MARTES, 26 DE NOV

Los bailes de Carnaval, fiesta y refugio histórico para las personas travestis y trans

Los edictos policiales históricamente criminalizaban los encuentros y existencias LGBTIQ+, pero la comunidad travesti-trans se las ingenió para sortearlos poniendo el cuerpo. Brillos, lentejuelas y alegría, aunque a la salida de los bailes eran humilladas y arrestadas.

 

El derecho al placer para los cuerpos que se salen de la norma era, hasta no hace mucho tiempo, merecedor de detenciones por parte de las policías provinciales. Los carnavales son para las travestis y trans “la fiesta de la liberación”. Eran muchas las que esperaban esos días para “montarse” sin el temor de ser perseguidas, criminalizadas y marginalizadas.

Como reapropiación de los símbolos de la alegría, Karen Ayelén Jumilla, “La Cata”, una travesti entrerriana oriunda de Nogoyá relató sus inicios en los corsos del verano de 1986, en la comparsa Panambí. Sobre su experiencia contó: “Nosotras la pasábamos mal, la gente en nuestras vidas cotidianas nos maltrataba, nos insultaba y violentaba. Éramos unos monstruos, nos tiraban piedras, huevos y tomates. Se creían con el derecho a dañarnos”.

Nos sentíamos unas estrellas bailando en el corso, nos aplaudían, éramos diosas”, graficó Jumilla y añadió que el problema estaba al final del circuito, “porque nos esperaba la policía y nos invitaba a subirnos sin resistencia al patrullero. Y no nos oponíamos porque era peor. Lo más leve era que nos tuvieran presas unos días y nos cortaran el pelo para ridiculizarnos y no saliéramos a la calle a laburar. Te dejaban salir antes, pero previo te ‘garchaban’ entre tres o cuatro”.

La Agencia Presentes, un sitio especializado en dar cobertura a noticias del colectivo LGBTIQ+ realizó una radiografía de cómo eran estos días de carnaval sobre todo para las personas travestis-trans. Señaló que históricamente la persecución policial estuvo amparada en los Códigos Contravencionales, de Faltas y los Edictos Policiales. “Estas normas restringían la permanencia y circulación en la vía pública y eran la principal herramienta de control estatal sobre esta población y otros grupos sociales vulnerados”, señala el portal.

Mónica Estefanía Gómez es una mujer trans de 51 años que vive en Villa Rosa, partido de Pilar, provincia de Buenos Aires. Empezó a salir en los carnavales en el año 1997 con la murga “Los Halcones de Villa Rosa”. “Era difícil para quienes no estábamos operadas ni nada, que no cumplíamos con los estereotipos. Había mucha discriminación, más aún si no tenías ninguna cirugía”, detalló Mónica.

Ella misma fue quien recordó los momentos en los que se “montaba”: “Salía toda hecha con panchos y armaba mis corpiños con alpiste. ¡Horas me llevaba! Deseo que no se apaguen los corsos y que las chicas trans de las nuevas generaciones puedan divertirse sanamente y sin miedos, ya que el corso es diversión. Tienen el desafío de sostener eso que nos ha costado tanto conquistar”.

Preciso es decir que negar el reconocimiento de la coexistencia de las travestis y trans fue y es motivo suficiente para no concederles los derechos. Días como éstos, un fin de semana largo de carnaval eran verdaderas celebraciones. Las historias entonces se entremezclan con el punto en común de la exclusión y violencia por el hecho de ser quienes son.

 

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