La ceremonia de apertura, que comenzó con un impresionante despliegue de fuegos artificiales en una gélida noche en el montañoso condado surcoreano de Pyeongchang, proyectó al mundo una muestra de unidad intercoreana tan extraordinaria como inesperada en una península fracturada por generaciones de odio y desconfianza.

En un momento impensado apenas días atrás, la hermana del líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, estrechó su mano con el presidente surcoreano, Moon Jae-in, mientras ambos miraban desde el palco principal un elaborado espectáculo de luces, sonido y actuaciones artísticas y deportivas en el campo de juego del estadio.

Minutos después, las cámaras de TV y de los fotógrafos hicieron foco en otro instante asombroso: el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, sentado una hilera por delante de la hermana de Kim y del presidente honorífico norcoreano, funcionarios de dos países que muchos temen podrían estar a las puertas de un conflicto nuclear.

No mucho más tarde, atletas surcoreanos y norcoreanos ingresaron al Estadio Olímpico de Pyeongchang marchando juntos, cerrando el desfile de las delegaciones de deportistas con rostros jubilosos y ondeando la bandera de la unificación, de fondo blanco y con la península coreana en azul en su centro.

Luego de la primera marcha olímpica conjunta de las dos Coreas desde 2007, el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Thomas Bach, dejó su puesto en podio central a Moon, quien declaró el inicio oficial de los Juegos.

Kim Yo Jong, una figura de creciente influencia que maneja la imagen de su hermano, es una de los 500 integrantes de la delegación que Corea del Norte envió a los Juegos, y es la primera miembro de la dinastía que gobierna el Norte hace tres generaciones en pisar suelo del Sur desde el fin de la Guerra de Corea (1950-1953).