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Jair Bolsonaro fue durante casi tres décadas un diputado irrelevante de Brasil, pero su apología de la mano dura tiene a este ex capitán del Ejército a un paso de convertirse en el presidente de un país que parece haber encontrado en su discurso misógino, homófobo y racista el consuelo a su descontento.

Así se lo demostró el 7 de octubre, cuando estuvo a punto de darle la victoria en la primera vuelta con un 46% de los votos, además de la segunda mayor representación en la Cámara de Diputados.

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Los últimos sondeos dan a Bolsonaro, quien rozó la muerte hace menos de dos meses al ser apuñalado en un mitin, un 59% de apoyos frente al 41% de su rival de izquierda Fernando Haddad.

«Estamos con una mano en la banda [presidencial]. No nos va a sacar 18 millones de votos de aquí a dos domingos», afirmó exultante el ultraderechista de 63 años hace unos días.

A menudo apodado el Donald Trump brasileño -de quien es admirador-, este defensor de la familia tradicional, de Dios y del porte de armas ha impulsado su campaña a través de las redes sociales, con un discurso antisistema en un país en profunda crisis política, económica y de seguridad.

Nostálgico declarado del régimen militar (1964-1985), Bolsonaro llegó a afirmar hace dos años que «el error de la dictadura fue torturar y no matar», aunque ahora, en el umbral del poder, rebajó el tono y aseguró que pretende gobernar «con autoridad, pero sin autoritarismo».

Superviviente

Bolsonaro se hizo mucho más conocido por su retórica inflamada que por sus 27 años como diputado, en los que logró aprobar apenas dos proyectos.

A comienzos de septiembre estuvo a punto de morir cuando un desequilibrado le asestó una puñalada en el abdomen en un mitin en Minas Gerais. El ataque le llevó tres semanas al hospital, pero no lo apartó de internet, aumentando sustancialmente su ventaja en las encuestas sobre Haddad.

Fortalecido tras el arrasador primer turno, mantuvo la estrategia ya de regreso a su casa de Rio y rechazó acudir a todos los debates con su rival, redoblando su ofensiva en las redes sociales, donde suma millones de seguidores.

Bolsonaro tiene «una trayectoria impresionante, pasó de ser un político del bajo clero [diputados que no deciden cuestiones importantes] a lograr ese ascenso», valoró Michael Mohallem, politólogo de la Fundación Getúlio Vargas (FGV).

Nacido en 1955 en Campinas, cerca de Sao Paulo, en una familia de origen italiano, este antiguo paracaidista forjó su carrera principalmente en Rio de Janeiro, donde fue elegido concejal en 1988 y obtuvo su primera banca como diputado federal dos años después.

Católico, tiene cinco hijos de dos matrimonios: cuatro varones -tres de ellos dedicados a la política- y una niña, que según dijo en una ocasión significó «una debilidad» de sus capacidades.

Machismo y homofobia

Aquella no fue su primera declaración machista. En 2003, Bolsonaro le dijo a una diputada de izquierda, que lo acusaba de incentivar las violaciones, que «no merecería ser violada». Más tarde explicó al diario Zero Hora: «No merecería ser violada porque es muy mala, muy fea».

Cientos de miles de mujeres se manifestaron el 29 de septiembre en varias ciudades, al grito de «Él no», pero no fue suficiente para frenar su ascenso.

También hicieron correr tinta sus declaraciones homofóbicas. En una entrevista con la revista Playboy, en 2011, dijo que preferiría que sus hijos «muriesen en un accidente» a que sean homosexuales.

Con el Palacio de Planalto más cerca, Bolsonaro intentó suavizar su imagen mostrando un perfil más amable, como en la publicidad electoral en la que se emocionaba al confesar que revirtió su vasectomía para tener a su hija Laura.

«No soy de extrema derecha. Señáleme un acto mío que sea de extrema derecha», retó tras la primera vuelta.

Para sus más ardientes partidarios es simplemente «el mito» y lo ven como un «salvador de la patria».

En un país saturado por los escándalos de corrupción y con altos índices de violencia y desempleo, su discurso «antisistema» encontró respaldo en las más diversas camadas sociales, y su postulación a través del minoritario Partido Social Liberal (PSL), al que se afilió este año, le ayudó a deslindar su imagen de los grandes escándalos.

Venció además las reticencias de los mercados, anunciando que en caso de victoria nombraría ministro de Hacienda al economista Paulo Guedes, un partidario de las privatizaciones y de medidas de austeridad para sanear las cuentas públicas.

Y su último golpe maestro fue conquistar a la poderosa bancada del agronegocio en el Congreso y a los líderes de las iglesias evangélicas, que lo vieron como la mejor alternativa para evitar el retorno de la izquierda.