Por Alejandro Maidana

Su nombre es Tujuayliya. Fue elegido por sus padres y abuela, quien comparte su misma denominación. Vivían en Embarcación, el pueblo en donde le tocó nacer, una zona urbana levantada alrededor del territorio indígena. Una de las últimas familias que permanecieron en ese lugar ha sido la suya. Como Petrona (Tujuayliya) y Serafín (Cajiantes) fueron conocidos sus abuelos, nombres no wichí, y fue precisamente su abuela quien le regaló su nombre, y el mismo llegó por consenso, ya que muchos de ellos requieren de un análisis o discusión previa.

Tujuayliya significa «fuera de peligro», o «la que vence», y así fue como nacería en 1986 en el Hospital de Embarcación; recién a los dos meses de vida llegaría al lugar que hoy la tiene como trabajadora de la salud, Santa Victoria Este. En la actualidad, resignifica sus días brindando servicio en uno de los lugares más olvidados de nuestro país, tomando como estandarte el camino transitado e inculcado por la medicina cubana. La solidaridad, lo colectivo y lo intercultural, como piedras basales de una lógica sanitaria que busca romper las cadenas de un mercantilismo deshumanizante.

“Aquí mi padre y mi madre estuvieron afincados alrededor de unos 11 años, mi papá era docente, criollo, no indígena, mientras que mi mamá es wichí, siendo junto a mis hermanos criados como tales. Mi madre, desde siempre, estuvo vinculada a la lucha por los derechos indígenas y la reivindicación territorial”, le dijo a Conclusión quien, a través de su serenidad, perseverancia y solidaridad, fue edificando un camino transformador.

Raíces de lucha y resiliencia, un legado anclado en la dignidad y un sueño alimentado por reivindicaciones. “Aquí vivimos en el 92 los 500 años de la llegada de Colón a América, siendo los años anteriores y posteriores muy activos políticamente hablando. Mi familia participó del armado del primer partido político indígena del Chaco salteño, levantaron una radio que funcionaba en el patio de nuestra casa, también circulábamos un diario junto a mi hermano, ambos convertidos en canillitas, repartíamos el periódico que cobraba vida en casa desde una imprenta manual. Toda la familia formaba parte de esa militancia por los derechos indígenas”.

Debemos tener en cuenta que el área operativa en donde yo trabajo, tiene un 80% de población indígena.

En ese lugar habitaba un médico con una mirada de la medicina muy respetuosa, que, en el análisis actual, podríamos decir que ya tenía incorporada la mirada comunitaria de la salud, la importancia de la perspectiva intercultural tanto en las zonas rurales como indígenas. “Debemos tener en cuenta que el área operativa en donde yo trabajo, tiene un 80% de población indígena y un 20% que no, o que al menos no la manifiesta. Todo lo que te mencioné con anterioridad, tiene que ver con mi espació físico, con mi cuna ideológica, el lugar donde me crie”.

En Santa Victoria Este, pueblo en que se encuentra actualmente practicando la medicina comunitaria, «Tujuay» debe batallar no solo contra las burocracias, sino también contra las bibliotecas medicinales que se abrazan al confort que le brinda permanecer alejadas de las demandas territoriales. “Aquí viví hasta mis diez años más o menos, ya que regresamos a Embarcación, recuerdo que fue en una época muy movida. Mi padre militaba en la izquierda, y como docente generaba la inquietud de muchos alumnos que recurrentemente lo consultaban sobre distintas temáticas, y mi madre sigue siendo una incansable militante de los derechos indígenas, un combo que desde niña me ha politizado y marcado mi camino. Los 90 significaron una constante reinvención para sostener la estabilidad laboral, sumado a la ruptura de la estructura familiar que llegó con la separación de mis padres, así fue como junto a mi mamá arribamos nuevamente al lugar donde me vio nacer. Cursé mi quinto grado allí, hasta que tuvimos que acompañar a mi mamá en una medida de fuerza que se llevó adelante en el Congreso de Buenos Aires, así fue como continué mis estudios primarios en esa provincia hasta finalizarlos. Al nivel secundario lo llevé adelante en Salta, nuevamente en Embarcación, en una escuela técnica donde me gradué en el 2003”.

