Por Jorge A. Ripani

No conozco voz de mando,
nací con la humanidad.
Si me andan necesitando
aquí me estoy presentando:
me llaman LA LIBERTAD”.
Julio Migno

 

Los primeros testimonios escritos en torno al gaucho corresponden a funcionarios ibéricos. En un inicio se emplean vocablos pero mayormente locuciones para su referencia.

Hacia 1641 la Real Hacienda denomina a los habitantes rurales de la cuenca del Plata “criollos de la tierra”. Allí se los considera hábiles para las compañías de caballería por sus aptitudes con los caballos, ser buenos domadores, vaqueros, cuereadores, y demás faenas.

En documentos del siglo XVIII se utilizan términos que anteceden al de “gaucho” y significarían algo similar, ora positivo, ora negativo. Generalmente se los encuentra considerados en plural: “matadores”, “robadores de mujeres”, “vagabundos”, “ladronicios”, “malos mozos”, “grandes dañinos”, “cuchilleros”, “peleadores”, “cuatreros”, “ladrones de la campaña”, “amancebados”, “jugadores”, “forajidos”, “mancebos de la tierra”, “animado”, “mozo español asalariado”, “indio esclavo”, “indio conchabado”, “agregados y entenados suyos”, “asistente de peón”, “agregado con su rancho”, “peón conchabado, su ejercicio es cuidar ganados mayores”, “capataz”, “peón asalariado”, “gente de faena”, “mozo de faena”, “domador criollo”, “peón baqueano”, “rastreador”, “ladrones portugueses”, “castellanos contrabandistas”, “hombres errantes”, “haraganes”, “paseanderos”, “desertores”, etc.

Ahora bien, en 1713 aparece documentado en el exiguo corredor porteño “un tipo gauchesco que luego será popular en ambas bandas del Rio de la Plata; es el que vaga de estancia en estancia, el arrimado”. Pasa a llamarse “agregado” en 1788 pero ya en 1730 se encuentra que en Montevideo se les llama “arrimados” y en Buenos Aires “agregados”. Designan lo mismo. Son aquellos que vagan de estancia en estancia pidiendo permiso para comer y dormir. A cambio ayudan en tareas camperas. Es decir que en el tiempo de estancia son arrimados o agregados, y en el que están fuera de ellas no. Rara vez se les niega estos permisos por parte de los dueños. Tan es así que el Cabildo de Buenos Aires dice en 1742: “vagabundos que en ellas –estancias– se mantienen con título de que están con amos no siendo cierto”.

Luego emerge en el horizonte sudamericano “changador” para designar más a aquél que mata ganado y contrabandea cuero en la pulpería. Palabra que aparece documentada en la Banda Oriental en 1729 y se intensifica en Buenos Aires en la segunda mitad del siglo, registrada por primera vez en 1748. La palabra proviene de “hacer changas” para los portugueses invasores de Colonia del Sacramento.

Sin embargo, en un momento en la indescifrable frontera entre la Banda Oriental y Brasil, aparece la palabra “gauderio” inserta en los escritos oficiales. Precisamente en 1763 durante la expedición española a Rio Grande, el capitán José Molina le escribe al gobernador Pedro de Cevallos que habían detenido a un gauderio llamado Pedro. “Es la mención documental más antigua que hasta hoy se conozca”. En 1774 aparece por primera vez en un acta del comandante de las Conchas en Buenos Aires la palabra “gauderio” en la banda occidental. No pasa de las provincias litoraleñas. En sólo 40 años será desplazada “por su similar ‘gaucho’ que triunfará en toda la línea”.

En este temprano momento de la evolución, deseamos hacer notar con Emilio Coni una cuestión a todas luces arquetípica de la ambigüedad en la identificación gauchesca: “no es cosa muy fácil distinguir la peonada más o menos estable de las estancias, del verdadero gauderio vagabundo (…) –con– costumbres gauchescas no muy recomendables.

Para confirmar que estamos ante un eslabón en la cadena embrionaria de la noción de “gaucho” citamos esta explicación epocal: “los vagabundos que entonces llamaban changadores de la Campaña y ahora los nombran Gauderios.

Como decimos más arriba, esta voz es substituida paulatinamente por “gaucho”. Esta última se consolida definitivamente luego de pasar a la banda occidental.

