita a los repartidores y no ha visto a sus padres ni a su hermano en 20 años. En Japón, este fenómeno tiene un nombre, los "hikikomori".

Tiene 55 años, solo sale de su casa cada tres días para comprar comida, evita a los repartidores y no ha visto a sus padres ni a su hermano en 20 años. En Japón, este fenómeno tiene un nombre, los «hikikomori».

El movimiento se expandió en los años 1990 pero ha adoptado una nueva dimensión con el envejecimiento de sus cientos de miles de ermitaños.

En la actualidad, solo los menores de 39 años están censados en las estadísticas oficiales, que calculan hay un poco más de medio millón de ellos, según el último estudio del gobierno sobre el tema, publicado en 2016.

Para gestionar mejor la envergadura del problema, las autoridades decidieron llevar a cabo este año la primera encuesta nacional de los «hikikomori» de entre 40 y 59 años.

Presión insoportable

Ikeida -nombre ficticio- encaja en esta categoría específica de «hikikomori», un término que designa a toda persona que se queda encerrada en su casa durante más de seis meses sin ir al colegio, al trabajo y que limita sus contactos humanos a sus familiares.

La duración del aislamiento es cada vez más larga: en el estudio de 2016, más de un tercio de las personas interrogadas afirmaban llevar más de siete meses aisladas de la sociedad, contra el 16,9% de 2009.

Ikeida se graduó en una prestigiosa universidad de Tokio y en los años 1980, en plena burbuja económica, le ofrecieron trabajo en varias empresas importantes.

«Fui a una buena universidad, como deseaban mis padres y me esforcé en adaptarme» a la sociedad japonesa, explica a la AFP.

«Pero cuando tuve esas propuestas de trabajo, me di cuenta de que toda mi vida estaría obligado a conformarme [a la sociedad] y sentí desesperación», cuenta. «No podía llevar traje. Tenía la impresión de que mi corazón se había roto».

Incapaz de soportar esta presión, tomó la decisión de encerrarse en su habitación. Eso fue hace tres décadas, y prácticamente no ha alterado su estilo de vida desde entonces.

Vejaciones

¿Por qué uno se convierte en «hikikomori»? El fenómeno sigue siendo un enigma en gran medida, pero los entrevistados suelen explicar que vivieron relaciones difíciles en la escuela o en el mundo profesional, o que no lograron encontrar empleo.

«Lo que sabemos es que les hicieron daño. Padecieron vejaciones o tuvieron problemas en sus relaciones laborales», indica Kayo Ikeda, psicóloga clínica al cargo de un grupo de asesoría para padres.

Ikeida pasa la mayor parte del tiempo en el ordenador, escribiendo un blog y artículos sobre el tema. Ahí describe cómo su madre le golpeaba si no era suficientemente bueno en sus estudio y cómo lo sometía a una fuerte presión psicológica.

Si bien él cortó el contacto con su familia, numerosos «hikikomori» siguen viviendo en casa de sus padres, lo que los deja en una posición muy difícil, tanto financiera como emocionalmente.

«Las familias de hikikomori sienten una gran vergüenza. Esconden su situación y se aíslan» también, incapaces de pedir ayuda, cuenta Rika Ueda, que trabaja para una asociación de padres.

«Creo que esas circunstancias contribuyen a prolongar los periodos de reclusión», añade.

Muerte solitaria 

Desde los años 2010, el gobierno dedica un presupuesto a este problema, para intentar resolverlo. El ministro de Salud solicitó créditos de 2.530 millones de yenes (20 millones de euros) para el próximo ejercicio, que empieza en abril, para ayudar a los «hikikomori» a encontrar un puesto de trabajo adaptado a su situación.

Se deben buscar soluciones por diferentes vías, señalan los expertos, que lamentan la rigidez de la sociedad japonesa y del sistema educativo.

Ikeida vive de las ayudas sociales y de la escritura de sus artículos. Sumido en la angustia, desea ardientemente restablecerse, por lo que le pidió a sus padres que le acompañaran a un psiquiatra, pero estos se negaron.

«Quiero que la sociedad entienda que no estamos locos», defiende.

Su mayor miedo: morir solo, otro fenómeno que tiene nombre, «kodokushi», en un archipiélago envejecido y con escasez de niños.

«No quiero morir de esta forma. No quiero que me encuentren podrido. ¿Quizá debería solicitar más visitas de los servicios de salud? Pero, al mismo tiempo, no quiero…», comenta. «¡Es un sentimiento tan contradictorio!».

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