Por Lic. Karina Vimonte*

En los orígenes de la humanidad el hecho de crear vida era visto como algo mágico, milagroso. Se consideraba una especie de victoria frente a una naturaleza todavía amenazante. La reproducción se convertía así en el fin de todo humano, una aportación individual al grupo que se fortalecía ante amenazas externas de todo tipo. En este compromiso colectivo con la especie, la mujer ha sido protagonista hasta de forma involuntaria.

Así, la poderosa imagen de la mujer como productora de vida se concentró en un concepto cargado de significado: el de la maternidad. Desde las pequeñas estatuillas primitivas de mujeres embarazadas, pasando por las mujeres de vientres voluminosos de la pintura flamenca o la icónica figura católica de María como madre de todos los cristianos, la maternidad se ha constituido como elemento indisoluble a la figura la mujer. Esto ha provocado que durante mucho tiempo para la mujer no hubiera otra opción posible más que el de ser madre. De esta forma se les hacía muy difícil a aquellas mujeres que, por el motivo que fuera, no brindaban descendencia.

No es hasta el siglo XX que el empoderamiento de la mujer y su reivindicación como individuo puso en cuestión el carácter prácticamente obligatorio de tener hijos. Sin embargo, con el paso de los años se implementó la ideología tradicional en la que la mujer se mantenía en sus roles históricos: el de esposa y madre. Esto se grabó en la conciencia colectiva de nuestra cultura provocando que aquellas mujeres que no tuvieran hijos fueran consideradas menos mujeres que el resto. El estigma era especialmente duro en aquellas mujeres que no podían tener hijos de forma “natural”.

Si bien hay muchos que consideramos que la maternidad es una opción, todavía existe una cierta presión social y el concepto de mujer sigue muy asociado al de madre. Los motivos para no tener hijos pueden ser diversos: desean terminar una carrera profesional, no se encuentran en un momento adecuado de su vida o, simplemente, no quieren. Esta decisión vital hace que las mujeres sean estigmatizadas y a menudo reciban presiones por parte de sus familiares, amigos o la sociedad en general.

Sin embargo, también hay mujeres que no pueden tener hijos por motivos biológicos. Estas mujeres a pesar de no notar la misma presión que aquellas que deciden no tener descendencia, sienten que son miradas por la sociedad como “dignas de lástima” por no cumplir el objetivo.

Lo cierto es que si una persona está en pareja preguntan cuándo será el casamiento, si ya están conviviendo preguntan cuándo llega el primer hijo, y si tienen el primero, es cuándo viene el segundo. Es como una exigencia que no se detiene, frente a un camino preestablecido que parecería que todos tenemos que seguir de la misma manera.

Ser una mujer y decidir no tener hijos no es un camino fácil. Aquellas que lo emprenden se encuentran con muchos obstáculos, tales como la presión por parte de su entorno o, incluso, la sensación de estar haciendo algo incorrecto. Este hecho hace que algunas de ellas acaben teniendo descendencia porque sienten que, como mujeres, es lo que deben hacer. Esto puede llevar, como afirmaba Orna Donath en 2017, a un sufrimiento innecesario y a vivir una vida que ninguna de ellas había deseado.

Al fin y al cabo, lo importante es ser lo que cada uno elija ser. En nuestra sociedad impera la idea de que las mujeres que no son madres no se encuentran una situación de realización a nivel personal y que, a la larga, se arrepentirán de su decisión. Por lo tanto, hay que romper con el estereotipo que ha sido hegemónico en el inconsciente colectivo a lo largo de la historia para poder construir un modelo de mujer que pueda decidir sobre todos y cada uno de los aspectos de su vida, y claro, incluyendo la maternidad.

*Periodista – Comunicadora Social

Directora y Conductora del programa ¿Y ustedes para Cuándo? dedicado a cambiar la mirada cultural sobre lo que significa tener o no tener hijos