Un intento de uno de los dos primeros ministros rivales de Libia de establecer su Gobierno en la ciudad de Trípoli desató este martes intensos combates entre milicias que obligaron al premier a abandonar la capital.

Libia se encuentra a la deriva desde que una rebelión islamista apoyada por la OTAN terminó en el asesinato de su ex líder Muammar Kaddafi en 2011, un magnicidio impune que se siguió de fuertes crisis políticas y fue el inicio de un largo conflicto armado.

Asesinado Kaddafi, el país pronto quedó con dos gobiernos enfrentados, uno controlado por milicias islamistas con sede en Trípoli, en el oeste de Libia, y otro formado en la oriental ciudad de Bengazi y respaldado por Jalifa Hafter, un militar antiislamista.

Luego de un fallido acuerdo político auspiciado por la ONU, los dos gobiernos han vuelto a competir por el poder desde febrero: uno nombrado en Bengazi dirigido por el primer ministro Fathi Bachagha, y otro en Trípoli encabezado por el empresario Abdelhamid Dbeibah.

La oficina de Bachagha dijo que el premier arribó este martes a Trípoli con varios de sus ministros, tres meses después de que fuera nombrado por el Parlamento de Bengazi al frente de un Gobierno interino.

Se esperaba que su llegada alimentara las tensiones entre los Gobiernos paralelos, y por la mañana estallaron fuertes enfrentamientos entre milicias que apoyan a uno y a otro en el centro y en otras partes de Trípoli, informó la agencia de noticias AFP.

Horas después, la oficina de Bachagha dijo que él y sus ministros habían «dejado Trípoli para preservar la seguridad (…) de los ciudadanos».

No hubo comentarios del Gobierno del primer ministro Dbeibah.

La consejera especial del secretario general de la ONU para Libia, Stephanie Williams, pidió «moderación» a través de Twitter e insistió «en la necesidad absoluta de abstenerse de cualquier acción provocativa».

La embajada estadounidense en Trípoli mostró su preocupación por «los enfrentamientos armados» y recordó a las partes que «tomar o conservar el poder por la violencia no hará más que perjudicar al pueblo libio».

El jefe de la diplomacia de la Unión Europea, Josep Borrell, habló de una situación «muy grave», pero no sorprendente: «En Libia no tenemos elecciones, pero tenemos dos gobiernos (…) Tarde o temprano cuando hay dos gobiernos, se enfrentan».

Más de diez años después de la rebelión contra Kaddafi, este enorme país norafricano de apenas 7 millones de habitantes sigue minado por la inseguridad, y la anarquía lo ha convertido en punto de salida hacia las costas de Europa de decenas de miles de migrantes clandestinos al año.

En febrero, el Parlamento de Bengazi país designó a Bachagha al frente de un nuevo Ejecutivo con el respaldo del mariscal Haftar, un militar que sirvió a Kaddafi pero luego de enfrentó con él, cuyas tropas trataron de conquistar la capital en 2019.

Pero Bachagha no ha conseguido hasta ahora apartar al Ejecutivo dirigido por Dbeibah, que ha afirmado en varias ocasiones que solo entregará el poder a un gobierno electo.

Constituido a principios de 2020 en virtud del acuerdo mediado por la ONU, el Gobierno de Dbeibah tenía como principal misión la organización de elecciones legislativas y presidenciales en diciembre de 2021 sobre las que la comunidad internacional confiaba estabilizar el país.

Pero las querellas constantes entre los caciques políticos locales llevaron a su aplazamiento de forma indefinida. Para los rivales políticos de Dbeibah, eso supuso el fin de su mandato.

La producción petrolera, principal fuente de ingresos de Libia, es rehén de la situación política, con una ola de cierres forzados de los campos petroleros.

Considerados cercanos al bando del este, los grupos en el origen de estos bloqueos reclaman la entrega del poder a Bachagha y un mejor reparto de los ingresos del sector.

La producción ha caído a unos 600.000 barriles diarios, la mitad de la media diaria.