VIERNES, 29 DE NOV

Ramón Carrillo, el médico que marcó un antes y un después en la salud pública argentina

Hoy se cumplen 115 años del galeno santiagueño y ex ministro de salud que llevó a cabo una transformación sin precedentes en la salud pública del país desde una concepción social de la medicina.

 

Nacido en Santiago del Estero el 7 de marzo de 1906, Ramón Carrillo fue un alumno brillante y comprometido, de convicciones fuertes, que terminó el secundario resuelto a seguir la carrera de medicina. Para eso, dejó su Santiago natal y viajó a Buenos Aires volcándose de lleno al estudio. En 1929 se recibió con medalla de oro. Alma inquieta y decidida, alternó entre la teoría y la práctica, realizando trabajos científicos junto al reconocido neurocirujano Manuel Balado, escribiendo para la Revista del Círculo Médico, y trabajando en las prácticas en el Hospital de Clínicas.

Considerado el padre del sanitarismo en la Argentina, Ramón Carrillo fue un destacado neurólogo y neurocirujano, que llevó a cabo una transformación sin precedentes en la salud pública de nuestro país desde una concepción social de la medicina. Creía que ésta debía orientarse «no hacia los factores directos de la enfermedad –los gérmenes microbianos– sino hacia los indirectos”. “La mala vivienda, la alimentación inadecuada y los salarios bajos –sostenía– tienen tanta o más trascendencia en el estado sanitario de un pueblo, que la constelación más virulenta de agentes biológicos”.

Hasta 1945, había dedicado su vida a la docencia y a la investigación, pero en 1946, tras el triunfo de Perón, Ramón Carrillo se volcó de lleno al desarrollo de un plan de salud pública nacional.

En 1946 Juan Domingo Perón lo designó al frente de la Secretaría de Salud Pública, más tarde elevada al rango de ministerio. Durante los ocho años de gestión, y con apoyo de la Fundación Eva Perón, realizó una tarea titánica. Entre 1946 y 1951 se construyeron 21 hospitales con una capacidad de 22.000 camas. La fundación construyó policlínicos en Avellaneda, Lanús, San Martín, Ezeiza, Catamarca, Salta, Mendoza, Jujuy, Santiago del Estero, San Juan, Corrientes, Entre Ríos y Rosario.

Se estableció la gratuidad de la atención de los pacientes, los estudios, los tratamientos y la provisión de medicamentos. Un novedoso tren sanitario recorría el país durante cuatro meses al año, haciendo análisis clínicos y radiografías y ofreciendo asistencia médica y odontológica hasta en los lugares más remotos del país, a muchos de los cuales nunca había llegado un médico. También se crearon hogares escuelas, hogares para ancianos, institutos formación en enfermería.

Se lanzaron planes masivos de educación sanitaria y campañas intensivas de vacunación, con lo que en pocos años se logró la erradicación del paludismo, la eliminación de las epidemias de tifus y brucelosis, se logró combatir casi por completo la sífilis y disminuir la incidencia de la enfermedad de chagas. Además, el índice de mortalidad por tuberculosis se redujo en un 75 por ciento y la mortalidad infantil descendió a la mitad. Se crearon más de 200 centros de atención sanitaria en todo el país y más de medio centenar de institutos de especialización.

Carrillo impulsó la creación de EMESTA, primera fábrica nacional de medicamentos, ideada para el abastecimiento de remedios a bajo precio. También apoyó a laboratorios nacionales, a través de incentivos económicos, procurando que la población tuviera acceso a los remedios.

En julio de 1954, aquejado por una grave dolencia, Carrillo debió renunciar a su puesto. Tras obtener una beca de investigación, partió con toda su familia hacia Estados Unidos, con la esperanza de tratarse de su enfermedad, pero el triunfo de la autodenominada “Revolución Libertadora” lo dejó sin recursos y debió emplearse en una empresa minera estadounidense que tenía un emprendimiento a unos kilómetros de Belem do Pará, en Brasil, donde fallecería el 20 de diciembre de 1956 a los 50 años tras sufrir un accidente cerebrovascular…

Poco antes de morir le había escrito a un periodista: «Si yo desaparezco, queda mi obra y queda la verdad sobre mi gigantesco esfuerzo donde dejé la vida. No tengo odios y he juzgado y tratado a los hombres siempre por su lado bueno, buscando el rincón que en cada uno de nosotros alberga el soplo divino».

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