En los hechos no documentados pudo comenzarse a decir “gaucho” ya sea en la época de preponderancia de vaquerías, de estancias o de transición. El documento más antiguo donde se menciona la palabra “gaucho” data de 1771 en la provincia oriental. Es una carta del comandante de Maldonado al virrey Vértiz. Se encuentra relacionada con insubordinados que viven en la ruralidad, en la zona de la sierra de Rocha.

Se discute mucho su origen y etimología. Se hipotetiza que tiene origen en el español “gavacho” o “gauachos” (franceses que huyen de la pobreza y se trasladan a la Península), del francés “gauche” (izquierdo, descarriado o mal inclinado) que aparece en España ya como “gaucho” como palabra técnica de los arquitectos (alabeado o desnivelado), del “camilucho” jesuítico, del vasco “gauchori” (pájaro nocturno), “guanches” (aborígenes de Tenerife), del mudéjar “hawsh” (vagabundo), del árabe “chaucho” (látigo para animales), del gitano caló “gacho” (hombre de campo), de “garrucho” (que podría ser indio viejo en charrúa), del quechua “huachu” (huérfano o vagabundo), del araucano “cauchu” (amigo), entre otras palabras. La lectura de las hipótesis va galvanizando una libre asociación que acaricia la idea de mestizaje. En cuanto a lo meramente documental, “gaucho” surge primero entre las autoridades de habla castellana y en la América española: “En la escritura lusitana, lo hará recién en 1803, es decir bastantes años después que en la documentación española”.

Ahora bien, “el término gaucho, empleado ya con frecuencia a fines del siglo XVIII, designa a un sector de la población que es diestro para subsistir en un medio primitivo, sin medios de fortuna, y donde el orden técnico y cultural es prácticamente desconocido y acentuada la presión de las tradiciones. Años más tarde, en la década previa a las invasiones inglesas al Río de la Plata, la palabra cruza a la banda occidental y se instala en la campaña bonaerense para designar a pobladores rurales sin recursos económicos”.

La quintaesencia del gaucho es la libertad. Marcelo Gullo enseña que ello se debería a la inmensidad indómita de la Pampa que haría que no solamente ese adjetivo resulte apropiado a ella, sino también a sus hijos; el caballo, un vehículo de último modelo para todos, popular; la conciencia de libertad predicada por la cristiandad católica; la escasez de Encomiendas en la cuenca del Plata; la abundancia de alimento y el saberse descendiente de españoles que otorgaría un alumbramiento caballeresco. Todas condiciones que caracterizarían su personalidad de ser en libertad.

La abundancia se ve reflejada en ciertos fragmentos de Martín Fierro: “Cuando es manso el ternerito / en cualquier vaca se priende; / el que es gaucho esto lo entiende (…) // En semejante ejercicio / se hace diestro el cazador. / Cai el piche engordador, / cai el pájaro que trina. / Todo vicho que camina / va a parar al asador”; “De hambre no pereceremos / pues según otros me han dicho / en los campos se hallan vichos / de lo que uno necesita… / gamas, matacos, mulitas,/ avestruces y quirquinchos. (…) Tampoco a la sé le temo, / yo la aguanto muy contento, / busco agua olfatiando al viento / y dende que no soy manco. / Ande hay duraznillo blanco / cabo, y la saco al momento”.

Es de destacar que el ganado, alimento principal, fue introducido por los misioneros españoles. Los toros y las vacas, encontrando en esta cuenca un paraíso terrenal se multiplicaron en una forma de la cual no se encontrarían precedentes. Alberto Methol Ferré destaca que se ve “la ganadería, en circunstancias absolutamente excepcionales en la historia universal. No tengo noticia de vaquería semejante”. Coni también es contundente: “No necesita casi trabajar para subsistir; el vacuno le proporciona alimentación abundante, el caballo un medio ideal de movilidad y el cuero del primero un medio de cambio para surtirse de lo poco necesario”. En realidad según pensamos, se trata de otro tipo de trabajo. A ese gaucho no le gusta la actividad de a pie ni agarrar palas o asadas sino trabajar arriba del caballo con animales. Por eso Fierro dice “un inglés zanjiador”. Las crónicas cuentan que irlandeses y vascos ganaban altos salarios haciendo zanjas. Ese trabajo es para otro. Martín Fierro añora trabajar montando al potro. Así “aquello no era trabajo, / Más bien era una junción”. Vislumbramos que en los conceptos patrióticos de Martín Fierro hay una correspondencia entre dichos y hechos. La palabra “trabajar” figura 43 veces entre Ida y Vuelta.

