Por Graciana Petrone

Cada 10 de noviembre se celebra en la Argentina el Día de la Tradición, fecha elegida por el nacimiento, en 1834, de José Hernández, escritor del “Martín Fierro” -texto considerado poema nacional- pero quien también fue un crítico acérrimo del centralismo de Buenos Aires.

Aunque se lo rememore principalmente por su obra canónica que a lo largo del tiempo generó diversas reversiones y nuevos textos –cuyo puntapié inicial lo dio  Borges con su cuento Biografía de Tadeo Isidoro Cruz en 1944 y a quien le siguieron otros autores contemporáneos como Gabriela Cabezón Camara y Martín Kohan, sólo por nombrar algunos– antes de escribir el poema gauchesco Hernández había participado en la Revuelta de Jordán organizada por Ricardo López Jordán, colaborador de Urquiza y quien se sintió traicionado por éste cuando decidió retirar sus tropas de la Batalla de Pavón en septiembre de 1861, hecho que provocó la disolución de la Confederación y el triunfo de Buenos Aires.

Política, enfrentamientos, momentos históricos y sociales no estuvieron exentos de la construcción del “Martín Fierro”, como tampoco de la vida de su autor.

Con un centralismo porteño cada vez más fortalecido, al finalizar la Guerra del Paraguay en 1870, y tras el encuentro de Urquiza con Domingo Faustino Sarmiento en el Palacio San José, estalló la Revolución de Jordán. La revuelta, que estuvo organizada a la distancia, tenía por objetivo ingresar al Palacio y detener a Urquiza, quien abrió fuego para defenderse y terminó asesinado. Sarmiento tomó a la muerte del caudillo y a la revolución como una afrenta personal y envió a casi medio millar de soldados y ex combatientes de la Guerra del Paraguay a Entre Ríos, declarando a la hoy provincia argentina como “país enemigo”.

Luego de la Revuelta, José Hernández se fue a Brasil desde una convulsionada Argentina a la que regresó en 1871 y, un año después, escribiría lo que fue y es considerado como el libro representativo de la literatura nacional, pese a las críticas que vinieron luego acerca de si existe un término que represente a la narrativa argentina como tal.

José Hernández y el “Martín Fierro”

En 1872 Hernández publica el primer libro del “Martín Fierro” (La Ida) a través de lo que se denominó después como poesía gauchesca, escrita y apropiada por intelectuales para representar la voz del gaucho. A través de la pluma culta, el género, aún no considerado como tal, fue una de últimas expresiones del romanticismo que acompañó a un período histórico de transformación cultural, política y social del Estado-Nación (1860- 1880). A través de ella escritores como Hernández instalaron la tensión entre “tradición y progreso”.

En su paralelismo con las conflictividades sociales, en las que se modificaban y reacomodaban las figuras de los sectores subalternos, muestra en el libro al indio y a los enfrentamientos de frontera en un escenario ya sin Rosas y, por ende, sin el “indio amigo”.

La voz popular de la pluma de los intelectuales propicia un campo de tensión en la producción literaria. La oralidad puesta en papel, el uso de voces y formas propias del gaucho se manifiesta con intenciones estéticas y políticas sobre la condición del gaucho en la sociedad rioplatense de entonces.

En la “Ida” Fierro es llevado a pelear en la frontera, tenía tapera, mujer e hijos, sufre abusos, no recibe paga y deserta. Cuando regresa había perdido todo, se involucra en reyertas, mata por matar y tras violar las reglas huye. El libro deja un mensaje sobre los males que pueden ocurrirle al gaucho cuya rebelión representaba una amenaza para la clase dominante.

En la “Vuelta de Martín Fierro”, segundo libro de Hernández sobre el gaucho publicado siete años después del primero, el autor presenta a un personaje refundado, en un entorno político y social también modificado en donde ya los gauchos no eran enviados a pelear, y muchos eran peones de estancia.

A diferencia de la Ida, Hernández muestra en el segundo libro a un gaucho más dócil que regresa domesticado, redimido y dispuesto a brindar consejos a sus hijos con los que se reencuentra, como también a los del Sargento Cruz, sobre las consecuencias de vivir fuera de la ley, de ser pendenciero, bebedor y de matar por matar, porque si bien Fierro había matado en las milicias, cuando mató en duelo lo hizo por gaucho matrero.

Oficialización del Día de la Tradición

Durante una reunión en la Agrupación de Bases, una organización que tenía como objetivo destacar y reivindicar a las costumbres y la vida gauchesca, el poeta Francisco Timpone propuso en 1937 una iniciativa que conmemorara las por entonces llamadas “tradiciones gauchescas”. El pedido llegó al Congreso Nacional y en 1939 se aprobó la Ley Nº 4756 que reconocía el Día de la Tradición en el territorio de la provincia de Buenos Aires.

