Por Fabio Montero

Un informe de la ONU señala que durante el año pasado varios establecimientos escolares fueron bombardeados en la provincia Siria de Idlib. Las escuelas Sirias son permanentemente destruidas por los bombardeos, y más de una vez, debieron ser trasladadas a zonas rurales (muchas veces bajo tierra) para evitar el asedio de las bombas. Otras veces, las maestras simplemente barren los escombros, acomodan los bancos derruidos, y entre la mampostería caída abren las puertas para dictar clases.

La escuela es imperecedera, y por sobre todo, suele reponerse con rapidez de los escenarios más adversos. Pase lo que pase se pone de pie y siempre tiene las puertas abiertas para izar la bandera y dar los: “buenos días chicos”.

En nuestros días de cuarentena, producto de una de las pandemias globales más agresivas de los últimos tiempos, y salvando las distancias con un bombardeo, las escuelas están en la primera línea de respuesta.

Los docentes, junto con los profesionales que cubren la emergencia, son los que todos los días barren los escombros, y entre la mampostería, abren las puertas para dar la bienvenida.

La escuela de la pandemia, que no solo atiende la demanda alimenticia de miles de chicos, no ha dejado de dar respuestas académicas. Las clases nunca se suspendieron, y desde el inicio del ciclo lectivo, allá por el mes de marzo, continuaron su dictado. Ahora en aulas virtuales.

Nuestras escuelas saben de tiempos complejos: son comedores, centros de evacuados, refugio de los “sin techo”, vacunatorios, lugar de encuentro de la comunidad y sedes de capacitación laboral. La pandemia agrega otra complejidad, una más, para la cual la escuela se prepara.

Al igual que un organismo biológico, las instituciones también producen sus anticuerpos y se reponen de la enfermedad. Hoy, frente al aislamiento social, las escuelas reconvierten sus aulas y cambian el pizarrón por la pantalla.

Miles de trabajadores de la educación vencieron sus propias limitaciones y comenzaron a diseñar currículos virtuales. Días tras otros, generan contenidos para que los alumnos no pierdan un solo día de clases; para que la escuela siga presente en cada hogar; para que cada chico pueda exorcizar la pandemia con alguna tarea de matemáticas o lengua.

Una vez más la escuela se repone de la complejidad: plataformas Web, aplicaciones educativas, tutoriales de YouTube, Facebook, Instagram, Gmail, Classroom y Zoom desvelan a los docentes y los obligan a navegar en un tormentoso mar que pocos conocen. Aún así, se internan en las profundidades para lograr lo mejor de la educación pública.

Las catástrofes, que son tan repentinas como intensas, muchas veces obligan a improvisar sobre la marcha, a someter a casi todas las acciones a prueba y error. Nadie prepara para educar en cuarentena. Nadie está capacitado, ni siquiera los docentes más vinculados con la educación digital, para enseñar en un contexto de pandemia.

La crisis sanitaria global rompe el equilibrio escolar e impone sus reglas. La planificación académica se desplaza a un nuevo ámbito e invalida la realidad corpórea que los docentes habitaron desde siempre.

La presencialidad se dispersa en múltiples dispositivos mientras el docente se fragmenta en vínculos virtuales para los cuales no estaba formado. Las aulas de la pandemia no son simples aulas virtuales, porque docentes y estudiantes forman parte de un dispositivo contextualizado por el miedo, el peligro, la ansiedad desmesurada, la fantasía de contagio y muerte. Es imposible que este rompecabezas desarmado no interfiera en el acto pedagógico.

La escuela de la pandemia está reconstruyendo el objeto educativo, creando en el caos, reescribiendo un manual de uso en una especie de: “En caso de emergencia rompa el vidrio”. Las circunstancias históricas exigen un nuevo dominio de las técnicas, un control instrumental que permita campear el temporal, un descubrimiento creador, un acto de coraje que neutralice el miedo.

Las escuelas y los docentes de la pandemia, una vez más, barren los escombros y entre la mampostería caída acomodan los bancos, abren las puertas (virtuales) y dan la bienvenida. Siempre será así.