Por Florencia Vizzi

Si hay una institución en la ciudad que puede ser considerada de alto valor simbólico,  por historia y trayectoria, es el Hospital de Emergencias Clemente Álvarez.

El laberíntico edificio que se levanta en Veramújica y Pellegrini, alberga historias tan profundamente complejas, trágicas y emotivas como rutinarias o cotidianas. Allí conviven hora a hora alta complejidad, emergencias de todo tipo, relatos sanguinarias, dolores y miserias, llantos, alegrías, vidas que se salvan y otras sobre las que nada puede hacerse.

El hilo que conecta, entreteje y sostiene esa intrincada trama está compuesto por sus trabajadores. Son ellos, en todas las ramas y especialidades que allí se entrecruzan, cirujanos, camilleros, maestranza, administrativos, médicos de guardia, especialistas, los que con su trabajo consiguen muchas veces, que el número de lágrimas derramadas y de dolores sufridos, sean menores que el número de sonrisas logradas y vidas que siguen adelante.

Los trabajadores de la institución dejaron entrar a Conclusión para contar historias de trabajadores que no sólo no descansan el 1° de mayo y otros feriados, sino que, su labor muchas veces significa la diferencia entre la vida y la muerte.

Las ruedas del Clemente

En una de las tantas oficina del hospital intercambian charlas y mates los camilleros. Ríen, hablan de fútbol, y se muestran un poco sorprendidos ante la pregunta:  ¿Cómo es trabajar un 1° de mayo?

-“Es un día más, por un lado es un bajón, pero es un día más- contesta Miguel, quien forma parte del personal hace 23 años y, según cuentan sus compañeros, es también un gran guitarrista- para nosotros, no hay diferencia. Tal vez pueda ser un poco más tranquilo que otros feriados porque hay muchas cosas y negocios cerrados. En ese sentido, es un poco más calmo”.

-¿Y cómo es trabajar acá?

– Y depende del día, es una lotería- el que habla ahora es Fabián, quien acusa 17 años de antigüedad – hay días más difíciles que otros.

Miguel comenta que al principio suele ser complicado, “empezás a ver cosas muy desagradables, a las que la gente común no está acostumbrada. Accidentes, sangre, heridos en condiciones tremendas, quemados… de todo un poco…por ejemplo, yo con tantos años, todavía me resulta difícil  cuando llega gente quemada, aún sigue resultándome una de las cosas más terribles».

-“Creo que lo más complicado es el trato con la gente- dice Pablo, el más joven del grupo, que sólo lleva en el HECA 4 años, y a quien, según comenta, le ha tocado trabajar todos los 1° de mayo- los que llegan a una guardia ya vienen mal, con mala predisposición, en situaciones límites, la gente se pone mal. Hay gente que viene  y te rompe todo, te patean la puerta… Son momentos muy tensos.”

Fabián explica que en muchos casos depende de ellos mismos “Hacemos lo posible porque sea llevadero. Claro que se ven cosas tremendas, y muchas veces, el primer contacto con el hospital es a través de los camilleros. Uno trata de contener, de calmar, pero a veces las situaciones se descontrolan, te insultan, por ahí hasta han golpeado a compañeros, pero uno tiene que hacerse a un lado, y de última,  llamar al destacamento”.

Pablo, por su parte cuenta que al principio se le hizo muy difícil acostumbrarse al trabajo y poder dejar lo vivido cada día en el hospital. “En los primeros tiempos me costó un montón, de hecho, me quería ir, no quería trabajar más acá, después me fui adaptando y hablando con los compañeros, y  empecé a sobrellevarlo mejor. También hay cosas buenas, mucha gente  vuelve a agradecer por la ayuda, o por haber puesto el oído y haber tratado de contener”.

La puerta se abre y entra Rodolfo, un radiólogo que hace alrededor de 20 años que es parte del hospital. Intercambia saludos y bromas con sus compañeros, y allí nomás, suelta una catarata de anécdotas.

“Una cosa que rescato del hospital-dice- es que como acá hay muchos residentes, y muchos chicos jóvenes, el trato es de igual a igual. Muchos de los que vienen, recién terminaron la facultad y se da mucho el diálogo y el intercambio de opiniones, ellos tienen mucha teoría y poca práctica, entonces preguntan y consultan. Y después,  cuando pasan los años,  te lo saben reconocer. Acá somos todos iguales”. Y continúa: “Eso es algo que me gusta destacar, a diferencia de las instituciones privadas. Allí es totalmente distinto, en los privados hay otro tipo de trato y de mal trato. Acá corremos todo por  el  mismo carril. Eso es algo muy bueno de trabajar en este lugar”.

