Por Jennifer Hartkopf

Ernesto Rathge, psiquiatra reconocido de la ciudad, habla de la vida. Sin prisa y con pausa, pensando en detalle cada una de las palabras, aporta su mirada profesional sobre los rasgos más distintivos de estos tiempos que corren; sobre la familia, el fanatismo, la búsqueda de la felicidad y la tensión relacional. También ofrece su perspectiva sobre el vínculo existente entre la tecnología y el individuo, así como sobre la necesaria ‘laboriosidad’ que implica vivir en el planeta.

Todos y cada uno de los temas conversados durante la entrevista son muy diversos, pero todos presentan la característica de tener un denominador común: la anomia, como explica Rathge, la falta de normas.

La palabra ‘anomia’ se repite varias veces durante sus explicaciones y tiñe casi todas las respuestas. ¿Será que se ha perdido la autoridad? ¿Que no se respetan más las reglas? ¿Que ahora reina la indisciplina? Según Rathge, la anomia es un tema que “debe ser revisado”.

“Sin duda la anomia, que es una base clara y distintiva de esta cultura, el hecho de no saludar, de no ver al otro, de no cederle el asiento a un hombre mayor, eso es algo que deberíamos revisar y que además no depende de ningún político, depende exclusivamente de nosotros”, apuntó el profesional con mirada crítica.

Ernesto RatgheErnesto Rathge comenzó a ejercer como psicoterapeuta hace 40 años en un país muy distinto al actual; sin embargo considera que “los tiempos de la humanidad siempre han sido complejos, no es que ahora lo sean más o menos. Vivir en el planeta no es tarea sencilla, es una tarea ardua que siempre exige una gran laboriosidad y eso es lo que distingue a nuestra especie, a lo humano. Ese intento permanente por ir más allá de sus circunstancias”, contextualizó.

Para hablar sobre los rasgos distintivos de este tiempo, Rathge mencionó tres cambios importantes: alteración del sentido de la autoridad, aumento del registro de individualidad -hombre en el centro de la escena- y una mayor capacidad de encuentro con los otros.

Sobre la alteración de la autoridad señaló que “algunas veces suele ser excesivo porque se cae en un exceso de libertad. En estos momentos -remarcó- la autoridad es un sentido que está puesto en cuestión”.

Respecto a la capacidad de encuentro con los otros, destacó que “a pesar de que se ha dado un aumento de la individualidad, se da un aumento de la capacidad de comunicarnos, que hasta inclusive está sostenida en la tecnología que facilita enormemente el intercambio entre todos nosotros. Esto por supuesto tiene el riesgo de todo exceso, pero es algo muy positivo”.

En ese sentido, acudió a Jeremy Rifkin, quien escribió “La civilización empática”, para decir que “esta es la edad de la empatía, una edad donde la posibilidad de que nos comuniquemos más y nos entendamos mejor está empezando aumentar”.

-A nivel global hablaba de la alteración de la autoridad, ¿cómo podría traducirse eso en la familia, cómo repercute?

La familia es la célula básica de nuestra cultura. Ahí se “fabrican” las personas que constituyen nuestra cultura. La familia fabrica en sus niños el futuro. Las figuras autoritarias de tipo patriarcal tienden a diluirse, a atenuarse, y aparecen otros modos de organización de la familia, más horizontales que tienen un riesgo que es que los niños en un momento necesiten que alguien les marque los límites, les marque la ley, la norma y eso es una cosa que está bastante dificultada en esta época. Las familias “fabrican” más de lo deseable, niños anómicos, es decir, sin normas. La sociedad reproduce este sistema, entonces la tendencia a lo anómico aparece instalada en los modos de relación social, en la política. A veces el poder decirle que no a un chico es organizador de la vida, y el chico necesita una cierta dosis de “no”.

-También decía que la tecnología facilita el intercambio y la comunicación entre todos y destacaba su carácter positivo en ese sentido, pero a su vez, ¿no distancia a las personas?

-La tecnología es un instrumento, no es un hecho en sí. El tema es como uno lo utiliza. No hay que tenerle miedo a la tecnología, hay que utilizarla y saber ponerse el límite.

-¿Cuáles son los riegos de no ponerse un límite?

Si la tecnología se usa de un modo anómico se va en desborde, entonces la persona está más enchufada con el Facebook que con la persona que tiene adelante. Eso sería una distorsión, pero que haya distorsiones no debe hacernos perder de vista lo valioso que esto aporta.

-¿A qué atribuye la violencia moral, la falta de tolerancia entre unos y otros?

El aumento de la irascibilidad, el aumento de la tensión relacional, es una de las consecuencias de este sistema anómico. Es decir, si yo no tengo registro del otro, lo voy a llevar puesto. Hay una palabra tremenda para esto que es la idea del ninguneo: cuando yo convierto al otro en ninguno y lo atravieso como si no existiese. Esa es una tendencia que está instalada, no necesariamente es así de terrible, ni la única porque a veces somos un poco extremos en eso.

-En esa vorágine en que vivimos, ¿cómo encuentra uno armonía interior?

