SáBADO, 30 DE NOV

Luis Gasparini, pintando la tradición gauchesca con las yemas de los dedos

Los Gasparini son historia viva en una ciudad que ha hecho de la tradición un modo de vida, San Antonio de Areco. Cada uno allí sabe quién es y cómo se ha construido a sí mismo, a imagen y semejanza de la historia que define a todo un pueblo y su entorno.

Por Florencia Vizzi

«Yo soy una persona muy talentosa y muy especial». La falsa modestia no tiene lugar en el atellier museo de Luis Leonardo Gasparini, el pintor gauchesco de San Antonio de Areco. No hay por qué pretenderla, ni disfrazarla. Cada uno allí sabe quién es y cómo se ha construido a sí mismo, a imagen y semejanza de la historia que define a todo un pueblo y su entorno. Hasta Lucy, la perra que hace cinco años acompaña los días del pintor, tiene un lugar destacado y definido, tanto en la construcción de adobe que guarda las memorias y los más preciados objetos de la familia, como en sus relatos.

Los Gasparini son historia viva en una ciudad que ha hecho de la tradición un modo de vida. Osvaldo Gasparini, ahijado del hombre que en la pluma de Ricardo Güiraldes se convirtió en Don Segundo Sombra, desafió al destino bautizando a sus hijos Miguelangel, Luis Leonardo y Rubén Darío. Y el destino tuvo que contentarse y hacerle caso: Rubén Darío se convirtió en escritor y poeta, mientras que Miguelangel y Luis Leonardo siguieron los pasos de su padre y se dedicaron a la pintura. En distintos momentos, los tres fueron distinguidos por las más diversas entidades culturales, en San Antonio de Areco, en el resto del país y en el extranjero.

Todos los caminos conducen a Gasparini

San Antonio de Areco es una ciudad que ronda los 25.000 habitantes, y fue bautizada desde hace décadas «Cuna de la tradición». En su historia se entretejen, cuasi magistralmente, las máximas expresiones de la cultura gauchesca, la literatura y el arte pictórico. El hecho de que Don Segundo Sombra haya sido padrino del fundador de una estirpe de artistas gauchescos es tan literario que parece inventado a medida.

Las calles de Areco, sus construcciones y el aire que se respira en cada esquina muy bien podrían ser las variantes artísticas puestas de manifiesto en cada obra. El puente viejo, las pulperías y bodegones y los gauchos que disfrutan de una buena tertulia al final de la jornada sirven de guía. Siguiendo esos pasos, en ciertas esquinas, en determinadas cuadras, en algunos boliches señalados, el forastero atento notará un nombre que se repite y está presente en las formas más diversas. Un poema grabado junto a un dibujo, oculto de la luz de los faroles, frente a una de las pulperías más antiguas, un dibujo homenaje en la caseta que sirve como base de orientación turística, algunas referencias semiocultas en puntos estratégicos. Entonces, no queda más que preguntar y seguir esas pistas.

Luis Osvaldo Gasparini a las puertas del rancho de adobe construido por su padre, hoy convertido en museo.

Las pistas conducen a la Avenida Alvear. Según se cuenta, en la década del 60, el entonces intendente decidió ampliar una calle para que sirviera de entrada y salida de Areco. Para ello, tuvo que demoler algunas casas, entre ellas la de la familia Gasparini. Con el pago recibido por ese terreno, Osvaldo Gasparini construyó, a instancias del consejo de Benito Quinquela Martín, un rancho de adobe que sirviera tanto de atellier como de vivienda provisoria para la familia. Según esa historia, Quinquela le dijo: «Usted será, algún día, en Areco, lo que yo soy en La Boca”.

Ese rancho de adobe se convirtió luego en el rincón donde los Gasparini dieron rienda suelta a su talento. El museo atellier tiene puertas abiertas, el silencio reina en la superficie pero, de fondo, se escuchan algunas voces y risas que bien podrían ser parte de una sobremesa. El museo atellier tiene puertas abiertas y todos los objetos y obras a la vista. Nadie en San Antonio de Areco parece  temer que ladrones foráneos quieran hacerse con lo que no les pertenece.

El museo atellier tiene puertas siempre abiertas

Entonces, en la recorrida, luego de pasar junto a la escultura de Don Segundo Sombra y a varias vitrinas y diversas pinturas, cuando uno ya ha abandonado el sigilo y confiado, cree que este acto de fisgonería no será descubierto, entonces, con bombachas y pañuelo al cuello y atuendo típico, irrumpe, con un sonoro buen día, desde el lugar donde se originan las lejanas voces, Luis Leonardo Gasparini, que tiende la mano en gesto franco e invita a conversar.

Luis Leonardo Gasparini se define como «historiador, artista y coleccionista», y con la misma vehemencia se proclama «nacionalista y rosista, pero sobre todo, pintor gaucheso». Con mucho orgullo, pero sin una pizca de soberbia, desgrana los triunfos obtenidos en su carrera y ofrece a quien quiera verla, su colección de objetos antigüos, que incluyen desde las primeras ediciones del diario La Nación hasta una plancha de hierro de los primeras conocidas.

