Por Alejandro Maidana

Con la opulencia, desidia e impunidad de siempre, se siguen manifestando quiénes gozan de la anuncia estatal y judicial para desenvolverse como verdaderos patrones de estancia. Lo sucedido en El Arenal, departamento Jiménez, en la provincia de Santiago del Estero, es una demostración cabal del desequilibrio en la correlación de fuerzas existente entre el latifundio sojero, y las familias agricultoras que resisten a duras penas sus continuos atropellos.

Un campo para pocos, un campo que concentra, especula, contamina y empuja el desarraigo de quiénes apoyados solo en sus callosas manos, sostienen una producción alejada de los químicos y el negocio de unos pocos. El modelo productivo y sus “daños colaterales”, esos que se suceden de manera sistemática ante la mirada esquiva de los gobiernos y una justicia elitista. Mientras que desde los distintos ministerios del gobierno nacional celebran la aprobación de China de la soja transgénica antisequía de Bioceres, la realidad de la ruralidad fumigada sigue gritando su dolor en la más deshumanizante soledad.

El modelo agroexportador y la dulce melodía de sus dólares, esos que no impactan en los sectores populares, garantizando que la brecha social se siga expandiendo cobrando una magnitud escalofriante. Un modelo al servicio del pago de una deuda fraudulenta, de la aniquilación sin barreras de las chacras mixtas, y enemigo acérrimo de la mano de obra rural. El modelo agroindustrial extractivista y su paquete tecnológico, se sustentan en 3 ejes puntuales: siembra directa, semilla transgénica y glifosato. Casi tres décadas de expansión de una frontera sojera que convertiría a gran parte de la Argentina, en un verdadero desierto verde solo habitado por commodities.

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Si bien resulta reiterativo, la espinosa realidad que atraviesan quiénes se encuentran en la primera línea de fuego de los venenos, empuja a que la necesidad de visibilizar el espanto al que deben enfrentarse cotidianamente, siga adelante. Venenos para el pueblo, negocios para un puñado, el ritmo frenético de un modelo de producción que detesta la biodiversidad y se encarga de refrendarlo de manera explícita. La constitución nacional pisoteada, los derechos vulnerados a la par de los sueños de aquellos que habían encontrado en el campo, ese espació alejado de los fantasmas que emergen desde la profundidad de un individualismo exacerbado.

Agustín Blasco, un productor agropecuario tucumano que esparce los venenos de su negocio en Santiago

La finca de la familia Santillán está ubicada en El Arenal, provincia de Santiago del Estero, abrazan 20 hectáreas sembradas de maíz y de distintas hortalizas que cultivan. Días atrás un avión fumigador sobrevoló su campo asperjando un agroquímico que denominaron “secante”, utilizado para apresurar la cosecha de soja. El empresario reconoció su responsabilidad, pero se negó a hacerse cargo de la pérdida sufrida por la familia Santillán, ya que aún no se tiene certeza de los venenos utilizados, algo que imposibilita poder alimentar a los animales y disponer de su cosecha.

“Somos cinco hermanos que vivimos de nuestro campo, cosechamos para poder alimentar a nuestros animales, tenemos chanchos y ovejas, por ello el cultivo de maíz es tan importante para nosotros. También tenemos zapallos, alfa y distintas verduras, días atrás, más precisamente el sábado 23 de abril, el señor Agustín Blasco, oriundo de La Ramada (Tucumán), que tienen fincas en este humilde pueblito llamado El Arenal, fumigó de manera aérea y perjudicó toda nuestra cosecha. Nos secó todo el sembradío, no podemos alimentar a nuestros animales por el miedo a que los mismos se nos mueran producto de los venenos utilizados”, le dijo a Conclusión Jessica Santillán.

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La escena fue verdaderamente dantesca, los niños jugando a la pelota al aire libre mientras que un avión de manera intempestiva acabaría con la tranquilidad solo en segundos, asperjando agrotóxicos en desprecio de toda manifestación de vida. “El avión tenía las boquillas abiertas y venía esparciendo las toxinas desde las fincas de Blasco, de esa manera contaminaría la represa que tenemos armada para que puedan beber nuestros animales, nuestra siembra, y la casa de mi papá, Ramón Santillán, un hombre discapacitado que padece una serie de problemas físicos. Mi padre solo cuenta con una pequeña pensión, por eso la necesidad de vivir de nuestra cosecha, producimos para alimentar a los animales que luego vendemos, y también para consumo propio, nos condicionaron la vida”, indicó.

La fumigación no solo afectó la cosecha de la familia Santillán, también hizo lo propio con un monte nativo que hoy se encuentra herido de muerte. Quebrachos blancos y colorados se están secando rápidamente, demostrando explícitamente el poderío y peligrosidad de los venenos esparcidos. “Aún no sabemos que agroquímicos utilizaron, este empresario apenas sucedió lo mencionado se acercó, pero con el correr de los días hizo saber que no se haría cargo del desastre. Estamos muy agradecidos al diario por el interés en difundir nuestra problemática, en este pueblo los grandes agricultores hacen lo que se les da la gana, se manejan con absoluta impunidad ante el silencio de las mayorías. Nos están envenenando y nadie se hace cargo, las autoridades deben ponerle un freno a tantos atropellos”, concluyó Jessica Santillán.