Por Alejandro Maidana

“La memoria despierta para herir
A los pueblos dormidos
Que no la dejan vivir
Libre como el viento

Los desaparecidos que se buscan
Con el color de sus nacimientos
El hambre y la abundancia que se juntan
El maltrato con su mal recuerdo…”
León Gieco

No hay violencia más artera y cobarde, que la que proviene del propio Estado. No se trata de un pensamiento Ácrata, si de una necesaria lectura de correlación de fuerzas.

Si bien el poder fáctico ostenta un dominio absoluto sobre las políticas que se despliegan a lo largo de la sociedad, es el Estado el garante de las mismas. Por ende, es menester analizar en profundidad porque la justicia castiga solo la violencia reactiva, y no mide con la misma vara a la represiva.

Toda acción que interpele al Statu Quo o al poder preestablecido, deberá ser disciplinada de todas las formas posibles, para de esa manera, poder garantizar la tranquilidad de los poderosos y la comodidad de la siempre vigente servidumbre voluntaria.

El discurso hegemónico pudo consolidar a través del tiempo una muralla sólida para que todo intento de cuestionamiento del mismo, sea considerado un acto subversivo y peligroso. Santiago y Luciano se animaron a dar un paso más, ese que los cobardes siempre se encargaran de desacreditar, para no verse obligados a salir a transformar esta miserable realidad.

Un pibe solidario con las causas justas

Santiago Maldonado desapareció el 1 de agosto, tras la violenta represión de Gendarmería en la Pu Lof en resistencia Cushamen, Chubut. Estuvo desaparecido 78 días. Su cuerpo sin vida fue hallado el 17 de octubre en el Río Chubut, 400 metros río arriba de donde fue visto por última vez.

Para una parte de la sociedad, Santiago murió ahogado, para la gente consciente, su muerte se debió a una cruel e ilegal represión dentro del territorio. Cabe destacar que la ruta en donde se estaba originando la protesta, ya había sido liberada.

 

 

 

 

 

 

 

“Soy muy nuevo en esto, pasaron 6 meses de lo de Santiago y no estaba preparado. Nadie puede estarlo, te toca un día y salís a tratar de hacer lo que se puede y te permiten”, palabras de Sergio Maldonado en diálogo con Conclusión.

La vida lo ha ubicado al hermano mayor de Santiago, en un sendero espinoso pero dignificado por la lucha. “Esto me hizo ver la realidad con otros ojos, relacionarme con otros familiares es muy gratificante”, sostuvo.

No es la Plaza de Mayo, no fue bajo una dictadura militar, pero el aparato represivo sigue siendo el mismo, “no encontraremos apoyando a un gran número de personas de aquí en más, pero aquellos que hemos perdidos algún ser querido, sabemos de la necesidad que tenemos de compartir momentos que nos den fuerzas”, indicó Sergio.

“Fueron seis meses tremendos, recién ahora pude caer y el dolor me brotó por los poros. Me la paso llorando, estoy muy triste, pero sigo de pie para seguir reclamando justicia y por mis viejos”.

Sergio Maldonado también tuvo tiempo para hablar sobre Luciano Arruga, “cuando pienso que con solo 16 años Luciano se plantó y dijo hasta acá, no lo puedo creer, que entereza y dignidad la de este chico. Tenemos que aprender de todo esto, cuando deseamos que esto no vuelva a suceder, pasa lo de Rafael Nahuel. Seguiremos golpeando las puertas que correspondan, no vamos a bajar los brazos”, concluyó.

Un pibe de barrio que no quiso robar para la policía

El 31 de enero de 2009 a la noche, Luciano Nahuel Arruga salió de su casa en el Barrio 12 de Octubre, en el partido bonaerense de Lomas del Mirador con tan sólo $1,50 para ir a un cyber cercano. El adolescente de 16 años nunca regresó.

Pasaron cinco años y ocho meses hasta que se encontró el cuerpo del joven, enterrado en el cementerio de la Chacarita como N.N. Según documentos oficiales, murió en la madrugada del 1 de febrero, en un accidente de tránsito.

Meses antes de su desaparición, Luciano le había expresado a su familia que agentes de la  bonaerense le habían ofrecido ser pibe chorro en zonas liberadas de la Matanza. Desde ese momento este pibe humilde, pero por sobre todas las cosas digno, sellaría su destino.

 

 

 

 

 

Una de las comisarias de Lomas del Mirador sería escenario de su arbitraria y deleznable detención. Testigos asegurarían que fue brutalmente golpeado e introducido a un patrullero de ese destacamento. Sería la última vez que verían a Luciano Arruga con vida.

La lucha estoica de su familia, que desde el primer momento desestimó la coartada del accidente, fue la que terminó volcando la balanza de la justicia a su favor. Al año de la desaparición del joven, el destacamento fue cerrado y, dos años más tarde, se convirtió en el Espacio para la memoria social y cultural Luciano Arruga.

“Reconocí a mi hermano después de 5 años y 8 meses. Tomé la decisión de decir que quería ver qué me entregaban de mi hermano. Eso también, psicológicamente, nos predispone para una lucha: no es lo mismo que todos cumplan en tiempo y forma con lo que esta democracia les obliga, que nosotros, los familiares, los hayamos arrastrado a entregarnos a Luciano después de 5 años y 8 meses con todo lo que eso representa”, relataría Vanesa Orieta, hermana de Luciano e icono importante de las luchas contra la violencia estatal.

Sobre como continuar la vida después de denunciar un aparato mafioso que suele gozar de un enorme caudal de impunidad, sostuvo: “Mi familia, mis amigos, los amigos de mis hermanos, todos sufrimos la desaparición de Lu, y la vida de los que decidimos denunciar a una mafia organizada como la bonaerense cambió por completo, tenés que cuidarte de las amenazas, hacerte fuerte. Ahora lo que se convierte en fundamental en nuestras vidas es la organización y la lucha con familiares, organismos de DDHH, organizaciones barriales, etc.”.