Cuando su cosecha de trigo se secó, Ghulam Abas vendió sus animales y se unió a los miles de granjeros que escapan a las ciudades empujados por la peor sequía en décadas en Afganistán.

La falta de precipitaciones, nieve y lluvia, que descendieron un 70% en los últimos meses en comparación con medias anuales, devastó los cultivos de invierno amenazando aún más el ya precario modo de vida local y la subsistencia de millones de agricultores.

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Como cientos de familias en el pueblo de Sharkint, en la habitualmente fértil provincia de Balkh (norte), Ghulam Abas, de 45 años, abandonó sus tierras ahora estériles y se fue a la capital regional, Mazar-i-Sharif, con los once miembros de su familia y sin esperanzas de encontrar un trabajo.

«Nunca había visto una sequía igual», asegura a la AFP este hombre que fue granjero durante 30 años. «Nunca habíamos tenido que huir del pueblo o vender el ganado».

Mientras el cielo permanece exasperantemente azul y las temperaturas elevadas, los agricultores empiezan ya a preocuparse por las cosechas de verano.

La cosecha nacional de trigo, que cayó en 2,5 millones de toneladas, ya es una de las más bajas «al menos desde 2011», según el sistema de alerta precoz sobre el riesgo de hambruna creado en 1985 por USAid, la agencia de desarrollo de Estados Unidos.

Según Naciones Unidos, más de dos millones de afganos están bajo la amenaza de «grave inseguridad alimentaria» y necesitarán ayuda de emergencia en los próximos seis meses.

Cabras y ovejas murieron por miles debido a que se secaron los pozos y a la falta de pastos, subrayó la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, OCHA.

«Si las autoridades y la comunidad internacional no abordan inmediatamente el problema, Afganistán puede enfrentarse a una calamidad que se prolongará el próximo invierno» boreal, afirmó a la AFP Toby Lanzer, responsable de OCHA en Afganistán.

Pero, para miles de campesinos como Abas es ya demasiado tarde.

«Hace tres años tuvimos lluvia y nieve, gané más de 300.000 afganis (casi 4.300 dólares). Pero este año, incluso vendiendo mis cabras y ovejas gané apenas 100.000 afganis», lamenta.

Ayuda insuficiente 

La falta de precipitaciones de Balkh dejó la tierra agrietada.

Más de 450.000 agricultores y pastores nómadas de la provincia prefirieron sacrificar sus rebaños o venderlos para alimentar a sus familias, explica a la AFP Zabiulá Zubin, director provincial de cultivos.

«Todos los aldeanos se preguntan qué hacer con sus animales y cómo mantenerlos con vida, porque es lo único que tienen», subraya Hayi Sorab, que aún conserva 400 cabras y ovejas en el distrito de Dawlat Abad.

La sequía se suma a una situación de inseguridad general, debida a los ataques de los talibanes y del grupo yihadista Estado Islámico que afecta a los civiles a un nivel sin precedentes desde hace diez años.

La agricultura es el principal recurso de la economía afgana: emplea a cerca de 15 millones de personas en las 20 provincias más afectadas por la sequía, según la ONU.

La posibilidad para estas personas de encontrar otro empleo son prácticamente nulas en un país donde el ya de por sí elevado desempleo se ve agravado por el retorno de cientos de miles de refugiados de Irán o Pakistán.

Y, sin ayudas públicas para los campesinos, Ghulam Abas advierte sobre la tentación de dedicarse al cultivo de la amapola de opio, más lucrativo y resistente.

Afganistán es con mucho el primer productor mundial de opio a pesar de los miles de millones de dólares invertidos en la lucha contra el narcotráfico.

«Un gobierno apenas capaz de pagar a sus soldados no puede ayudar a su población en las regiones alejadas», lamenta Abas.

«Estas condiciones acabarán empujando a la gente hacia los cultivos ilegales», sentencia.