MIéRCOLES, 27 DE NOV

Una mujer sufre de esclerodermia producto de la exposición a los agrotóxicos

Elsa Romero mora en Aldea Asunción, Entre Ríos, las aspersiones en el campo donde habita la dejaron con un grado de vulnerabilidad sanitaria pavorosa. Su lucha por recuperar la vitalidad robada, se hizo eco en una imprescindible charla con Conclusión.

Por Alejandro Maidana

Mientras la justicia y el Estado provincial entrerriano no cesan en la protección y fogoneo de la actividad agrícola industrial, el daño irreversible en la salud de los moradores de la provincia más fumigada de Argentina, sigue su espinoso camino hacia al cadalso.

Si bien sobran excusas y justificaciones por parte de los generadores de una desidia consolidada, la realidad se lleva puesta toda retórica que busque imponer su agenda en un territorio que sigue gritando su dolor. Distintos estudios médicos y científicos se han encargado de desnudar la nocividad de los venenos que utiliza el agro para su producción, sin embargo el avance desprejuiciado de los mismos no se detiene.

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Entre Ríos parió uno de los casos más explícitos y aberrantes que se pueda tener registro, el mismo referencia a la figura del querido y entrañable Fabián Tomasi, quien peleó contra una polineuropatía tóxica severa debido a la manipulación constante de agroquímicos que le demandaba su actividad laboral.

La lucha de Elsa Romero contra una dura enfermedad

Aldea Asunción es una localidad del departamento de Gualeguay, Entre Ríos, allí vive a pesar de la recomendación médica de abandonar el lugar, Elsa Romero, una mujer rehén de las fumigaciones sin control alguno. Ella padece esclerodermia sistémica, una enfermedad que  afecta los vasos sanguíneos y los órganos internos, así como la piel. “Mi vida cambió rotundamente, a mis 41 años me encuentro condicionada para poder desenvolverme de manera normal, ya que debo someterme a distintas quimioterapias sumado a que me alimento a través de un botón gástrico”, le dijo a Conclusión Elsa Romero.

La vida en lo que supo ser el “campo”, se ha convertido en una verdadera pesadilla que parece tener un sinfín de capítulos. Con la pérdida de un pulmón y la dependencia absoluta de un tubo de oxígeno, los días de una mujer que decidió romper los muros del silencio, se han convertido en un verdadero karma. “Cuando comencé con esto, se me hinchaban y adormecían pies y manos, los mismos se ponían negros y me imposibilitaban los movimientos. Después de una severa descompensación, me llevaron al hospital de Paraná donde después de varios estudios me diagnosticaron <esclerodermia>”, indicó.

La situación que atraviesa Elsa es sumamente compleja, la posibilidad de que sus riñones se vean afectados es muy concreta. Los facultativos médicos le recomendaron de manera urgente que se aleje del lugar donde reside, pero su vulnerabilidad, tanto económica como física, se lo impide. “Si sigo exponiéndome a las fumigaciones, mi salud seguirá empeorando, los médicos solicitan que busque una casa en la ciudad de Gualeguay para poder continuar el tratamiento alejada de las aspersiones. La realidad es demoledora, para mí no es nada fácil alquilar con todo lo que eso conlleva, tengo tres hijos y en la actualidad con la que más tiempo paso es con la menor”.

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Los estudios médicos realizados arrojaron que la enfermedad degenerativa que debe soportar Elsa, es producto de la exposición a los venenos (agrotóxicos) que utiliza el agronegocio. Por ello es menester que se alejen los mismos de su vida, ya que ella no debería ser quién prepare una mudanza obligada por la desidia de un productor. “Yo tengo que vivir en mi propia casa aislada, mientras ellos siguen fumigando de una manera desprejuiciada. En este lugar hay muchos niños expuestos a los venenos, si alguno de ellos se encuentra con defensas bajas, es muy probable que su salud se deteriore como me sucedió a mí”.

El tratamiento es muy largo, la paciencia una herramienta fundamental para no caer en una depresión que busca ganar terreno. Elsa Romero hace un esfuerzo muy grande para poder continuar el diálogo con Conclusión, ya que la esclerodermia afectó no solo a sus órganos vitales, sino también a sus músculos. “Me va a llevar mucho tiempo poder recuperarme, debo alejarme de las fumigaciones con prontitud, tengo la obligación de ubicarme cerca de los efectores de salud para continuar con mi tratamiento. Si bien existe una posibilidad de trasplante, ya que tengo uno de mis pulmones muy comprometido, el estar expuesta a los rayos de la quimioterapia y por la enfermedad misma, mi corazón también comenzó a sufrir un desgaste lógico”, concluyó.

Elsa Romero no baja los brazos, si bien la esclerodermia la ubicó en los márgenes de una historia ninguneada, pretende que su derrotero sea el punto de partida para un necesario cambio de paradigma a la hora de producir. Este modelo sigue sembrando enfermedades para cosechar muertes, y si bien continúa aferrado al velo protector del negacionismo, los pueblos fumigados seguirán gritando su verdad incómoda hasta que la vida se imponga.

 

 

 

 

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