Todavía no jura como presidente y Donald Trump, en su inusitada fase de transición hiperactiva que ha dejado perpleja a la saliente administración, ha abierto dos frentes incandescentes: uno, contra el acuerdo nuclear con Irán –poco publicitado, pero no menos ominoso–, y otro, con China, de carácter geoestratégico trascendental.

Esto lo pone en su portal el diario mejicano La Jornada, espacio en el cual dice que la llamada a Trump de TsaiIng-wen, presidenta de Taiwán, duró 10 minutos, pero causó un torbellino en Asia: en uno de los tres polos principales del (des)orden global, con reacciones de subinterpretación del vicepresidente Mike Pence, de su jefa de prensa, Kellyanne Conway, y de Paul Ryan, líder de la bancada del Partido Republicano, quienes intentan todavía calmar la tempestad.

Dice más adelante jornada.unam.mx, que el equipo íntimo de Trump –proclive a la confrontación– y el núcleo del Partido Republicano –más dúctil– están fracturados para lidiar con China, cuyos posicionamiento y ascenso los tiene mareados.

Reince Priebus, hoy jefe de gabinete de Trump y anterior líder del Comité Nacional del Partido Republicano, se había reunido en Taiwán con la amazona Tsai en octubre, lo cual abona a la teoría de la unción de Trump por el Deep State.

“Fanfarronerías”

Los alcances de las “fanfarronerías” de Trump tienen como límite su acercamiento con Vladimir Putin, quien mantiene simultáneamente excelentes relaciones con el mandarín Xi y ha alabado la inteligencia de su homólogo estadounidense. Nadie más que el presidente ruso –analiza el portal- está consciente de los límites del otrora mundo unipolar que se ha derrumbado cuando “el mundo está recuperando su equilibrio de poder global.

De no ser por la masiva venta de armas de Estados Unidos (EU), Taiwán –casi 36 mil kilómetros cuadrados, más de 23 millones de habitantes y poco más de un billón de PIB– sería fácilmente digerible por el dragón chino: 9.6 millones de kilómetros cuadrados, casi mil 400 millones de habitantes y casi 20 billones de PIB. Además, China cuenta con 260 bombas nucleares de las que carece Taiwán.

¿Desea Trump convertir la isla de Taiwán en un nuevo Israel o en la Cuba de 1962?, se pregunta el periodista Alfredo Jalife, autor de la nota. Y agrega una más: ¿A qué juego suicida se presta Taiwán que sólo sirve impúdicamente de carne de cañón y/o de carta desechable de negociación en el casino geopolítico de Trump, como ya antes la vendieron Kissinger y Nixon en 1971/72 con el célebre Comunicado de Shanghai?

El papel de Kissigner

Kissinger organizó en 1971 la visita de Nixon un año después a China para el restablecimiento de relaciones en 1979, un año posterior de que el anterior mandarín Deng Xiaoping entrara al juego mercantilista global, que le proveyó EU como parte del acuerdo contra la ex URSS.

Dos días después de la provocadora llamada, Trump profundizó los ataques sinófobos en dos feroces tuits, mientras Kissinger se encontraba en Pekín en una reunión con el mandarín Xi. De regreso a EE.UU., Kissinger, a sus 93 años –lo cual denota la orfandad de una nueva camada de geoestrategas en Washington–, puso de relieve la gran ecuanimidad de la reacción china y ayer se aprestaba a reunirse con Trump para diluir su embriagante vino con China.

Si la reacción oficial de la diplomacia china ha sido prudente –poniendo de relieve la inexperiencia de Trump y su toma de posesión oficial el fatídico 20 de enero–, la réplica de Global Times, portavoz oficioso del Partido Comunista Chino, ha sido cáustica: Trump desea tratar a China como una pierna suculenta de cordero, para recortar sus rebanadas egoístas al antojo: ¡Olvídenlo!.

El rotativo exhorta a que China debe adaptarse a los cambios, incluyendo la nueva dinámica en las relaciones con EE.UU. cuando Trump sobrestima el poder de su país y desea revivir su economía, pero sabe que su país no es tan competitivo como solía ser y trata de saquear (sic) a otros países para la prosperidad de EU: busca destrozar el presente orden económico mundial y reconfigurar el orden mundial para su único beneficio unilateral.

¿Coqueteo?

En Rusia ya están preparados al coqueteo de Trump con Putin, únicamente confinado a un G-2, sin China. ¡Tremenda aberración geoestratégica!. La complementariedad entre Rusia y China está muy avanzada y será muy difícil de desactivar, como pretenden los ilusos geoestrategas de EU, el octogenario Brzezinski y el nonagenario Kissinger: el primero, nostálgico de 1989, cuando los muyahidines expulsaron a la URSS de Afganistán –lo cual repercutió en la caída del muro de Berlín y luego en la balcanización del imperio soviético dos años más tarde–, y el segundo, triangulando de nueva cuenta y en forma astuta con China para sacarla de su alianza con la nueva Rusia.

Más allá de los mitos sobre la ignorancia sobre dimensionada de Trump en política exterior, los geoestrategas de verdad tienen muy claro el funcionamiento del orden mundial global, como formuló el mismo Trump en su ya célebre discurso en abril pasado.

Sputnik, una semana antes de las actividades tuiteras de Trump, había adelantado que el magnate de inmobiliarias y casinos, como buen apostador y bluffista, intentaría meter una cuña entre Rusia y China, lo cual sería un “imperativo de su política exterior”.

Contra su costumbre “pugnaz”, un editorial del Financial Times, portavoz de los globalistas financieristas, fustiga la peligrosa provocación de Trump sobre Taiwán y aconseja que el presidente electo debe tranquilizarse (sic) antes de colocar a EU en una vía confrontativa que puede ser contraproducente.

China no se quedará con los brazos cruzados, menos ahora que cuenta con una asociación estratégica con Rusia.

Las bravatas de Trump pueden funcionar con países bananeros, pero no con orgullosas naciones, como Irán y China, que ostentan grandiosas civilizaciones milenarias cuando todavía EU, país de reciente formación, no existía en el radar histórico.

Dice finalmente el artículo del periódico mejicano: Trump huye hacia adelante: la decadencia de Estados Unidos es irremediable.