El jefe de Hamas, Ismail Haniyeh, en el funeral de militantes que murieron en el fuego de un tanque israelí, en julio de 2018. Foto: Mohammed Salem / Reuters.

 

Por Ángel Horacio Molina

El Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás), surgido oficialmente durante la primera Intifada en 1987,  se reconoció como una expresión de la emblemática organización egipcia la Hermandad Musulmana que, desde su fundación en 1928, consiguió proyectarse políticamente en numerosos países árabes.  La Carta fundacional de Hamás de 1988 planteaba en términos religiosos el conflicto contra el Estado de Israel y convocaba a la articulación de tres esferas (palestina, árabe e islámica) para conseguir la expulsión del ocupante.

Pero, lejos de las caracterizaciones estereotipadas relacionadas con el concepto de “islam político”, Hamás se ha mostrado como un movimiento dinámico capaz de replantear sus propias estrategias, atendiendo a los aciertos y errores que reconoció durante estas más de tres décadas de existencia.

Una de las expresiones de la resistencia islámica

Junto con la organización “Yihad islámica” (fundada en 1981, también en la Franja de Gaza), Hamás es una de las expresiones más importantes de las fuerzas político-militares de la resistencia palestina en clave islámica. A diferencia del nacionalismo laico de Al-Fatah o del socialismo panarabista del Frente Popular  para la Liberación de Palestina, Yihad y Hamás apelan a la obligación de los musulmanes de combatir a la opresión y convocan a la liberación de las tierras del Islam, enfatizando el carácter sagrado de la Mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén (el tercer lugar en importancia para el Islam, luego de Meca y Medina).

A pesar de que ambas organizaciones son sunnitas, han sabido tejer excelentes relaciones con países y organizaciones relacionadas con otras ramas del Islam. Yihad, desde su fundación y bajo la dirección de Fathi ash-Shaqaqi, mantiene una fluida y duradera relación con la República Islámica de Irán (shiíta), mientas Hamás hizo lo propio con Turquía, Qatar, Siria e Irán, por lo menos hasta el estallido de las llamadas “primaveras árabes” en 2011.

Con el  establecimiento en Damasco de Musa Muhammad Abu Marzook y Jalid Mash’al, máximos referentes de Hamas en el exilio, en 2001 Siria consiguió referenciarse como el “protector” de un amplio espectro de grupos palestinos contrarios a la Autoridad Nacional Palestina, que ideológicamente iban desde el socialismo del FPLP hasta el Islam militante de Hamás. El movimiento palestino se sumó entonces a lo que se conoció como el  “Eje de la Resistencia” que incluía también al Hizbullah libanés.

El triunfo de Hamás en las últimas elecciones palestinas de 2006 fue recibido con euforia por Siria e Irán, y confirmó a los ojos del presidente sirio, Bashar Al Asad, la necesidad de garantizar el apoyo al movimiento, a pesar de que en Siria la Hermandad Musulmana local estaba proscripta y de las buenas relaciones de Hamás con las monarquías árabes.

Siria y las “primaveras árabes”

Cuando a principios de 2011 una ola de revueltas sacudió al Mundo Árabe y se abrieron algunos canales institucionales de participación política, un conjunto de organizaciones vinculadas ideológicamente con la Hermandad Musulmana se encontró de repente con escenarios que les permitía capitalizar el descontento contra los gobiernos que los habían proscripto, aprovechando además su contacto con las bases a partir de las redes de asistencia social construidas a lo largo de  años de trabajo.

La llegada al poder en Túnez del partido An Nahda en 2011 y el triunfo del Muhammad Mursi en las elecciones presidenciales egipcias en 2012 contribuyeron a fortalecer la lectura optimista de las organizaciones tributarias de la Hermandad Musulmana en todo el Mundo Árabe. El gobierno de Mursi rápidamente manifestó su solidaridad para con Hamás invitando a la capital egipcia, en julio de 2012, al Primer Ministro del gobierno gazatí, Ismail Haniyeh, y al líder del movimiento Jalid Mash’al.

Para cuando Mursi asumió la presidencia, los acontecimientos en Siria se habían precipitado, dando lugar a un conflicto que involucró a distintos actores locales y foráneos. Las fuerzas palestinas de resistencia tomaron posiciones diversas en el conflicto abierto en el corazón del país árabe, desde el claro respaldo del Frente Popular para la Liberación de Palestina- Comando General (FPLP-CG) al gobierno sirio hasta el apoyo del Movimiento de Resistencia islámica (Hamas) a los “rebeldes”, pasando por la cautela de la Autoridad Nacional Palestina y la tibia condena del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) a la intromisión extranjera.

Con el apoyo de Turquía y Qatar, el Egipto de Mursi se ubicó tempranamente entre los enemigos del gobierno sirio y permitió que el discurso sectario se expandiera en la población egipcia acompañando en clave religiosa su postura con relación al conflicto en Siria. A partir de las previsiones y posicionamientos de sus aliados regionales (Turquía, Egipto y Qatar), la dirigencia de Hamás creyó inminente la caída del gobierno de Bashar Al Asad tras los levantamientos de 2011. La ruptura se materializó finalmente en 2012 año con la salida de Jalid Mash’al  y de Musa Muhammad Abu Marzook de Siria y el alineamiento de Hamás con el eje Egipto, Qatar y Turquía.

Sin embargo, para 2013 el escenario era ya completamente diferentes: por un lado, la participación de Hizbullah, fuerzas de elite iraníes y Rusia en el conflicto sirio le permitieron al gobierno recuperar terreno y empezar a inclinar la balanza a su favor; y, por el otro, en lo que sería el golpe más duro para Hamás, un golpe de estado había sacado a Mursi del poder en Egipto.

Hacia un gobierno palestino unificado

El brutal ataque israelí contra Gaza en 2014 demostró a Hamás que el la mayor parte de los países árabes no estaban dispuesto a apoyarlos política o militarmente y que Turquía, de hecho, había empezado a restablecer sus tradicionales buenas relaciones con Israel.  La “compensación” árabe sunita por abandonar el “Eje de la Resistencia” nunca llegó y la dirección de Hamás vio la necesidad de reestablecer las viejas alianzas. El propio Jalid Mash’al reconoció en 2016 que la dirigencia del movimiento realizó una lectura equivocada de los acontecimientos regionales.

Para los referentes de Hamás, durante  las “primaveras árabes” la cuestión palestina había sido desplazada a un segundo plano en las agendas políticas de la región y eso requería una respuesta unificada de las organizaciones palestinas. Con el fin de saldar el largo enfrentamiento con Al-Fatah  a través de instancias políticas y avanzar hacia la construcción de un frente nacional unificado, Hamás emitió en 2017 un documento sobre principios y políticas presentándose como un movimiento de liberación nacional, negando el carácter religioso del conflicto,  enfatizando el carácter colonial del proyecto sionista y estableciendo la posibilidad de pensar un estado palestino reducido a los territorios ocupados por Israel 1967.

Este desplazamiento de la causa palestina que la dirigencia de Hamas vio durante las “primaveras árabes”, junto a la pérdida de aliados claves en la región, ha hecho que Hamas celebrara el anuncio de Mahmud Abbas de convocar a elecciones para mayo y julio de este año con el fin de avanzar en un proceso de unidad nacional que permita contrarrestar el intento de reducir las demandas palestinas a una mera cuestión de derechos civiles dentro de Israel.