Siempre con una connotación dignificante. Para el personaje principal “el trabajar es la ley”. La nación se construye trabajando en la filosofía hernandiana. Todo lo que sea ganar dinero sin trabajar, sea por arriba (mediante estratagemas de la “autoridad” o de algunos “pulperos” en connivencia con aquella), sea por abajo (la limosna), se encuentran desconsiderados en esta tradición. Por eso en la “Edad de Oro” del canto II, cuando se trabaja y el laboro es digno, consiste en una “junción”. Con ese trabajo se realizan persona, familia y comunidad. Existe una idea de ciudadanía asociada al trabajo en la obra de José Hernández.

Retornando al sendero del conocimiento del gaucho como “hombre en libertad”, este resultaría gravitante en una de las hipótesis sobre la misteriosa significación. En efecto “gauderio” que sería su nominación anterior se designa “para señalar a “gente –así dicen– que vive como quiere”. También hay documentos que caracterizan al gaucho por “la libertad tan dominante” y sus “costumbres relajadas”. En latín gaudeo equivale a alegre. Gaudeus implica regocijo y especialmente en alguna liturgia católica, libertinaje. Esta tesis etimológica podría impactar en la doble connotación de la palabra. Libertad tiene un sentido positivo y libertinaje negativo. La primera realiza el justo medio aristotélico y la segunda constituye un exceso. Gullo destaca este doble significante. Al mismo tiempo que una persona en libertad, “atención: también crea un hombre anárquico, ¿eh? ¿El polo dialéctico de la Argentina cuál es? (…) “anarquía” – “libertad”.

Lo cierto es que hasta finales del siglo XVIII “gaucho” tiene una inequívoca connotación negativa. Por sumarios de índole policial también sabemos que esta connotación es compartida por los propios recipiendarios que intentan negar su pertenencia a esa suerte de adjetivo y por los restantes habitantes de la campaña. La evocación positiva aplicable a la persona de campo sería mayormente “paisano” de acuerdo con los estudios de Emilio Coni.

Décadas posteriores la gran mayoría de los viajeros y/o agentes extranjeros que recorren la cuenca del Plata designan sin distinción con este sustantivo y adjetivo a todos los habitantes del campo: el nómade, sedentario, terrateniente, cuidador de hacienda trabajador, agricultor, ladrón, bueno y malo.

Los políticos del Río de la Plata, ora realistas, ora independentistas, ora unitarios, ora federales, continúan pensando con la connotación negativa. Excepto Martín Güemes en su espacio y tiempo de actuación. Mal grado que en cartas reconoce que hay “gauchos” realistas, suspendería la historia llamando “mis gauchos” a las tropas irregulares de caballería. La tesis de Coni es que los realistas llamaron “gauchos” a los soldados del norte para despreciarlos pero Güemes trastocó el sentido en un tiempo y espacio: “accionó de manera inesperada, muy distinta a la actitud asumida por los caudillos uruguayos, Artigas entre ellos” –el oriental siguió hablando de “paisanos”–. El salteño influiría parcialmente en José de San Martín en cuanto a sus partidarios del norte. La primera mención documental de la voz gaucho aplicada a un sujeto argentino colaborando en las milicias (según el libro de Coni que data de 1943) se encuentra en un oficio del general San Martín de 1814: “Los gauchos de Salta solos, están haciendo al enemigo una guerra de recursos”.

Antes, durante (en las otras regiones) y después (mayormente), cuando se desea departir con connotación positiva, se utilizan las palabras “paisanos, paisanaje y campesinos”. Abonando a esto, por ejemplo San Martín llama siempre a José Gervasio Artigas y Estanislao López “paisano mío”, “mi más apreciable paisano y señor” y las demás cosas vinculadas a “paisano”. ¿Qué habría sentido Artigas, si San Martín le hubiese llamado “gaucho” en vez de “paisano”? Lo mismo que sus partidarios. “Artigas, jefe indiscutido de gauchos, no empleó jamás el término para aplicarlo a sus soldados.

