Por Rubén Alejandro Fraga

Cuando allá por el año 400 después de Cristo un joven personaje llamado Maewyn Succat manifestaba ufana y públicamente su condición de pagano, ni siquiera podía imaginar que muchos años después pasaría a la historia convertido en San Patricio, patrono de Irlanda, que cada 17 de marzo correrían litros de cerveza y whisky para celebrar su onomástico en distintas partes del mundo, que se realizarían grandes desfiles en su honor o que las aguas del río Chicago –en la ciudad estadounidense del mismo nombre– se teñirían de verde en esta jornada para festejar su ancestral gesta.

Aunque en el mundo occidental esta festividad cada vez más extendida se conoce como el Día de San Patricio, los versados en lengua celta la denominan Lá Fhéile Pádraig, una fecha en la que todo es alegría, alcohol y buen humor. A lo largo y ancho del mundo, y por supuesto en todas las tabernas irlandesas diseminadas por el planeta, la diáspora gaélica celebra hoy el día de su patrono y contagia su alegría al resto de los ciudadanos.

Así, ciudades tan distantes y distintas como la gélida Reykjaviki (en Islandia), Londres, Toronto, Madrid, Nueva York, Seúl, Manchester, Belfast, Buenos Aires –con su efervescente distrito de pubs en el barrio de Retiro– o Rosario celebran hoy una fecha cuyos festejos recuerdan mucho más a cultos paganos que a un rito cristiano.

En Irlanda, cuna de la celebración, por estos días todo es verde y trébol, el maquillaje, la lencería erótica, las vidrieras, los pubs y las carnicerías. Hasta las mascotas son vestidas para la ocasión. No faltarán el gran Ceili, el baile típico tradicional, ni el Skyfest, el impactante festival pirotécnico. Y todo enmarcado en un feriado nacional que se extiende durante varios días para que los más devotos de San Patricio puedan recuperarse de la abundante ingesta etílica.

Si bien la forma actual del festejo se inició en Galway –la ciudad más hippie de Irlanda–, Dublín es la metrópolis irlandesa que mejor entendió cómo comercializar la celebración de San Patricio con mayor rédito, con un festejo de cuatro días que parece una versión del Mardi Grass estadounidense.

Mientras en el Ulster, es decir, los territorios ocupados por Gran Bretaña, San Patricio no es feriado ni celebración nacional, en Dublín también se aprovecha el desfile del Día de San Patricio (Saint Patrick’s Day) para intentar integrar a los nuevos inmigrantes.

En ese marco, cada 17 de marzo tiene su epicentro una fecha que, en sus raíces, muestra una tensión no resuelta entre el pasado celta pagano y la Iglesia católica, más el condimento actual de una región devenida multirracial con inmigrantes que modifican la identidad blanca, republicana y católica.

En realidad, la celebración de San Patricio en Dublín consiste hoy en día en un desfile con fuegos artificiales, mucho verde en honor al color esmeralda de sus campos, la mezcla entre lo pagano y lo católico con tréboles pintados en el cuerpo –en alusión al objeto que el santo encontró para explicar la trinidad–, y disfraces de leprechaun –duendecitos avaros en la mitología celta–, música tradicional, teatro callejero y gente violando alegremente la prohibición de beber en las calles.

Los campesinos irlandeses, para cumplir con la tradición, plantarán hoy una papa, independientemente del frío que haga, para asegurarse una buena cosecha, cocinarán pollo a la cerveza y lo acompañarán con papas rellenas con ajos tiernos, vestirán de verde, lucirán tréboles, consumirán buenas cantidades de cerveza y whisky y organizarán desfiles en honor del santo que erradicó las creencias celtas de su tierra y que las sustituyó por la actual fe cristiana.

De esclavo a evangelizador de Irlanda

Se cree que San Patricio, cuyo verdadero nombre era Maewyn Succat, nació en Taburnia, en la Bretaña romana, en el año 385 después de Cristo. Sus padres, que se llamaban Calfurnio y Conquesa, se dedicaban al pastoreo, por lo que durante su infancia y primera juventud lo emplearon también en este oficio. Mientras tanto, Maewyn aprovechaba todas las ocasiones que tenía para instruirse y combinaba su oficio de pastor con los estudios.

Pero cuando tenía 16 años fue capturado por unos piratas irlandeses que lo vendieron como esclavo a unos ganaderos. Según la tradición, el joven pasó su cautiverio trabajando como pastor y cuidando cerdos en la montaña Slemish en el condado irlandés de Antrim.

Fue entonces cuando comenzó a tener visiones místicas que lo impulsaron a escapar y tras seis años de esclavitud logró alcanzar la costa norteña de Gaul (hoy Francia). Una vez libre, fue ordenado sacerdote, quizá por San Germán, en Auxerre.

Luego, el papa Celestino I le asignó 20 compañeros y le confió la misión de evangelizar Irlanda, adonde volvió en el año 431. Una vez allí, fue nombrado sucesor de San Paladio, el primer obispo de Irlanda.

Pero San Patricio no contó con la hostilidad del rey y de los sacerdotes paganos, y tuvo que fijar su residencia en una cueva a la que llamaron el Purgatorio de San Patricio, por las penitencias a que se sometía. Con todo, el religioso fue avanzando en su labor evangelizadora y años después volvió a Roma, para dar cuenta al Papa de sus trabajos.

Éste le obsequió reliquias para que pudiera fundar iglesias sobre ellas y consagró obispos a treinta de sus compañeros.

Luego de desarrollar grandes trabajos y sortear innumerables peligros, San Patricio sembró el territorio de monasterios y logró la conversión de la que pronto fue llamada “Isla de los Santos”, cuando todo el norte de Europa aún permanecía pagano. Su empleo del trébol como ilustración simbólica de la trinidad pasó a convertirse en el emblema nacional irlandés.

Aún se conserva un extraño canto suyo, llamado “El Lorica”, en el Libro de los himnos, y en el Museo Nacional de Dublín se guarda la que dicen fue la campanilla que solía utilizar en las misas.

Al morir, el 17 de marzo de 461, San Patricio dejó al joven príncipe Benigno, a quien había formado él mismo, en la silla arzobispal de Armagh.