Cuando pa Cuba me voy

Un poco por aspiración, y otro tanto por casualidad, de esa manera Tujuayliya comenzaría a construir su camino universitario, ese que soñó desde niña y quedaba sumamente lejos.  “Siempre me lo planeé como algo que iba a suceder en mi vida. Desde muy pequeña en los distintos espacios indígenas contemplaba el ingreso y egreso de estos universitarios, vistos en muchas oportunidades como visitantes, y otras tantas como intrusos, pero siempre alentando mi inquietud. Finalizando mis estudios secundarios, la idea de continuar mi carrera universitaria choca con una situación económica espinosa, a tal punto que conseguíamos a duras penas el sustento alimenticio. Por ello pensar en mudarme a una ciudad para continuar con los estudios, con todo lo que eso refería, alojamiento, comida y vestimenta entre muchas otras cosas, era un imposible. Hoy se han municipalizado muchas carreras, abriendo el abanico de oportunidades, pero en aquellos momentos resultaba una utopía. Mi mamá siempre me aconsejaba retrasar el inicio de los estudios universitarios, ya que sostenía que era preferible tener la certeza de una continuidad consolidada, que tener que trabajar a la par para poder costearlos, ya que eso me insumiría muchísimo tiempo retrasando los procesos”.

A mi mamá se le ocurre enviarle una misiva a Fidel Castro, situación que desencadenó el interés de Cuba por nuestra solicitud, ya que era la primera vez que desde el pueblo wichí se acercaban a esta posibilidad. 

Es en ese momento es cuando emerge la figura de su tío, el hermano de su madre, quien le comenta que, en Chaco, más precisamente en la Casa de Amistad con Cuba, estaban otorgando becas para poder estudiar en la isla. “Así fue como entre trámites y cartas, a mi mamá se le ocurre enviarle una misiva a Fidel Castro, situación que desencadenó el interés de Cuba por nuestra solicitud, ya que era la primera vez que desde el Pueblo Wichí se acercaban a esta posibilidad. Luego surgen una serie de anécdotas, ya que se comunicaron con la Municipalidad creyendo que ese era nuestro teléfono, siendo que ni por casualidad en casa había uno, en estos lugares salvo en comercios o instituciones, no existían en ese entonces.  Finalmente, dieron conmigo, me comunicaron que habían tenido en cuenta mi solicitud para la beca, allí me indican que me acerque a algún espacio vinculado con Cuba para conocer a los otros aspirantes. Así fue como pude acceder a la continuidad de los trámites en la Casa de Amistad con Cuba de Resistencia, ya que en Salta no existían este tipo de espacios”.

Aquello que solo podría gestarse desde la imaginación, cobraría vida, la posibilidad de comenzar a transitar el camino universitario, se concretaría en un país que no deja de parir medicina solidaria. “Mi experiencia en Cuba fue maravillosa, llegué con apenas 17 años y con tantos temores como inquietudes, ya que una cosa es que te comenten sobre la vida en ese lugar, y una muy distinta es vivirlo en carne propia. Llegar a conseguir el dinero para el pasaje, que era lo único que nos exigía Cuba, junto al trámite del pasaporte, significaron un verdadero desafío para nosotros, los pobres (risas). La incertidumbre era muy grande, ya que desconocía cuando iba a ser la fecha de mi regreso, la sensibilidad había ganado muchísimo terreno en mi ser, ya que iba a terminar mi adolescencia en un lugar que no conocía. Al llegar allí realizamos un curso que denominan <premédicos>, que no es otra cosa que un curso de nivelación para que todas las chicas y chicos de los distintos países, estemos en igualdad de condiciones para introducirnos en las ciencias básicas de la medicina”.

