Por Alejandro Maidana

Mientras que por estos arrabales santafesinos debemos convivir no solo con un molesto virus importado, sino también con la desidia que llega en forma de humo desde las islas entrerrianas, en la provincia vecina las fumigaciones del agro parecen contar al igual que las quemas, con una exasperante impunidad.

La provincia gobernada por Gustavo Bordet, adlátere del agronegocio fumigador, parece caminar para atrás al igual que el cangrejo. En un marco pandémico en donde suele resaltarse de manera empalagosa la necesidad de cobijar la salud, distintas actividades enemigas de la misma se muestran consolidadas y por ende, desprejuiciadas.

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De manera explícita contemplamos que los distintos discursos políticos viajan en contramano de las acciones privadas que deberían estar controladas tanto por el estado como por la propia justicia. Un verdadero surmenage que genera un impacto enorme no solo en aquellos que deben convivir con los atropellos a la salud y al ambiente, sino también en quienes reproducimos estas pesadas historias de abandono y desamor.

Mientras se endurece el debate sobre qué tipo de modelo agropecuario necesitamos para poder alimentar a un país que observa como el latifundio solo produce bienes transables, el agronegocio sigue su curso aprovechando la pandemia y el colapso económico para aportar sus “benefactores dólares”, un alivio para pocos, una rotunda pesadilla para muchos. La necesidad de avanzar hacia una sincera y emancipadora soberanía alimentaria, requiere no de otro modelo productivo, pero por sobre todas las cosas, de decisión política.

Una vez más en el Sexto Distrito entrerriano volvieron a fumigar a Lidia

Lidia Rosana Moreira vive en el Sexto Distrito, Entre Ríos, localidad que se encuentra ubicada entre Victoria y Gualeguay, para citar una referencia que ayude a ubicarla con certeza. En 2018 había sufrido una fumigación a solo 5 metros de su hogar, quedando toda su familia, en medio de una nube tóxica que no tardaría en generar problemas físicos de manera inmediata.

Claro, desde ese momento, la batalla contra las aspersiones la colocó en una posición sumamente incómoda, visitas a fiscalía, el ninguneo policial y el abandono estatal, pasaron a ser moneda corriente en la vida de una mujer que se debate entre el abandono, y la resiliencia para afrontar la desidia en todas sus formas.

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Mientras que la idea de <soberanía alimentaria> está escrita sobre el agua, el ministro de Agricultura Luis Basterra descartó que esté previsto un aumento en los derechos de exportación, y manifestó que la crisis “tenemos que superarla con una mayor producción» instando a que los productores aumenten sus superficies. Un panorama sumamente oscuro, teniendo en cuanta que mientras tanto pequeños y medianos productores, junto a distintas familias campesinas, siguen resistiendo los embates fulminantes de este modelo, el del agronegocio que no deja de reinventarse desde sus privilegios.

Se presentó en mi casa la ingeniera agrónoma para avisarme  que iban a fumigar el campo lindero, ante mi negativa por el viento reinante, solo atinó a decirme que estaba avalada por la policía y que no había marcha atrás

Si bien todo lo antes mencionado puede servir solo de catarsis, la realidad envenenada sigue su curso de la manera más despiadada. El día jueves a las 8.30 hs, a Lidia Moreira la volvieron a fumigar, reduciéndola a la nada, empujándola nuevamente a transitar los rincones más resguardados de su hogar, que una vez más se convertiría en su cárcel. “Se presentó en mi casa la ingeniera agrónoma para avisarme  que iban a fumigar el campo lindero, ante mi negativa por el viento reinante, solo atinó a decirme que estaba avalada por la policía y que no había marcha atrás”, comentó la vecina fumigada en diálogo con Conclusión.

Yo me descompuse, mi mamá, una mujer de 91 años y con parkinson, sufrió una suba importante de presión

 

Oídos sordos y corazón helado, de esa manera <respetando> los irrisorios 50 metros de exclusión, se realizaría una nueva aspersión que obligaría a Lidia a recluirse en el interior de su hogar. “El viento era terrible, apenas iniciaron la fumigación fue cuestión de segundos para que el veneno nos rodeara. Yo me descompuse, mi mamá, una mujer de 91 años y con parkinson, sufrió una suba importante de presión, algo que jamás había sucedido. Es más, mi madre venía caminando y ellos no dejaron de asperjar, esto ante la vista de quienes deberían protegernos, los policías”.

Nos vienen matando en silencio, es desesperante, necesitamos que alguien nos ayude, no soportamos más

Alejandro Belingeri es el dueño del campo, pero claro, a él no le llegan los venenos, ya que reside en Buenos Aires. “Nos vienen matando en silencio, el comisario que se encontraba en el lugar tuvo el tupé de decirme que el olor que sentíamos era igual que el <Raid> que tirábamos en casa, claro, lo que omitió decir es que en ese caso uno elige envenenarse, acá me obligan a hacerlo. Es desesperante, necesitamos que alguien nos ayude, no soportamos más”, concluyó Lidia.