Por Santiago Fraga (enviado especial desde Santa María, Brasil)

Sábado, 23 horas. Cientos de jóvenes copan los bares y las calles del centro de la localidad de Santa María, en el estado de Río Grande Do Sul, Brasil. La imagen y el ambiente se asemejan con lo que se vive en los boliches rosarinos, y la previa recién parece estar comenzando. Domingo, 2 de la mañana, una fuerte presencia de la Brigada del Ejército Brasileño comienza a despejar la zona, luego de que haya cerrado sus puertas el popular boliche Macondo.

Y ya no hay más. Todos los bares comenzaron a cerrar a la 1.30 y solamente algunos kioscos –con total libertad para vender alcohol- permanecerán abiertos algunas horas más. La noche de Santa María parece extrañamente tranquila, aún en contraposición con el ánimo agitado de los jóvenes, pero tiene una explicación.

Cuatro años atrás, más precisamente el 27 de enero de 2013, la ciudad sufrió una de las peores tragedias de la historia brasileña. Durante una presentación del grupo Gurizada Fandangueira, en el marco de la fiesta Agromerados, un incendio en la discoteca Kiss se cobró la vida de 242 jóvenes.

El incidente tiene muchas similitudes con lo ocurrido en la tragedia de Cromañón. Un artefacto pirotécnico (en este caso una bengala llamada “lluvia de plata” lanzada por el propio cantante de la banda) generó que se prendiera fuego la espuma acústica del techo del lugar, propagándose las llamas rápidamente por todo el recinto.

Inmediatamente cundió el pánico y las cerca de 1300 personas que estaban en el boliche (de capacidad para 600) intentaron escapar. Sin embargo, el personal del local creyó que se trataba de una pelea en el interior del bar y que la gente estaba tratando de aprovechar la discordia para escaparse sin pagar, por lo que cerraron las puertas del local.

Las repercusiones en la vida nocturna de la ciudad, conocida como “el corazón de Río Grande do Sul”, fueron inmediatas. Según relataron algunos santamarienses al ser consultados por Conclusión, durante muchos meses se autoinstaló un toque de queda, y ya a las 20 los bares comenzaban a bajar sus persianas. La gente tampoco salía más tarde que eso, y los boliches y shows musicales se vieron fuertemente interrumpidos.

Es que, por ejemplo, de la generación que en estos momentos está cursando en la Universidad Federal de Santa María, prácticamente todos perdieron a un amigo o familiar en el hecho. Según estadísticas de la Cruz Roja y Médicos Sin Fronteras, a junio de 2014, se estimaba que un 70% de la población de esta ciudad de 300 mil habitantes había sido afectada por la tragedia, mientras que entre un 20 y 30% aún necesitaban de atención psicológica y entre un 1 y 4% tuvieron serios trastornos. En el mismo estudio aseguraron que al pueblo santamariense le llevaría al menos cinco años recuperarse psicológicamente.

Hoy, el establecimiento de Rua dos Andradas al 1925 luce en su fachada intervenciones artísticas que conmueven, y mucho. La tranquilidad del domingo y el silencio de las calles permiten estremecerse aún más ante el lugar de la tragedia, donde todavía permanece el cartel consumido por el fuego, el recuerdo de los familiares y amigos a las víctimas y, por sobre todas las cosas, un fuerte pedido de justicia.

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