La accesibilidad a la salud en Cuba es asombrosa, el vínculo que se genera entre el personal de salud y el paciente es muy fuerte, aquello que se para frente a nosotros no es un objeto de estudio, es un otro o una otra. 

Al finalizar el segundo año, las y los estudiantes son distribuidos en distintas facultades a lo largo y ancho del país. Una experiencia única, unos 3 mil jóvenes de distintos países cruzándose en los pasillos, compartiendo experiencias de una Latinoamérica unida. “Compartir con ellas y ellos fue muy enriquecedor, desde compañeras centroamericanas que me comentaban de lo arrasador de los huracanes en sus lugares de origen, hasta los procesos sandinistas y bolivarianos. La historia de sus abuelas, tíos y padres en los convulsionados 70, mencionando también que fue maravilloso nutrirse de la experiencia de otros pueblos indígenas.  Un párrafo aparte para el nivel académico, la empatía de las y los profesores para con los alumnos que quizás no comprendían ciertas situaciones, era única. Los dos años y medio que me tocó vivir en La Habana dentro de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), ya que allí residíamos, estudiábamos y nos alimentábamos, hasta que nos descentralizaron, fue magnífico. Poco a poco fui conociendo la medicina, ya que en los comienzos uno se va familiarizando con las ciencias básicas, en lo particular me sirvió de mucho, ya que nunca pensé que el camino de la salud iba a ser el mío, pero al surgir esta oportunidad fue imposible dejarla de lado. Yo pude conocer el proceso revolucionario cubano a través de mis padres y personas allegadas, y de un día para el otro encontrarme estudiando allí, en ese lugar histórico, fue muy conmovedor. La accesibilidad a la salud en Cuba es asombrosa, el vínculo que se genera entre el personal de salud y el paciente es muy fuerte, aquello que se para frente a nosotros no es un objeto de estudio, es un otro o una otra.

Tujuayliya Gea Zamora finalizó su carrera en 2010, pero eligió no volver a la Argentina en ese entonces, ya que sus aspiraciones personales la empujaron a tomar otras decisiones. “En Cuba comprendes el significado de la medicina solidaria, comunitaria y para los pueblos, esa que te empuja a poder realizar misiones internacionalistas. A mis 24 años conservaba inquietudes, así fue como decidí ejercer mi especialidad junto con una misión, allí solicito ingresar a un espacio denominado <Batallón 51>, desembarcando en Venezuela y consolidando mi especialidad en medicina general integral, fueron 6 años y medio de un crecimiento notable. En Venezuela trabajé con comunidades indígenas y una institución agroecológica del estado en Apure, que se encuentra en la frontera con Colombia. Fui quién dirigió ese grupo, tomando también la responsabilidad en áreas de gestión de ese municipio (directora municipal de salud). Después de pasar un año en ese lugar, y acumulando 4 en ese país, decido mudarme a Caracas a resolver otras cosas, si bien una pensaba en regresar rápidamente a mi país, te vas enamorando y consustanciándote con estos lugares”.

El trabajo territorial debe ser pensado y articulado desde el territorio, no con ideas que surgen desde oficinas.

En su regreso a Buenos Aires debe realizar el trámite de convalidación del título, algo que le insumió muchos meses, en el mientras tanto, sobrevivió como pudo. “Ya con mi matrícula, comencé a trabajar en el municipio de San Martín, en un Centro de Salud que lleva el nombre de Dr. Luis Agote, allí conocí a un grupo bárbaro, trabajamos con la Villa La Cárcova, ya que este centro se encontraba en su ingreso. Estuve dos años ejerciendo en ese lugar, más precisamente en el área de salud sexual y reproductiva, y no reproductiva, el lugar te va marcando la línea de trabajo y esa fue la que más me sedujo, al igual que con las diversidades sexuales”.

