La Aurora austral es uno de los fenómenos que nos provee la naturaleza de los más espectaculares que existen. Máxime cuando sabemos que, aunque la vemos aquí, en el suelo, como si estuviese muy cerca, se produce a centenares de kilómetros de altura cuando los protones y los electrones que proceden del Sol quedan atrapados en el campo magnético polar.

Las auroras aparecen en dos óvalos centrados encima de los polos magnéticos de la Tierra, que no coinciden con los polos geográficos. Ocurre cuando partículas cargadas (protones y electrones) procedentes del sol son guiadas por el campo magnético de la Tierra e inciden en la atmósfera cerca de los polos, cuando esas partículas chocan con los átomos y moléculas de oxígeno y nitrógeno, que constituyen los componentes más abundantes del aire, parte de la energía de la colisión perturba a esos átomos y moléculas, llevándolos a estados excitados de energía, los átomos y moléculas vuelven al nivel fundamental y devuelven la energía en forma de luz. Esa luz es la que vemos desde el suelo la denominamos “auroras”.

Las partículas del viento solar viajan a velocidades desde 300 a 1000 kilómetros por segundo, de modo que recorren la distancia Sol-Tierra en aproximadamente dos días. En las proximidades de la Tierra, el viento solar es desviado por el campo magnético de la Tierra o magnetosfera. Las partículas fluyen en la magnetosfera de la misma forma que lo hace un río alrededor de una piedra o de un pilar de un puente.

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Este fenómeno provoca un curioso efecto de colores y tonalidades diversas que parecen querer pintar los cielos nocturnos y estrellados de la Tierra. Por eso, dado su toque espectacular, pero también romántico y casi misterioso, en lugares como Argentina ha sido bautizada como las luces del sur.