Por Rubén Alejandro Fraga

“Siempre que te pregunten si puedes hacer un trabajo, contesta que sí. Y ponte enseguida a aprender cómo se hace”. La cita es de Franklin Delano Roosevelt, el único presidente de Estados Unidos elegido cuatro veces consecutivas, el que más tiempo permaneció en el poder, el que logró sortear las peores crisis de su país en el siglo XX y de cuya muerte, mientras ejercía el cargo en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, se cumplen 75 años este domingo.

Político y abogado estadounidense y miembro del Partido Demócrata, Roosevelt inició su carrera política desde muy joven en el Senado del Estado de Nueva York y luego pasó a desempeñarse como secretario de Marina.

Su brillante y prometedora carrera política se vio interrumpida por su padecimiento de poliomielitis que le significó una parálisis parcial. A consecuencia del mal, se apartó de la escena pública por un tiempo, en lo que para muchos iba a marcar el fin de una magnífica actuación. Sin embargo, Roosevelt salió de su retiro para postularse al cargo de gobernador de Nueva York, ganando la elección con un impresionante éxito, luego de lo cual buscó la nominación demócrata en 1932 para la Presidencia de Estados Unidos. La consiguió con bastante facilidad y lanzó así su candidatura a la Casa Blanca.

Así, en medio de la Gran Depresión, Roosevelt, candidato presidencial del Partido Demócrata, derrotó en 1932 al mandatario republicano Herbert Hoover, quien buscaba la reelección. El programa de la campaña de Roosevelt no fue muy audaz: criticaba a Hoover por gastar demasiado. Sin embargo, tocó la fibra más sensible de la gente de menores recursos prometiendo una “política nueva” a favor del “hombre olvidado” con el que suscribiría el “New Deal”, el nuevo trato.

El por entonces gobernador de Nueva York, carismático y enérgico a pesar de la polio que lo había postrado en una silla de ruedas, contrastaba con el austero presidente Hoover. Por eso, aunque Roosevelt pertenecía a la clase más rica, se convirtió en el defensor de la clase obrera y en las elecciones del 8 de noviembre de 1932 logró una victoria arrolladora: cosechó 22,8 millones de votos contra 15,8 millones de Hoover. Una vez en la Casa Blanca, Roosevelt lograría la reelección tres veces seguidas, en 1936, 1940 y 1944. Así, durante 12 años, FDR, como fue apodado, transformaría su país con una política que influyó también decisivamente en el resto del mundo. Ejerció la presidencia durante un período seguido de más de 12 años, que hubieran sido 16 si no fuese por su repentina muerte.

Los primeros Cien Días

Con negros nubarrones sobre el cielo, 1933 empezó sin grandes esperanzas para los norteamericanos. La situación social y económica del país no podía ser peor, ya que en los cuatro meses transcurridos entre la elección presidencial y la toma de posesión de Roosevelt la economía volvió a caer en picada, lo que se tradujo en un aumento pavoroso del desempleo: una cuarta parte de todos los jefes de familia no tenía trabajo. El hambre era alarmante y los precios de los productos agrícolas estaban muy por debajo del costo de producción. Además, la bolsa de valores estaba hundida y el sistema bancario tenía miles de entidades inmersas en un proceso de quiebra irreversible.

Sin embargo, cuando Roosevelt asumió la presidencia, el sábado 4 de marzo de aquel año, en plena tormenta, pronunció un discurso inaugural que alentó a millones de personas. “De lo único que debemos tener miedo es del propio miedo”, aseguró y proclamó: “Los financistas han huido de sus altos puestos del templo de nuestra civilización”. Tras cartón, advirtió al Congreso que, si no conseguía aprobar sus pedidos de recursos, él pediría poder. “Tanto poder como el que me darían si fuéramos atacados por un enemigo extranjero”. Y prometió: “¡Acción, acción ya!”.

Roosevelt cumplió su promesa en los primeros meses de su mandato, conocidos como los Cien Días, con una cantidad sin precedentes de leyes y órdenes ejecutivas nuevas. Primero, convocó a una semana de “vacaciones para los bancos” para evitar el retiro de fondos debido a un nuevo estado de pánico y el acaparamiento de oro. Cuando los bancos, ya solventes, reabrieron, los depósitos aumentaron. Se había restaurado la confianza. Mientras, el presidente utilizó una sesión extraordinaria del Congreso para aprobar una serie de leyes sociales y reformas económicas.