Sin embargo los ejércitos que vendrían después del de los Andes tendrían algo de montonera gauchesca. Y en ese punto se comenzaría a abrir una fisura en la tradición discursiva entre la elite dirigencial y el pueblo: “El vocablo gaucho se difunde cada vez más con pretextos esencialmente políticos, pues unitarios y federales quieren atraer los gauchos a su partido y empiezan a creer que no debe ser un obstáculo a su propósito el llamarlos así crudamente: gauchos”. Y como los periódicos gauchescos redactados por publicistas de las ciudades, tendrían la intención de ganar el corazón de las masas, acompañarían este trastocamiento. “En 1930 aparecen varios periódicos gauchescos federales: “El gaucho redactado por un habitante de las costas del Salado”, el feudo de Rosas; “La Gaucha”, “El Gaucho Restaurador”, “El Torito” (…); –los unitarios– contestan con “El Arriero Argentino”, dirigido por los Varela”. Se crearía un ambiente dirigencial, citadino y literario en el cual ya se emplearía el vocablo “gaucho” indistintamente con connotación positiva o negativa. En el mismo habría que tener dominio del ambiente para contextualizar y dilucidar con precisión.

Ahora bien, al gaucho, Domingo Sarmiento “lo eleva a términos de teoría” en Facundo con la antinomia civilización o barbarie. Siempre en términos de teoría porque carecería de experiencia. Coni comprueba que el sanjuanino se inspiraría en Francis Bond Head y Joseph Andrews para describir una Pampa que este reconoce, ve por primera vez en la campaña del Ejército Grande. Coni también recuerda que Juan Bautista Alberdi registra en Escritos póstumos que Mariano Fragueiro les leía traduciendo directamente del libro de Andrews a él y Marco Avellaneda. Sarmiento comparte con la nueva acepción el generalizarla a todo habitante rural pero continúa con la antigua en cuanto que significa algo negativo: la barbarie.

Retomando la acepción más vinculada al verdadero acaecer del pueblo, Martín de Moussy precisa que la peonada constituye “la mayoría de la población vigorosa de la campaña. Por error se los designa como gauchos, pues, no es a ellos aplicable esta expresión (…). El gaucho es el bandido del Plata (…) Son los peones quienes en su mayoría han compuesto en todo tiempo los batallones de caballerías en las guerras (…). En cuanto al gaucho, cuando se lo puede prender se lo enrola a la fuerza en los cuerpos de línea, de los que huye en la primera coyuntura porque le pesa el yugo de la disciplina”.

Es con la obra hernandiana que se difunde la connotación positiva de la mayoría de los extranjeros y de Güemes. Entre Ida y Vuelta “paisano” aparece seis veces, emparentado en líneas generales a “gaucho” que figura ochenta y tres veces. Ya el primer historiador revisionista está ganado por la idea. Precisamente Adolfo Saldías le reconoce acierto. En una carta a José Hernández, elogia que Martín Fierro “recorre a caballo la llanura, las pulperías y los ranchos, haciendo por la vida”. La carta de Saldías se encuentra impregnada de adjetivos positivos para el vocablo gaucho.

Sin embargo de esta época también es el libro Una excursión a los indios ranqueles de Lucio Mansilla. Este, al igual que Javier Muñiz en la época de Juan Manuel de Rosas, cuando escribe Vocabulario rioplatense, distingue entre “paisano–gaucho” (bueno) y “gaucho neto” (malo). En atención a que el libro de Muñiz de 1845 sería impreso para uso dirigencial, tal vez impregnaría a Mansilla, descendiente de Rosas que escribe en 1870.