«Yo veo pintores que son muy aburridos. Que son individualistas y lo que pintan no dice nada, nada de nada. El pintor tiene que ser espontáneo, creíble, sincero, no tiene que ser careta. El pintor se desnuda a través de su arte. Yo comencé a pintar a los cinco años, y no paré nunca, he estudiado, y aprendido de todo, he hecho maestrías, pero yo pinto lo que siento, y lo que siento, es esta cultura, esta tradición, el gaucho resero. La cultura gaucha es lo más difícil para cualquier pintor, poder reflejarla sin caer en el lugar común».

«La cultura gaucha es lo más difícil para cualquier pintor, poder reflejarla sin caer en el lugar común»

Luis Leonardo Gasparini va y viene en el tiempo, y su conversación, que no decae, es caótica. No sigue un orden lógico o cronológico. En algunos momentos tira algunos conceptos y trata de explayarse sobre ellos, en otros, simplemente, divaga sobre la historia de Argentina, traza paralelismos, y vuelve a la pintura y de allí, en un triple salto mortal, aterriza en pequeñas anécdotas inconexas.

Luis Leonardo junto a un cuadro de su hermano Miguelangel en el museo atellier

Es así como da cuenta que hay más de 50.000 obras suyas esparcidas por todos los rincones del mundo, y que en una de las tantas incursiones que hizo en la Feria del Libro, en Buenos Aires, donde se lo ha convocado en varias ocasiones a pintar en vivo, la editorial Ruy Díaz le propuso ilustrar los dos libros que componen la obra del Martín Fierro. «Lo ilustré de punta a punta, la Ida y la Vuelta. Es una edición de lujo, con más de 300 dibujos. Es uno de los libros más caros del país y ya va por la cuarta edición», dice Gasparini.

«Yo soy astuto en el sentido de que sé ubicarme, yo podría estar en pleno centro de Buenos Aires o en Europa. Pero preferí quedarme en mi lugar, porque lo que encuentro acá me inspira. Yo expuse en los mejores lugares de Buenos Aires, pero no sentí nada, me sentía vacío. Este es mi lugar».

La tradición es la antorcha de los pueblos

Sin dudas, ser ilustrador del Martín Fierro es una de las cosas que más orgullo le provocan a Luis Leonardo Gasparini, ya que se reivindica como pintor gauchesco y un defensor y promotor de la cultura gaucha.

«Pinto la época de Don Segundo Sombra, que había nacido en San Nicolás de los Arroyos, aunque algunos dicen en Santa Fe, en Coronda. El personaje llega a San Antonio de Areco y se conchaba en la casa de los Güiraldes. A partir de él nace la novela, que rescata la vida del gaucho resero. Era Don Segundo Ramírez y Güiraldes le puso Sombra. Él fue padrino de mi papá y lo crió durante años» apuntó, como al pasar. «Y ahí, en la estancia, encontró su veta artística, pintando el gaucho de Areco… y todos seguimos ese camino, marcado por Güiraldes, que hoy transita todo el pueblo».

El pintor intenta esbozar algunas explicaciones sobre las razones por las cuales San Antonio de Areco mantiene con tanta fuerza la vena de la tradición. «El pueblo tiene una magia particular, y otras cuestiones, la distancia con Buenos Aires, 120 kilómetros, y hay que tener presente que fue parte del camino real.  Por acá pasó San Martín antes de ir para San Lorenzo, en 1812. El pueblo se convirtió en una posta, un paso obligado, por aquí pasaron los delegados camino al Congreso de Tucumán en 1816. San Antonio fue un pueblo que abasteció a los gauchos soldados en la época de Rosas, y después, durante la época de las campañas al desierto se armó el Fortín de Areco. En los años 39 o 40, se hizo la primera fiesta de la tradición, y en la década del 70 se instituyó una ordenanza en la cual no se podían tirar abajo las construcciones y era obligatorio conservarlas».

Pintando junto al Segundo Sombra y el Martín Fierro

 

Mientras otros pueblos destruían las viejas tradiciones, Areco revivió a la sombra de ellas. «La tradición es la antorcha de los pueblos, gauchos, indios y gringos son la tradición. Honrar la tradición es tener memoria y rescatar nuestra historia, el pasado, es también saber hacer el presente», enuncia Luis Leonardo Gasparini, casi como una sentencia.

«El honrar la tradición terminó siendo un fenómeno social que se implantó en San Antonio de Areco y quedó como una marca. Siguiendo a dos referentes, José Hernández y Ricardo Güiraldes. El primero refleja al gaucho soldado, la injusticia, la tortura, y el otro al gaucho resero, el tipo libre, que es el que está reflejado en el Segundo Sombra, antes de la crisis del 30…».

«Honrar la tradición es tener memoria y rescatar nuestra historia, el pasado, es también saber hacer el presente»

Luis Leonardo Gasparini divaga otra vez… tradición, cultura e historia se entremezclan en su conversa, pierde el hilo y luego lo retoma, siempre gentil pero altivo. «En esa época (1970) empecé a pintar fuerte, siempre el caballo, siempre al gaucho. Yo encuentro una liberación cuando pinto eso», dice, volviendo a su arte. «En mi temática, represento y valoro el esfuerzo y el heroísmo del gaucho, que viene desde el litoral, desde Entre Ríos, desde Corrientes, y más aún, de los guaraníes y del sur de Brasil».