El territorio demanda, la ancestralidad se manifiesta

Volver a la tierra que la vio caminar, aquella que la impregnó de cultura e identidad, regresar al lugar donde la necesitan, y por el cuál está dispuesta a continuar la lucha, hoy desde otro enfoque. En nuestra formación uno de los principios aparte de la internacionalidad, era que podamos regresar a las comunidades que formamos parte, encontrar siempre la forma de devolver algo de nuestra formación. Si bien una siempre entregó lo suyo en los lugares que frecuentó, nuestra formación que fue gratuita y solidaria, nos empuja a llegar a esos territorios que nos necesitan y permanecen olvidados. Mi lugar y mi nación indígena, la que me identifica, está acá, en esta zona, por ello considero que es el lugar para trabajar. La desnutrición como patología de base en estas tierras, fue la noticia que me acompañó desde niña, si bien siempre insistí en que Nación me envíe a poder desarrollar mi actividad en Salta, recién el año pasado pudimos desembarcar gracias a que se decretó la emergencia socio-sanitaria por las muertes de niñas y niños wichí, sumada la emergencia sanitaria por covid-19”.

La lucha de mis ancestros, la fuerza que me ha otorgado mi pueblo, ha sido fundamental. Por ello tengo que devolver algo de lo que estos me han brindado. 

Así fue como junto compañeras y compañeros graduados en Cuba, armaron sus equipos para trabajar en Santa Victoria Este, su pueblo de crianza y el municipio desde donde surgieron estas muertes. “Conseguimos contratos individuales por la provincia, pero de todos modos el trabajo fue planteado en equipo siempre. Como primer paso recorrimos el territorio, para luego junto a Carla Ojeda (generalista y paliativista) y Emiliano Mariscal (epidemiólogo) armamos un proyecto, confeccionamos la propuesta de trabajo. De la misma se desprenden tres líneas, la asistencial, la de formación y capacitación de agentes territoriales de salud y el trabajo en conjunto con las comunidades respetando los distintos convenios nacionales e internacionales. Venimos trabajando fuertemente desde septiembre del 2020, pero lamentablemente por cuestiones políticas es muy probable que tengamos que abandonar el territorio y finalizar nuestro trabajo como equipo, por diversas trabas administrativas. El argumento es que no pueden seguir contratándonos como equipo, sosteniendo las rotaciones de los mismos, más allá de la tristeza que sentimos, consideramos que el trabajo en el territorio ha dado sus frutos. Consolidamos la idea de que el trabajo territorial debe ser pensado y articulado desde el territorio, y no con ideas que surgen desde oficinas, deben ser quiénes habitan los mismos quiénes marquen los pasos a seguir tanto a nivel salud como en otras áreas”.

Las transformaciones requieren entrega y las patas en el barro, caminar el territorio para saber que propone el mismo, no llegar con la cabeza de otro lugar, sino situarse en el mismo. “Lo colectivo, el trabajo en equipo, también impulsan las transformaciones, por ello nuestras propuestas de salud tienen su anclaje en lo colectivo, en lo comunitario e intercultural. Si bien la opresión sistémica hace su juego, todo lo que se plantee dentro de los territorios, propone un cambio de paradigma y cambios en la cultura de los efectores de salud. Nos impulsan los sueños, soy una descreída de meritocracia, si bien no reniego de mis inquietudes, capacidades y transformaciones, pero ante todo debo considerarme una afortunada. La lucha de mis ancestros, la fuerza que me ha otorgado mi pueblo ha sido fundamental, por ello tengo que devolver algo de lo que estos me han brindado. Las transformaciones pueden darse mientras las oportunidades caminen por el mismo sendero, hasta el día de hoy no existen programas para la formación de jóvenes indígenas, por ello tenemos que cambiar la lástima que sienten por nosotros, el asistencialismo, por herramientas que ayuden a potenciar las comunidades y los sueños individuales, que no están mal”, concluyó.