En sus inicios, las Abuelas de Plaza de Mayo realizaron un recorrido por el mundo en búsqueda del método científico, inexistente en ese entonces, que les permitiera corroborar el vínculo genético con los nietos víctimas del robo de su identidad durante la última dictadura cívico militar. Este sábado 22 de octubre la institución cumple 45 años de vida y de lucha.

«Una noticia pequeña en un diario de La Plata sobre un padre que negaba su paternidad que fue obligado a comparar su sangre con el presunto hijo y resultó que sí lo era, fue el disparador. Con la palabra «sangre» a nosotras se nos iluminó la posibilidad de poder hacer lo mismo con la nuestra para hallar a los nietos», explicó la titular de Abuelas, Estela de Carlotto,  en el marco del 45° aniversario de la fundación de la organización.

Ese fue el puntapié inicial que las llevaría a viajar por el mundo en búsqueda de una respuesta: las Abuelas recorrieron doce países golpeando las puertas de los laboratorios y genetistas más reconocidos para saber si ello era posible.

«Viajamos por toda Europa pero en todos los países se nos dijo que no había posibilidad alguna de que con nuestra sangre se pudiera comparar y corroborar la identidad de un nieto», explicó la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.

Sin embargo, no se detuvieron. Viajaron a Estados Unidos, primero a Washington al encuentro del por entonces director del Programa de Ciencia y Derechos Humanos de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS por sus siglas en inglés), Eric Stover.

«Él nos alentó y nos dijo que se iba a ocupar de ver si se podía encontrar algún resorte que nos permitiera lograrlo», recordó.

De allí fueron a Nueva York donde las recibió una «persona clave en este recorrido», el reconocido genetista Víctor Penchaszadeh.

«La ayuda de Víctor fue invaluable, nos acompañó siempre. Es un gran amigo al día de hoy. En ese entonces recuerdo cómo junto a su mujer nos abrieron las puertas de su casa cuando tantos ya nos habían dicho que no», reconoció con emoción Estela.

En la misma ciudad visitarían luego al doctor especialista Fred Allen. «Lo vamos a pensar´’, nos dijo», recordó Estela y agregó: «No dijo no».

«Mary Claire King también nos había recibido en Berkeley y luego seguimos en contacto con ella y su laboratorio, nos iban explicando y acompañando en esta búsqueda colaborativa», recordó también sobre la actitud comprometida de la genetista estadounidense.

En 1984 ya en democracia en la Argentina, Penchaszadeh, Stover y King presentan en el simposio anual de la AAAS el «índice de abuelidad» que permitió confirmar este vínculo a partir de los antígenos de histocompatibilidad (HLA, por sus siglas en inglés) con un nivel de precisión del 99.9%.

«Ya con la herramienta era hora de encontrar el lugar dónde hacerlo y los primeros años sería el Hospital Durand pero ya con la tranquilidad de saber que era posible encontrar a nuestros nietos en cualquier lugar de la Argentina o del mundo», relató Estela.

Es así como el 1º de junio de 1987 en Argentina se creó el BNDG, el primer banco de datos genéticos de este tipo del mundo y que, en la actualidad, incluye los perfiles genéticos de unos 300 grupos familiares con un promedio de cien personas por mes que acuden a hacerse un análisis de ADN contra su base de datos.

Cinco años después la fundación del BNDG – también a pedido de las Abuelas- se creó la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi) cuya misión es la búsqueda de los menores secuestrados o nacidos en cautiverio durante el terrorismo de Estado y es una de las dos instituciones – la otra es la Justicia- que puede solicitar al banco un análisis de ADN.

«Nuestra sangre era el camino, la respuesta que estábamos buscando, después de tanto preguntar y con la ayuda invaluable de todos los que nos acompañaron en esta búsqueda pudimos comprobar que sí servía nuestra sangre para poder compararla con el posible nieto sin temor al error en el encuentro», concluyó Estela.

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