El nuevo primer ministro de Australia, Scott Morrison, prometió, al comenzar su gestión, un gobierno estable. Pero no tuvo un buen comienzo, porque el viernes al cabo de una semana turbulenta que vio la destitución de su predecesor, la renuncia de trece ministros y el cierre del Parlamento durante una tarde, tendrá que enfrentarse a varios desafíos.

Legisladores del propio partido gobernante obligaron al primer ministro Malcolm Turnbull a renunciar porque, dijeron, la mayoría le había perdido la confianza. Turnbull es el cuarto mandatario destituido por su partido desde 2010, en un período de inestabilidad política que enfurece a la mayoría de los australianos.

Tras la crisis desatada el martes, un total de trece legisladores han renunciado a puestos ministeriales. Australia tiene previsto celebrar elecciones generales en 2019, aunque algunos analistas consideran que podrían adelantarse.

Morrison tomó distancia del alboroto al asegurar que no fue parte de la campaña encabezada por su correligionario Peter Dutton para destituir a Turnbull a lo largo de cuatro caóticas jornadas, provocada por un enfrentamiento entre la ultraderecha y los moderados del partido.

«Proporcionaremos la estabilidad y la unidad y el liderazgo y la resolución que el pueblo australiano espera de nosotros», dijo Morrison a la prensa.

«La tarea de gobierno continúa. Quiero asegurar a todos los australianos que las ruedas normales están girando», añadió.

La guerra civil política provocó consternación en un empresariado e industria que aguardan cruciales reformas energéticas e impositivas. Además, avergüenza a una nación que siempre ha presumido de ser una democracia estable y segura en la que es bueno invertir.

No estaba claro si alguien reemplazará a Turnbull en un viaje importante que había previsto la semana próxima a los vecinos regionales Indonesia, Malasia, Tailandia y Vietnam y que debía culminar en un foro anual de 18 naciones del Pacífico el 5 de septiembre en Nauru.