Peter Higgs, que predijo la existencia de una nueva partícula que recibió su nombre (y el de Dios) y desencadenó una búsqueda de miles de millones de dólares en todo el mundo que duró medio siglo y culminó con el premio Nobel del año 2013, murió el lunes en su casa de Edimburgo, Escocia. Tenía 94 años y la causa de su deceso fue un trastorno sanguíneo, dijo Alan Walker, su amigo cercano y colega físico en la Universidad de Edimburgo, donde Higgs era profesor emérito.

Peter Ware Higgs nació en Newcastle-upon-Tyne, Inglaterra, el 29 de mayo de 1929, hijo de un ingeniero de sonido de la BBC, Thomas Ware Higgs, y de Gertrude Maude (antes Coghill) Higgs, que se ocupaba de la casa. Creció en Bristol.

En 1964, Higgs era un profesor asistente de 35 años en la universidad cuando sugirió la existencia de una nueva partícula que explicaría cómo otras partículas adquieren masa. El bosón de Higgs, también conocido como “la partícula de Dios”, se convertiría en la piedra angular de un conjunto de teorías conocido como modelo estándar, que encapsulaba todo el conocimiento humano hasta el momento sobre las partículas elementales y las fuerzas por las que daban forma a la naturaleza y al universo.

Higgs era un hombre modesto que rehuía los adornos de la fama y prefería la vida al aire libre. No tenía televisión, ni correo electrónico, ni celular. Durante años se apoyó en Walker para que actuara como su “perro guía digital”, en palabras de un antiguo alumno.

Medio siglo después, el 4 de julio de 2012, recibió una gran ovación al ingresar en una sala de conferencias de la Organización Europea para la Investigación Nuclear (CERN) en Ginebra y escuchar que su partícula había sido finalmente hallada. En una transmisión por internet desde el laboratorio, el mundo entero lo vio sacar un pañuelo y enjugarse una lágrima. “Es realmente increíble que haya sucedido en el curso de mi vida”, dijo en la retransmisión.

Higgs se negó a asistir a las fiestas posteriores y voló de vuelta a casa, celebrándolo en el avión con una lata de cerveza. El CERN, que tiene estanterías con botellas vacías de champán que conmemoran grandes momentos en su sala de control, preguntó si podía quedarse con la lata, pero Higgs ya la había tirado.