MARTES, 26 DE NOV

Quiñihual: El pueblo argentino que cuenta con sólo un habitante

Jorge Meier es la única persona que vive en el poblado bonaerense casi “fantasma” y que tiene un almacén de ramos generales que abre todas la tardes. El vecino más cercano vive a 5 km y la localidad está a 502 km de Buenos Aires, y a 15 km de Coronel Pringles que es la ciudad más cercana.

 

Fundado hace poco más de un siglo, en 1910, Quiñihual es un pueblito que se llama, como la estación que era una parada importante entre Rosario y Puerto Belgrano.

Quiñihual, el pueblo bonaerense casi fantasma, cuyo nombre proviene de la lengua mapuche, donde “quiñi” paradójicamente significa único o número uno, y “hual” roble, cuenta con sólo un habitante. El tren dejó de pasar hace tres décadas porque el jefe de estación la cerró y se fue. Sólo quedó un vecino a 5 km de distancia.

Pedro Meier es el dueño de la pulpería y el único habitante que quedó de Quiñihual, que está ubicado a 502 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, en las márgenes serranas. a 55 km de Coronel Suárez, a cuyo partido pertenece, y a 15 km de Coronel Pringles.

Quiñihual había llegado a tener 730 habitantes en la década del ´70, pero la población se fue extinguiendo a medida que los viajes en tren empezaron a disminuir, dos décadas después. Con los habitantes del pueblo ocurrió lo mismo, hasta que solamente quedó Pedro, quien recuerda sobre la actividad económica del pueblo: “En aquellos años había muchos lanares y eso generaba mucha mano de obra. Coronel Pringles, a 30 kilómetros, era la capital de la lana»,

Y agrega que «también se movía mucho la hacienda. Los primeros años se cargaba la hacienda en el tren, ovejas y vacas. Después llegó el camión y de a poco se fue desarmando todo”.

Transcurrieron tres décadas desde entonces y Pedro Meier se mantiene firme en el pueblo, al que llegó cuando tenía 7 años, y el padre y el tío compraron campos en el paraje El Triunfo, a 17 km del conglomerado urbano, por entonces activo a pleno. Desde 1964 que el almacén de ramos generales fue adquirido por su familia con el dinero que le dejó la venta de los lotes rurales. El frente de la pulpería, con más de 130 años a cuestas, da a la estación y en el fondo cuenta con un centenar de hectáreas. Cuando los trenes dejaron de llegar, no quedó nadie, literalmente.

El anteúltimo apagó la luz y las luces se apagaron, porque dejó de haber electricidad. Solamente hay en el almacén, porque Pedro consiguió un generador. Así pudo ver el último Mundial de fútbol y celebrar a Argentina campeón, solo con sus perros. “Como siempre fue algo normal para mí. Solo, en la cocina mirando el partido”, relató el solitario hombre.

“Lo más gracioso que cuando gritaba los goles, los perros ladraban sin entender qué pasaba”. comentó entre risas, que no estaba tan solo para festejar los tantos de la Scalonetta. Contó: “Terminó el partido y salí a la calle y todo seguía igual acá, salvo algún baqueano que pasaba en su chata cada una hora”.

Pedro abre todas las tardes, no sólo para atender a los turistas que se acercan a conocer el lugar, sino también a los trabajadores rurales de las estancias cercanas. Todos ya se acostumbraron a que el lugar esté bien surtido de provisiones y abierto hasta tarde para abastecerse y conversar. Se convirtió en atractivo turístico que visitan cada vez más ciclistas y motociclistas para conocer el pueblo y a su único habitante, así como a almorzar y tomar un trago fresco en el almacén de ramos generales. Es que Quiñihuil se convirtió en una parada obligada en muchos viajes por la cercana ruta 76.

 

 
 
 
 
 
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Una publicación compartida por Ivan Engels (@viajandoporlospueblos)

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