Rodolfo es alegre y conversador, y en seguida narra las más extrañas situaciones con los pacientes, como, por ejemplo, cuando le tocó hacerle una radiografía a un señor de 70 años que no le quería contar lo que le pasaba. “Cuando lo llevo para hacer la placa, casi me muero, el hombre tenía adentro una botella de coca cola, de las chiquitas, de vidrio”

El radiólogo también comenta que otra cosa muy importante para él es que: “En el hospital,  el comercio con la salud no se ve como en otros lugares. Si vas a un sanatorio y no tenés dinero para pagar el plus, olvídate, no te atiende nadie, o si te tenés que hacer un estudio, no lo podés hacer si no lo pagás. Pero acá, somos todos más iguales”.

“El Clemente, la ciudad que nunca duerme”

Los pasillos del hospital son como un laberinto, se entrecruzan sin fin, y de repente se abren a alguna sala más amplia, en las que los pacientes ocupan las largas filas de camillas. Y luego, el paisaje se oscurece y aparece otro pasillo.

Carina es médica de guardia, y lleva en ese lugar más de diez años. Explica que le gusta mucho trabajar allí, a pesar del nivel de estress que significa. “Si no me gustara, no hubiera estado diez años en la guardia”, afirma.

“Aquí se trabaja como todos los días- dice al referirse al 1° de mayo- por ahí un poco más, porque no hay consultorios, pero aquí siempre es lunes, no existen los feriados”.

La médica tiene tres hijos, de 10, 7 y 4 años. Hace dos años que acaba de adoptar, así que intenta no trabajar domingos y feriados.

-¿Cómo es el trabajo en la guardia un día como éste?

-“Se trabaja muchísimo, en fiestas y feriados porque se consume más alcohol, hay más accidentes…a la noche llega toda la resaca de los locros y las empanadas, y cuando se toma más alcohol, llega un momento en el que se desconocen y se agreden, con lo que haya, arma de fuego, arma blanca… “

-¿Se hace muy difícil sobrellevar un trabajo como éste, con todo lo que ves aquí?

-“Se  hace difícil cuando es un chico joven, o cuando recibimos un paciente pediátrico. A veces te tocan pacientes jóvenes, y uno intenta 10.000 cosas, y no lo podés reanimar, no le podés salvar la vida… eso sí se hace cuesta arriba. Yo siempre digo que a lo que nunca me voy a acostumbrar es al grito de las mamás. Salir y decirle a una mamá que el hijo se murió es lo más tremendo. Porque el hijo salió para ir a bailar, o para encontrarse con un amigo, y tener que enfrentar a las madres con eso es lo peor, y cuando sos mamá, lo entendés más todavía. Pero cuando salgo de acá y me subo al auto, trato de bajar la persiana y dejarlo atrás, que quede todo acá en el hospital”.

Claro que no es tan fácil como suena, señala Carina cuando se le pregunta si realmente puede despegarse de su trabajo: “Y  a veces te cansa, te estresa-señala-  además con los años las cosas han ido cambiando. Antes había mucho respeto, incluso de los delincuentes con los médicos y con el personal de las ambulancias. Eso ya no es así, con los años se fue perdiendo, ahora hay mucha agresión. Además este es un edificio muy grande, entonces, cuando uno se mete adentro, los familiares no saben los que uno está haciendo… y la gente piensa que estás tomando mate todo el día. No sé, habrá quien lo hace, pero la mayoría estamos tratando de dar lo mejor. Además la gente está nerviosa, te agrede por cualquier cosa, te maltrata. Estos últimos años es mucho más notorio, a todo el mundo, al que atiende el teléfono, al que hace la admisión, a los camilleros, a todos. Y por ahí cuando hay tiroteos y demás… se pone picante”.

-¿Te ha pasado que algún familiar enojado te venga a agredir?

-“Y acá se han presentado situaciones así, no me ha tocado en lo personal, pero si ha habido situaciones en la guardia en las que se ha puesto muy difícil… Esta no es una guardia cualquiera, hay que aguantársela, y hay que mantenerse lo más tranquilo posible y no perder el control. En general tratamos de cuidarnos bastante entre todos. Entre los compañeros e incluso la policía”.

-¿Has sentido miedo alguna vez trabajando, o trabajás tranquila en general?

-“Miedo no, aquí adentro es mi mundo, yo me siento muy tranquila en este lugar… pero siempre vienen con la policía. Por ejemplo, no me gusta que entre toda la policía armada, eso no me gusta. No por miedo, pero me pone incómoda, tantas armas dando vueltas me ponen incómodas. Pero miedo no. El año pasado nos pasó que hubo una muerte violenta, y hubo que llamar a la policía para dar los informes porque había muchísimos familiares afuera y se pusieron agresivos… pero uno se acostumbra a eso, y lo toma como parte del trabajo cotidiano”.

-¿Cuando alguna vez ha fallecido algún paciente, has sentido culpa o algún tipo de peso por eso, o estás segura de haber hecho todo lo posible?

