Por Alejandro Maidana

El exilio ha sido para un sinfín de habitantes del mundo entero, la colectora de escape hacía un sueño de libertad y prosperidad cercenado por diferentes agentes tanto internos como externos.

El golpe del 72 en Uruguay, el de Chile en el 73, hicieron que muchos habitantes de estos países sudamericanos emigren hacía un lugar que con anterioridad había sido elegido por exiliados españoles, México. Centroamérica también contribuiría con sus crisis permanentes a esta sangría que parecía no cesar allá por los 70.

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Parte de la familia de Pablo Suárez pisó tierras mejicanas en el 75, en ese entonces ya había guatemaltecos y nicaragüenses, estos últimos abrazarían la revolución sandinista que desplazó al dictador Anastasio Somoza en el 79.

“Junto a mis padres y hermanos llegamos a México en 1979, éramos una familia nómada, al estar muy politizado mi viejo fue armando pequeños mecanismos para llevara delante exilios internos, hasta que llegó uno al exterior”, contó Suárez a Conclusión.

Una vida sencilla, personas comunes sin espalda económica debían pensar en refugiarse en un país no limítrofe como única salida. “Pasé de los 10 a los 15 años en México, recuerdo que la que se puso al hombro el sostén económico fue mi abuela. Gracias a la gran comunidad de uruguayos y argentinos, la gastronomía fue la salida más rápida para poder costearnos la vida”, sostuvo.

“A diferencia de otras familias, tuvimos que vender todo lo que teníamos para poder trasladarnos. No contábamos con ningún apoyo económico, algo de lo que gozaban muchos de los exiliados. Es por eso que me gusta remarcar nuestro caso como algo extraño dentro de los exilios de esa década, éramos personas comunes, trabajadores buscando un nuevo y obligado horizonte”.