Durante los Cien Días se abolió la prohibición sobre bebidas alcohólicas, reforzando a la vez la moral y la economía. Washington relevó a los gobiernos locales de la tarea de dar comida y ropa a los necesitados. Y se creó la base de las agencias de empleo público y de regulación. La National Recovery Administration (NRA) estableció normas nuevas, como salario mínimo, máximo de horas laborales y el derecho a organizarse para los obreros. El cuerpo de conservación civil contrató a jóvenes sin experiencia para los proyectos ambientales. Y el acta de ajuste agrario ayudó a los agricultores.

Los más críticos advirtieron que se marchaba hacia el fascismo o el comunismo y el tribunal supremo declaró inconstitucional a la NRA. No obstante, el principio de un gobierno federal activo había llegado a Estados Unidos, y estaba allí para quedarse.

El “New Deal”

La política de gobierno de FDR consistió en mejorar el poder adquisitivo de las clases trabajadoras y agrícolas, a la vez que se buscaba la confianza de los banqueros. El Congreso fue acribillado por Roosevelt con mensajes, propuestas y proyectos de ley, medidas todas que fueron aprobadas en un tiempo récord y que afectaban a todo tipo de temas y problemas endémicos del país: el subsidio de desempleo, la industria, la agricultura, el trabajo, el transporte público, la banca y la moneda.

En ese marco, el “New Deal” consistió en estimular el gasto público mediante la inversión en infraestructuras; durante sus primeros años de gobierno Roosevelt ejecutó infinidad de proyectos como centrales hidroeléctricas, rutas, escuelas y en general todo tipo de obras públicas, modernizando significativamente el país.

En relación con América latina, Roosevelt adoptó una línea política basada en la “buena vecindad” con el propósito de contrarrestar la influencia alemana e italiana en la región.

Tiempos de guerra

Cuando Alemania invadió Polonia, el 1º de septiembre de 1939, y estalló la Segunda Guerra Mundial, Roosevelt redobló sus responsabilidades al erigirse en el principal coordinador de los esfuerzos bélicos de los aliados. Aunque Estados Unidos entraría formalmente en la guerra recién el 8 de diciembre de 1941 –un día después del ataque japonés a Pearl Harbor–, desde que Hitler atacó Polonia todas las acciones de Roosevelt se encaminaron a establecer y reforzar los lazos entre los aliados.

En esa línea, en agosto de 1941, se reunió con el premier británico, Winston Churchill, con quien elaboró la Carta del Atlántico, que establecía las bases ideológicas que más tarde inspiraría la carta fundacional de las Naciones Unidas. Dos años más tarde, en enero de 1943, ambos volvieron a encontrarse en la Conferencia de Casablanca, en la que aprobaron la doctrina de rendición incondicional de las potencias del Eje Berlín–Tokio–Roma, para evitar un futuro resurgimiento militar alemán.

Luego, en la Conferencia de Quebec, en agosto de 1943, los aliados planificaron el desembarco de Normandía, y en la de Moscú, de octubre del mismo año, la creación de una organización internacional capaz de asegurar la paz mundial una vez finalizado el conflicto. Esta última cuestión sería abordada con mucha más profundidad y realismo en la Conferencia de Yalta, en febrero de 1945, en la que Roosevelt y sus pares británico y soviético, Churchill y Stalin, sentaron las bases de la futura ONU como única garantía para preservar la paz.

Pese a su decisiva participación en los asuntos internacionales, Roosevelt no llegó a ver el fin de la guerra ni pudo presenciar la victoria aliada por la que tanto había bregado.

Víctima de una degradación física irreversible que lo obligó a recluirse en Warm Spring tras la Conferencia de Yalta, la tarde del jueves 12 de abril de 1945, en momentos en que se encontraba en su escritorio, cayó inconsciente. Murió víctima de una hemorragia cerebral masiva.

Sus restos descansan en los jardines de su residencia familiar en Hyde Park, junto al río Hudson, tal como era su último deseo.