-“Nosotros en la guardia trabajamos por protocolo, así que lo que uno hace es repasar todo el protocolo. Si uno  lo cumplió al pie de la letra, es porque hizo todo lo posible. Por supuesto que lo repasás, cada vez que llega alguien, uno lo repasa porque nadie es infalible y los médicos también somos humanos, aunque no parezca, comemos, vamos al baño, tenemos familia, todo eso… Siempre repaso los protocolos para ver que no se me haya pasado nada, porque cada emergencia es diferente, cada paciente es diferente y agrega sus particularidades, y además, cada día hay más trabajo. Y cuando uno sigue el protocolo sabe que hizo todo lo que se podía hacer, todo lo humanamente posible».

-¿La actual situación de inseguridad que se vive en la ciudad se refleja automáticamente en el hospital, no?

-“Mirá, la primera vez que vino gendarmería a la ciudad, lo notamos totalmente,  porque acá entraba un herido de arma de fuego por día, lo cual era rarísimo. Pero ahora, ya volvimos a lo de todos los días, a los heridos, los robos… lo que sale en la televisión son los pacientes que nosotros tenemos acá. Yo salgo de mi casa escuchando la radio, y cuando llegó acá encuentro el cuerpo de todas las noticias que vine escuchando. Pero estamos acostumbrados a trabajar así. Es parte de la rutina. Esta es una ciudad aparte, el Clemente es una ciudad que nunca duerme”.

El duro trabajo de los enfermeros.

Luis fue enfermero durante 20 años y ahora se desempeña como  telefonista. “Tuve que dejar lo que estaba haciendo porque algunas complicaciones de salud empezaron a interferir con el trabajo. Así que ahora estoy atendiendo el teléfono”.

Dice no estar muy seguro de que le gustara esa profesión: “Es un trabajo muy ingrato. Por las cosas que uno va viendo… te van quedando adentro y vas haciéndote viejo por dentro. Está en cada uno claro, pero… te vas volviendo más insensible, y ya no te importa tanto si le duele o no le duele…es agotador. Esa parte es fea. Me costaba mucho separar lo que veía, y después te volvés duro,  lamentablemente te volvés duro,  empezás a perder la sensibilidad y eso no es bueno”.

Alejandro, por su parte,  lleva 33 años en el HECA. Si bien en la actualidad también es telefonista, ha cumplido varias funciones, entre otras, estuvo en el laboratorio y fue  administrativo.

“Después de tanto tiempo puedo decir que este lugar ha sido mi vida, no me imagino fuera del hospital después de tantos años. Es un trabajo que tiene una particularidad, y es que es un trabajo necesario, nadie duda de que tiene que hacerlo. Venimos con esa convicción.  No es como lo mercantiles, por ejemplo, ahora que se discute tanto lo del descanso dominical. Me imagino que debe ser mucho más duro ir a trabajar a un shopping o a un supermercado un domingo, dónde los trabajadores son superexplotados y  dónde claramente, se sabe que no es necesario”.

Alejandro señala que lo mejor de  trabajar en el Clemente  es el compañerismo. “Aquí hay mucho compañerismo, aunque hoy, al ser tan grande el edificio y haber tantos pasillos, es más difícil enterarse de lo que le pasa al otro, pero es un lugar dónde hay mucha solidaridad entre compañeros, eso es lo que más destaco”.

En cuanto a la naturaleza del trabajo, se explaya: “Es un lugar complicado, por las cosas que vemos cotidianamente. Me pasa que me he acostumbrado a tolerar algunas cosas, pero cuando muere algún chico, me golpea, es muy duro realmente. Las cosas que vemos acá nos afectan en mayor o menor medida a todos. A algunos más, a otros menos pero a todos. Por eso creo, en relación al tema de los trabajadores,que hace referencia la nota,  que en algún momento, los trabajadores de la salud deberían empezar a dar la discusión sobre la jubilación anticipada, como lo hacen los docentes. Es un debate que nos debemos, porque nos vamos agotando física y mentalmente”.

Luis interviene en este tema: “Es así, porque a los 50 años un enfermero ya está bastante “baqueteado”, en su columna, en su psiquis, en muchas cosas, es un trabajo muy duro, y estar en una sala con 55 años cambiando y lavando a los pacientes… es muy duro. Hay compañeros que hace 38 años que lo hacen y no les da la edad para jubilarse… es un trabajo muy agotador”.

La recorrida sigue un rato más, y los trabajadores del hospital se muestran a gusto conversando y contando anécdotas e historias, y hablando de lo que hacen día a día. Luego, ya entrada la noche, cada uno sigue su camino, el Clemente, “la ciudad que nunca duerme” se prepara para otra noche de guardia. Y sus trabajadores también.

 

Conclusión agradece a todos los trabajadores del Hospital de Emergencias «Clemente Álvarez» por la gentileza y buena predisposición para realizar esta nota.