No obstante la obra de Mansilla, la connotación positiva hernandiana ya es prácticamente unánime en las ciudades ilustradas. La misma no sólo es favorecida por estos libros sino por una conjunción de causas gravitantes que generan la desaparición paulatina de los denominados gauchos matreros, entre ellas, la extinción de las montoneras federales y la aparición de los alambrados que al lotear los campos dificultan el nomadismo y conllevan a los gauchos a conchabarse en estancias. A fines del siglo XIX se encuentran pocos que no colaboren de forma asalariada con el mejoramiento de la explotación ganadera y luego con la industrialización sin planificación que se produce durante la Década Infame. El gauchaje que ya se está mezclando con la inmigración, va a migrar, valga la redundancia, hacia las orillas de las principales ciudades para formar parte de las primeras “villas miseria” o del conjunto de obreros industriales llamados ahora “cabecitas negras”. Luego estos en su mayoría adherirán al justicialismo.

Muy ocupado en esta alquimia de la connotación gauchesca, Coni desarrolla la hipótesis de que se debería al poder eufónico de la voz. Primero posibilitaría a los extranjeros “citar una palabra exótica, intraducible y mecharla entre comillas o en bastardillas en sus crónicas redactadas en inglés o francés”. Y luego a los “literatos locales que se inician en una exaltación lírica que irá increscendo”. El poder que dotaría de un recurso literario muñido con cierta originalidad se encontraría proporcionado por la acentuación en la primera sílaba, la escasez de voces castellanas terminadas en “ucho” sin ser diminutivas y el sonar bien al oído. La primera manifestación del suceso sería un sainete gauchesco intitulado La Acción de Maypú representado en Buenos Aires en 1818. Une “paisano” con “gaucho” mediante la locución “paysano–gaucho”. Y en una encrucijada que nos resulta reveladora: “una nota al pie, referida a paysano–gaucho, se aclara “como se llama en lenguaje teatral”. Se observa aquí la nueva denominación teatral, aplicada al paisano y además la necesidad de explicar el significado del binomio paysano gaucho al lector poco familiarizado”.

Esta atracción eufónica literaria carecería de caladura entre los pobladores del campo, “insensibles a un esnobismo completamente ajeno a sus preocupaciones”. A partir de allí se bifurcarían dos senderos: 1) La connotación rural que continuaría siendo negativa. 2) Una nueva, citadina, más vinculada al acaecer de la academia portuaria unida al sentir eurocéntrico que se iría irradiando a las principales ciudades litoraleñas. Para completar la tesis, destacamos que existiría una “trilogía gauchesca”. Los acompañantes de gaucho serían “pampa y ombú, vocablos también exóticos y por eso mismo eufónicos en el hablar español”. Este segundo y nuevo sendero habría dado lugar a lo que Coni denomina “el dogma gauchi–pampeano”.

Lo cierto es que todo ello contribuye a una connotación positiva del término que crece, se fortalece y se impone con los autores nacionalistas de principios del siglo XX y luego es dotada de fe y esperanza por la axiomática justicialista. En tal sentido, un emblemático y sobresaliente Leopoldo Lugones entendería que el gaucho sería el descendiente hispanoamericano del linaje de Hércules. Sin embargo, tal vez inmerso en un fatalismo usual de su sector sociopolítico, vislumbraría que habría desaparecido de la escena histórica. En cambio, en la trama de Carlos Astrada emergería un nuevo punto de partida para pensar el porvenir de la existencia argentina. Lugones sería incuestionable en cuanto a reflexión literaria. No obstante merecería meditaciones en lo filosófico–político. Precisamente, la comprensión gauchi–política astradiana reconocería que “el gaucho, pues, se encaminaba a su ocaso, por extinción, pero ciertamente, tal era el destino sólo de una promoción suya, la que participó en el desenlace de nuestra gesta heroica. (…) Veremos que lo que ha desaparecido no es el gaucho mismo, si a éste lo contemplamos en su estructura arquetípica, es decir, como estilo gentilicio, como módulo biológico y ontológico, sino una promoción histórica del gaucho, que hizo su ciclo en medio de la adversidad, una modalización suya adscripta al espíritu y el clima social de una época fenecida”. En el sentido ideal, “gaucho” sería equivalente a un desarrollo del “hombre argentino”: “Como expresión cabal de un tipo humano definido, de trama anímica acabada, con caracteres étnicos y espirituales bien acusados, el hombre argentino es, sin duda, un ideal, un modelo lejano, pero un ideal al que se encamina el hombre argentino real, el de hoy”.