-Cuando se produjo el apagón, yo estaba en el consultorio y lo que quería era volver a mi casa. Tomé un taxi y me di cuenta de que todo el mundo volvía a casa. El primer gesto que todos tenemos ante una dificultad es volver a casa, es volver a nuestra intimidad. La casa no sólo como espacio físico, sino como espacio de encuentro con nuestros íntimos y con nuestra interioridad. Es un tema de “centramiento” en esa intimidad y en esa interioridad, en una época que a veces propone demasiado ligeramente la fuga. O sea lo centrífugo, la salida hacia el afuera. Hay que saber volver hacia uno mismo y hacia la relación con nuestros íntimos, que tenemos además que cultivar con mucho esmero porque es como un jardín, hay que cuidarlo siempre.

-¿Cómo influye el estado de ánimo del otro en cada uno? ¿Se contagia?

-Influye en contra pero también a favor. Yo puedo meterme en esa vorágine y ser un autito chocador más del parque de diversiones absurdo que a veces construimos, o convertirme en alguien que opere aportando alguna cierta dosis de serenidad, que eso también va a impactar en el otro. Es decir, uno puede viralizar la inquietud y el estrés, pero también puede viralizar la serenidad.

-¿Podemos decir que en cierta forma vivimos alienados?

La alienación se da en el sentido de la pérdida de contacto con la interioridad, la intimidad y también con la cultura en la que vivimos, son tres niveles. Y esto puede ser una de las características más complicadas de esta época. El retorno a uno mismo y al espacio de interioridad es un instrumento muy poderoso para trabajar no sólo con el adulto, sino también con los niños y jóvenes. Si los jóvenes no tienen a dónde volver porque la casa es una casa cerrada, sin vida, sin intercambio, se extravían y hoy hay muchos jóvenes extraviados.

-¿Por qué a veces se ve tan desviado, extraviado el camino hacia la felicidad?

Una cosa es bienestar y otra cosa es felicidad en el sentido de que la felicidad aparece como una especie de completitud, que se da muy pocas veces, como dice la canción de Serrat “de vez en cuando la vida toma conmigo café”, sólo de vez en cuando. No es que uno debe plantearse ser infeliz, lo que ocurre es que si te planteas una exigencia de felicidad la buscas a cualquier costo, por ejemplo incrementando el consumo, incrementando un hedonismo vacío, y ahí te metes en líos. Porque es justamente en esa búsqueda imposible, porque no se puede obtener una felicidad total, que uno debería aspirar al bienestar que siempre implica un límite y además uno tiene que saber que a veces la vida se pone dura con uno y que a veces es difícil y que hay dolor y pérdidas, y eso forma parte de la vida, no es una patología de la vida. La tristeza a veces es una emoción lógica y tendemos a pensar que la tristeza tiene que ser rápidamente reemplazada por el cotillón y no necesariamente es así. A veces es sano estar triste, a veces es sano estar asustado o enojado.

-¿Cuáles son las principales consecuencias de esta búsqueda imposible?

Esta historia de la búsqueda de la felicidad, hace que no nos tomemos el trabajo de construir nuestros vínculos. Como dice Sigmund Bauman que trabaja el tema de la modernidad líquida: “El amor no se encuentra, se construye”. Es un acuerdo el amor, entre dos personas que deciden construirlo y cuidarlo y creo que esa fugacidad está ligada al poco esfuerzo que hacemos para cuidar nuestros vínculos y se produce una historia de bajo compromiso relacional. Otra vez la metáfora del jardín, si no lo cuidas muere.  Vuelvo a mi definición de la anomia. El niño anómico es alguien que no quiere compromisos que quiere rápidamente obtener lo que quiere, pero hay que saber que todo en la vida implica laboriosidad.

-Por último, ¿cómo describiría el fanatismo en relación a la política?

-Hay una función clave de los líderes que tenemos y de los líderes que elegimos. Hay un ida y vuelta, maneras relacionales y formas de construcción vincular más justas, más respetuosas, para nada violentas, lo que no quiere decir que no deben ser firmes, que se van construyendo desde las zonas políticas de nuestra cultura y eso tiene mucha importancia en cómo vivimos. Las personas tenemos una enorme capacidad de autonomía, aún en la peor circunstancia, el ser humano tiene posibilidad de encontrar su propio rumbo, aunque sea mínimo, pero los contextos son muy importantes y el contexto tiene mucho que ver con la sociedad, con la cultura. Se produce un circuito de influencia recíproca. Por eso lo que ocurre contextualmente está muy ligado a los líderes que elegimos. El fanatismo es una tragedia relacional porque niega al otro en tanto y en cuanto solamente reconoce como verdadero su propia perspectiva, entonces instala una sola versión, en vez de aceptar que hay múltiples versiones. Después puedo yo elegir cuál me parece la más aceptable, pero estoy obligado a aceptar que existen las versiones de los otros. El dogmatismo político, religioso, niega al otro y lo destruye. Y este es uno de los grandes problemas que nosotros tenemos en el mundo y en alguna medida, de un modo bastante significativo, se ha venido dando en nuestro país.