Los maestros, el arte y la política nacionalista

«He hecho de todo en mi vida, pero dejé todo eso, no me importó el dinero, no me importó nada, dejé todo para dedicarme a mi arte, a pintar. Sólo me importaba adonde quería llegar. Hace 50 años que vivo de esto…».

Si uno le pregunta a Luis Leonardo Gasparini adónde es que quiere llegar, cuál sería su meta, habla de Molina Campos. «Yo quisiera llegar hoy a lo que hizo Florencio Molina Campos. Le llevó cuarenta años, ¿eh? Pintó el gaucho gringo, yo pinto el gaucho resero, el del litoral… yo no pinto el gaucho bacán, estanciero, nunca lo pinté, porque no me llega. Yo pinto la esencia del gaucho, del hombre argentino antes de la inmigración». Y ahí, Gasparini vuelve otra vez a su historia. «Después de la llamada ‘Campaña del Desierto’, cuando el gaucho no le sirvió más al gobierno, fue desvalorizado, humillado, olvidado. Se los tildó de vagos, se dijo que había que regar las tierras con la sangre gaucha. Ese gaucho despreciado es el que revalorizó Molina Campos cuando yo nacía. Y 40 años después se revalorizó el arte de Molina Campos… yo hago un paralelismo entre el resero y gringo, pero yo pinto el resero, porque yo con mi arte hago política nacionalista. Por eso defiendo a Rosas, porque era auténticamente nacionalista…. Yo creo que la famosa grieta de la que tanto hablan ahora empezó ¿sabés cuándo? con el fusilamiento de Manuel Dorrego. …yo hago política con mi arte y estoy convencido de lo que hago».

«Yo pinto el gaucho resero, yo no pinto el gaucho bacán, estanciero, nunca lo pinté, porque no me llega…. Yo pinto la esencia del hombre argentino antes de la inmigración»

Florencio Molina Campos no es el único pintor al que Luis Leonardo Gasparini dice admirar. Retoma su historia y recuerda cuando Raúl Domínguez lo invitó  Rosario.

«En 1972 hicimos una gran exposición en Rosario, que fue apadrinada por Raúl Domínguez, el pintor de las islas. Fuimos allá invitados por Enrique Gallardo, el padre del músico, que tenía un programa de radio muy exitoso por aquel entonces, «El almacén de la Candelaria». Gasparini parece deleitarse con ese recuerdo. «Nos alojamos en una quinta en Funes y estuvimos allí una semana o más. Compartí mucho con Domínguez, fue un gran pintor, yo lo admiro muchísimo, tenía una paleta hermosa, pintaba como los dioses, una paleta maravillosa».

Ilustraciones de la edición del Martín Fierro realizadas por Luis Leonardo Gasparini

Luis Leonardo Gasparini también reconoce a Juan Bautista Castagnino como uno de sus maestros y no repara en elogios para Vincent Van Gogh, a quien pone en el podio de sus referentes.

«Estudiando a Van Gogh aprendí que él había conseguido 70 tonos de amarillo. Y yo me propuse conseguir una gran gama tonal en mis trabajos, pero de otra forma. Busco muchos colores en una forma rápida, yo no sé cómo transmitirlo, cómo explicar lo que hago… sale así, hay que sentirlo… Yo inventé una técnica propia que es única, que es óleo al pastel con las yemas de los dedos, yo voy dando el color en una capa muy fina de color, con la piel… tengo mucha sensibilidad con las manos, y es en mis manos dónde está el color. No hay un tipo que pueda copiarme un cuadro a mí… Primero hago el dibujo, el boceto, y luego le doy el color. Lo raro mío es que en cada lámina que yo hago el color es diferente, nunca me queda igual».

Luis Leonardo Gasparini no quiere terminar este encuentro sin mostrar cómo es su técnica en vivo. «Yo dibujo y pinto al mismo tiempo, y ni siquiera uso pinceles», dice con una sonrisa que evidencia una sólida confianza en sí mismo.

«Yo inventé una técnica propia: óleo al pastel con las yemas de los dedos, yo voy dando el color en una capa muy fina de color, pero con la piel»

«Esto es lo que hago siempre, la gente viene a visitar el museo y yo los pinto en vivo. Este es un punto de encuentro en el pueblo. Así que tengo un desafío permanente porque aquí viene mucha gente de muy diversas capacidades intelectuales. Y el desafío más grande es ese, intuir la esencia de la persona que viene y pintarlo en el momento y capturar esa esencia. Esa es la sal de la vida, la riqueza del momento en que vivimos, la pasión, la emoción. Lo mío es llevar el pasado en el presente».

 

Luis Leonardo Gasparini sigue hablando, y entretejiendo historia, arte y pasiones. Se sienta en la puerta del museo atellier y se deja fotografiar. A su lado, Lucy no ceja en su empeño, ella también será parte de la foto.

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