Por Fabio Montero

El rumor y el chisme, que no son lo mismo, forman parte de la comunicación humana desde tiempos ancestrales. Su biosfera habitual es la comunicación oral, sin embargo el desarrollo de los medios de comunicación, y más aun de las redes sociales, lo instalaron con imágenes, memes, comentarios, cadenas y textos.

El rumor suele ser confundido con las Fake News (Noticias Falsas) o con la opulencia informativa (Infodemia como lo denomina la Organización Mundial de la Salud) sin embargo es mucho más que eso. El rumor es el virus más contaminante que tiene la comunicación organizada en indicadores de legitimidad.

Este tipo de información tiene como base un hecho real pero deformado y su peligrosidad radica en que intenta convertir en auténtico un suceso de dudosa veracidad.

La comunicación “alterada” se alimenta de la predisposición de una comunidad de creer que todo puede pasar. Por otro lado, necesita un acuerdo de partes, una certeza compartida de que toda información puede ser verosímil. Por ello, en las sociedades donde el “valor de la palabra” está devaluada el rumor penetra con mayor facilidad.

La información adulterada suele mimetizarse con la complicidad de prácticas culturales y creencias compartidas, una especie de “conocimiento popular” que habilita la “autoría” de algunos mensajes (supuestos médicos, psiquiatras o personajes reconocidos) que se filtran como “hecho noticioso”.

Mucha de esta información será descartada, pero un gran número se emancipa, se hace independiente y salta de texto en texto ampliando su distorsión. En este despegue, a veces exponencial, la ruta del rumor es más difícil de detectar.

El rumor que a veces es inocente, pero en muchas situaciones está provocado por usinas perfectamente planificadas (trolls, hacker, etc.) suele manifestarse con una carga de ansiedad muy fuerte. Su carácter perturbador, que también se nutre de la “grieta”, puede provocar inmovilidad, indiferencia, falta de cooperación y egoísmo; verdaderas fatalidades en tiempos en que la comunicación debe ser clara para lograr coherencia.

Esta disfunción comunicativa muchas veces logra ocultar la información útil, el tumulto noticioso no permite separar la paja del trigo y el usuario inadvertido corre el riesgo de desatender la información que contribuye al esclarecimiento de un suceso.

La emergencia súbita e imprevista de esta pandemia global aceleró la información en las redes, las pantallas se llenaron de mensajes de dudosa procedencia que comenzaron a ganar un lugar importante en la ansiedad de la comunidad. La velocidad de la información siempre es proporcional a la carga emocional que despierta el miedo a la pérdida y al ataque. Es una manera de depositar en el otro la resolución de un problema que nos sobrepasa.

En este contexto, las redes son visualizadas como el antídoto del aislamiento social, el último bastión de resistencia contra la soledad que separa los cuerpos. La comunicación circula con más virulencia debido a que, para algunas personas, es casi el único contacto humano y en ese fárrago de informaciones tergiversadas, de cambio agudo para el cual no estábamos preparados, el rumor extiende sus tentáculos.

En esencia este “ruido distorsivo” instala la desconfianza, sabotea la comunicación, la desacredita, la pone en duda y desarticula la planificación estratégica de todo equipo de prensa.

Los medios de comunicación, que tienen mayores posibilidades de respuestas frente al rumor, suelen ser portadores sanos (a veces enfermos) de la difusión de información deformada. Sin embargo son las redes sociales las que, por su carácter conversacional, permiten mayor filtración.

En principio, esto no sería un problema a no ser porque hoy gran parte de la comunidad accede a los “mensajes noticiosos” a través de las redes. Es una batalla que los medios de comunicación están perdiendo más por impericia, que por el valor de autenticidad que imponen las redes.

Sin embargo en momentos de crisis, donde el pico de angustia suele alcanzar límites insospechados, es donde los medios comienzan a recuperar el terreno perdido. Este fenómeno suele ser precedido por una sociedad que, frente a una comunicación en emergencia, comienza a demandar noticias confiables.

En este contexto, los periodistas y comunicadores son los que, por su formación técnica, están en mejores condiciones de desenredar el ovillo de la información mal recopilada, sin embargo, la tarea es ardua porque el rumor, en principio, no se deja reconocer.

Este impostor conspira contra una comunidad desarticulada que se encuentra indefensa para decodificar (y evitar difundir) mensajes dudosos, sin embargo, la tarea colectiva también es esencial para detener los efectos nocivos de este murmullo desnaturalizado.

El antídoto, tal vez el placebo, es evitar que en tiempos de pandemias, de angustias generalizadas, la comunicación sea otro factor para preocuparse, porque cuando el rumor se populariza, provoca la parálisis de los sujetos

En tiempos de dificultades el rumor suele ser un punto de urgencia sobre el que hay que trabajar y una de las rutinas más operativas es la de valerse de los canales de información confiables para desenvolver su contenido. Los medios de comunicación profesionalizados tienen mucha tarea por delante. Están frente a la oportunidad histórica de demostrar que la información es un bien social confiable que debe gestionarse con responsabilidad.