El 20 de mayo de 1983 un grupo de científicos integrado por Francoise Barré-Sinoussi, Jean-Claude Chermann y Luc Montagnier publicó en la revista Science el descubrimiento del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH). Cuarenta años atrás no eran consientes de la magnitud de su hallazgo, ni de todo lo que este microorganismo iba a causar.

«Nunca antes la ciencia y la medicina han sido tan rápidas a la hora de descubrir, identificar el origen y aportar tratamiento para una nueva enfermedad» indicaron desde el Comité Noruego del Nobel, que en 2008 reconoció este descubrimiento con el premio más prestigioso del mundo.

En el verano de 1981, se identificó en California al primer enfermo, pero tuvieron que trascurrir al menos dos años hasta identificar al virus, y seis para tener en el mercado el primer medicamento con alguna efectividad.

Los primeros fármacos, sin embargo, tenían terribles efectos secundarios y para ellos era una proeza alargar algún año de vida a los infectados. En los ochenta y primera mitad de los noventa, el diagnóstico de VIH era una doble condena: a la muerte social, ya que el desconocimiento y el estigma de la enfermedad eran terribles, y a la física, que solía llegar poco tiempo después.

Todo cambió en 1996, cuando se implementó un tratamiento conocido como terapia antirretroviral altamente activa (Haart, por sus siglas en inglés) supuso un antes y un después para los enfermos.

En más de 35 años, 78 millones de personas han contraído el VIH y 35 millones han muerto por enfermedades relacionadas con el sida. Hoy son 36,7 millones quienes viven con el virus. Y uno de los grandes problemas es que, de ellos, casi 16 millones no reciben el tratamiento que les permitiría llevar una vida prácticamente normal.