Sin embargo es de destacar que Coni rastrearía que incluso en aquellos años persistiría en la tradición oral de la campiña de las provincias serranas y andinas, la connotación negativa. El autor destaca que son diez provincias. E intenta solventar la tesis de que “las verdaderas tradiciones argentinas eran aquellas que perduraban en el aire, en la tierra, en el hablar de las gentes de aquellos pagos, sedentarias, cultas a su manera, y me chocó de inmediato el martinfierrismo del Litoral con sus pretensiones de representación argentina (…) no están en un litoral, primero pastoril, y semi bárbaro, luego profundamente cosmopolita; están todavía –¡que no se pierdan, por Dios!– en aquellos paisanos de Cuyo, Córdoba o Salta, que rechazan la jerga de los poetas gauchescos, porque han
advertido de inmediato su factura artificiosa y pueblera”.

El autor se sustenta epistemológicamente asimismo en tradiciones orales. Por ejemplo en Corrientes la “hora de gauchos” correspondería a la hora del crepúsculo, puesto que es la de comer o cenar en donde los “malos gauchos” aprovecharían el momento para cometer hurtos. Una mujer puntana amenazaría a sus hijos con: “Vienen los gauchos” para lograr que se vayan a dormir. Algo como decir “vengan a casa que viene el cuco”. También en los cancioneros populares recogidos por Juan Alfonso Carrizo en Tucumán, Salta, Catamarca, Jujuy y La Rioja, Orestes Di Lullo en Santiago y Juan Draghi Lucero en Mendoza. Según esta interpretación “tienen un valor de documento oral que no tienen las poesías gauchescas de Hidalgo, Ascasubi o Hernández, pues no existen pruebas de que ellas hayan sido cantadas por el pueblo, mientras que las otras se cantan todavía hoy en diez provincias”.

Juan Carlos Dávalos explica que “el término gaucho es elogioso entre la gente culta y despectivo entre los que nosotros llamamos ´gauchos´”.

Por nuestra parte hemos realizado algunas consultas verbales al tiempo de escribir estas líneas que confirmarían la tesis de Coni, aunque cada vez con menos fuerzas entre las nuevas generaciones. Por ejemplo Ramón Bernardo Herrera testimonia que “Allá por 1943 yo tenía 5 años. Vivía en el monte santiagueño. Mi madre era maestra rural del pueblo de San José, departamento Salavina, provincia de Santiago del Estero. En la crianza que me fue dada en aquel tiempo, mi madre nos hacía temer con la figura del gaucho, que tenía una imagen negativa. Para ella y los pobladores de la zona, el gaucho era sinónimo de malo y ladrón, que vivía robando a la gente del campo. Era la visión de esa época. Mi visión de hoy, por supuesto es distinta. Pero lo que te cuento es la visión de mí infancia que me daba mi madre y los pobladores de aquel lugar”.

Parecería ser que la connotación positiva también va ganando paulatinamente las conciencias campestres del noroeste.

Para finalizar deseamos compartir algunas conjeturas mínimas. Resulta indudable que el significado positivo de “gaucho” aparece y se impone con posterioridad al negativo. Es posible que la nominación positiva se hubiera difundido por los académicos de las ciudades que conocieron los escritos de los extranjeros, primeros en designar “gaucho” a todo habitante rural de la cuenca del Plata. Cuestión estándar en un Estado del hemisferio sur, subordinado ideológica y culturalmente como la Argentina.

Es posible también que Hernández, reescribiendo a Güemes, pretendiera contestar política y literariamente a Sarmiento que imputa al gaucho de bárbaro. Y que dado que el poema hernandiano tiene impacto en la campaña pero también en los hombres de letras de finales del siglo XIX y principios del XX, hubiese influido de manera decisiva (junto con la derrota del Partido Federal, la desaparición de las montoneras y las transformaciones que experimentó la Pampa sudamericana en la segunda mitad decimonónica) en la acepción que se legara para el porvenir y de la cual somos herederos.

Sin embargo, “gaucho” luego de distintas integraciones resulta ser el hombre argentino o rioplatense, trae ya enraizado en su interior el significado y la fuerza del paisano, del criollo, del vecino y es portador de un mensaje caballeresco acimarronado en la indómita búsqueda de la libertad personal y comunitaria.

Jorge A. Ripani