La líder de Hong Kong, Carrie Lam, se disculpó hoy ante la comunidad islámica de la ciudad después de que la policía rociara ayer con un camión antidisturbios de líquido azul una icónica mezquita, en medio de otra masiva protesta antigubernamental que se realizó pese a no estar autorizada.

La política visitó la mezquita de Kowloon por la mañana, acompañada por el jefe de la policía, Stephen Lo, y se reunió con varios líderes de la comunidad musulmana local para examinar la acción policial.

Tras la reunión, los líderes de la comunidad dijeron a los periodistas que los dos funcionarios del gobierno describieron la acción policial como un «accidente».

Esta fue la primera vez que la comunidad islámica de Hong Kong, que consta de unos 300.000 musulmanes (incluidos 150.000 indonesios y 30.000 paquistaníes), se vio afectada por el movimiento de protesta antigubernamental que dura ya varios meses y que tiene sumida a la ciudad semiautónoma en una severa crisis política.

La puerta y los escalones del complejo blanco de 170 años fueron manchados con un tinte azul brillante y varias personas resultaron heridas.

«Creo que la policía es muy consciente de que somos una comunidad muy pacífica aquí. No había razón para que vinieran aquí y dañaran la mezquita», expresó en rueda de prensa Zoheir Tyebkhan, presidente de los Fideicomisarios Incorporados del Fondo de la Comunidad Islámica en Hong Kong.

El hecho se produjo anoche, cuando decenas de miles de manifestantes se presentaron a una manifestación antigubernamental no aprobada por la policía, refirió la agencia de noticias EFE.

Antes de la protesta, activistas en favor de la democracia habían señalado que no vandalizarían la mezquita de Kowloon, a pesar de que algunos sugirieron hacerlo como un acto vengativo después de que un destacado activista fuera atacado el pasado miércoles por un grupo de sudasiáticos.

Aunque Lam retiró formalmente a principios de septiembre una controvertida propuesta del gobierno sobre la extradición de Hong Kong a China continental que provocó el conflicto, los manifestantes se niegan a detener lo que consideran una lucha por una mayor democracia y contra la creciente invasión de Beijing a sus libertades civiles.