Por Daniel Siñeriz

Quienes, desde nuestra tierna infancia consumimos el producto de la “Industria” cinematográfica norteamericana, hemos podido percibir que, si bien fueron cambiando los protagonistas, lo que se mantuvo firme fue la tesis de fondo: “Ellos son los malos y nosotros los buenos”.

Siempre el malo era el otro: los indios, los alemanes, los japoneses, los rusos, los vietnamitas, los negros…y así la larga lista de la galería de la maldad. Después la cosa fue más sutil: los marcianos, los extraterrestres y también los Invasores, que estaban “camuflados” y pasaban como cualquiera de nosotros.

Entre ficción y realidad, realidad y ficción, la tesis se sostiene en el tiempo. Y, ahora más que nunca, con este “invasor global” con rasgos similares: de afuera hacia adentro, todos sospechosos de portación, posibles cómplices del enemigo y hasta con máscaras y disfraces puestos.

Un simple toque de espejo nos puede ayudar en la reflexión para delimitar responsabilidades. A partir de nuestra condición, donde “lo bueno y lo malo” nos habita profundamente; el resultado depende de lo que decidamos cultivar y del entusiasmo con el que abordemos nuestra paciente tarea cotidiana.

Con una mentalidad superadora podremos responder al desafío, siempre latente, de construir vínculos más humanos y hasta fraternos, y de plantarnos con una actitud similar en el trato necesario y vital con nuestro hábitat.

Se trata de animarnos a quebrar la vieja tesis de un mundo dividido entre buenos y malos y animarnos a convocar lo mejor de cada uno para transitar, “codo a codo”, la búsqueda impostergable del bien común.