En 1975 ambas cámaras legislativas coincidieron en hacer extensiva la celebración para toda la Argentina. En el mismo decreto se estableció a la localidad de San Martín como “Ciudad de la Tradición”, al ser el lugar en el que nació José Hernández.

La vigencia y las reescrituras del Martín Fierro

El poema de Hernández propició nuevas escrituras y reescrituras sobre la vida del gaucho, en la creación de relatos en los que los personajes secundarios pasaron a ser principales como en la novela “Las aventuras de la China Iron”, de Gabriela Cabezón Camara, en el cuento Biografía de Isidoro Tadeo Cruz de Jorge Luis Borges escrito en 1944, o en el relato El amor, de Martín Kohan. Narrativas que fueron consecuencias de un hito como lo fue el poema nacional de Hernández.

En el cuento de Borges el sargento Cruz no es el enemigo, sino que se asemeja más a la imagen del gaucho perseguido, que duerme en una tapera o “recluido en la fonda del vecindario de los corrales” en donde “pasó muchos días, taciturno, durmiendo en la tierra, mateando, levantándose al alba (…)” tal como Fierro cuando había perdido casa, mujer e hijos y era buscado por matar, por rebelde y peligroso. Borges dibuja a Cruz atravesando momentos de reclusión, abandono y rebeldía y que quebranta la ley y mata a otro hombre en una reyerta, pese a que matar no le era ajeno ya que lo había hecho en las milicias. También escribe Borges que hacia 1869, cuando Cruz fue designado sargento rural, se vio como un espejo en Martín Fierro y se puso a pelear contra su propia tropa, del lado del gaucho, aduciendo que “no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente”.

En el relato El amor el escritor Martin Kohan retoma en el siglo XXI en una singular historia de Fierro y Cruz, un texto en sintonía con las formas de sociabilización de los tiempos que corren,  desmitificando la sexualidad del macho argentino, del gaucho actual domador de caballos salvajes y retobados, payadores y bebedores de buen vino. Kohan es osado. Reescribe la historia con los mismos personajes: Fierro y Cruz a partir del destierro de ambos, de convertirse en compañeros de la deserción, en parias, en gauchos olvidados y escurridizos excluidos del sistema que viven juntos, que le pasan las paisanas por delante sin que éstas le llamen la atención. Se atreve, avanza sin perder el tono solemne de la obra de Hernández y del cuento de Borges sobre la Biografía de Cruz, para mostrar a dos hombres cercanos por una amistad que fue más allá, en donde hubo un beso entre machos que terminó afianzando su relación, su complicidad. No obstante, tratan de evitar hablar de ello, ninguno de los dos quiere poner el beso en palabras. Kohan es explícito en cuanto a la consumación del amor y el deseo. Adentro de la carpa todo parece estar aceptado, mientras de la toldería hacia afuera intentan preservar su imagen de gauchos recios y machos. Lo que no se dice es si continuará el romance, porque tal vez los encuentren y los maten, porque tal vez una vez descubierto el amor y saboreado juntos el cigarro del final del coito está la posibilidad de que se arrepientan de lo hecho aún después de que “Las simientes casi en hervor van adonde mejor les toca: a lo más hondo del culo o al polvo que es destino del hombre”.

En la novela “Las aventuras de la China Iron” Cabezón Camara escribe una historia en donde la esposa de Cruz, abandonada y con sus hijos a cuesta, se siente feliz por haber dejado atrás a aquel gaucho golpeador que la había ganado en una partida de truco. Camina el desierto en donde se cruza con Liz, una inglesa que le enseña el mundo que no había alcanzado a conocer antes. La novela es una suerte de diario de viaje, de exploración externa e interna, de crecimiento y felicidad con un tono particular que le da la autora: la ironía, sobre todo acompañada por una condición particular y también aggiornada a los tiempos que corren. No extraña a Martín Fierro y es, por lo tanto, una mujer libre.

Inevitable

Costumbre, hábito, práctica, usanza, estilo, creencia, leyenda, historia, pasado, acervo o mito, entre algunos otros, son sinónimos de tradición. Parece inevitable entonces hablar de historia cuando se nombra a José Hernández y de usos y leyendas cuando se trata del Martín Fierro. Quizás también de prácticas cuando se reescriben historias que se alejan de la violencia de los enfrentamientos de frontera, haciéndose de la obra fundacional para recrear otras nuevas que reflejan los códigos de la amistad del hombre argentino, como en el caso de Borges; la homosexualidad que se intenta ocultar, tal el cuento de Kohan, y la felicidad de una mujer como la China, en la novela de Cabezón Camara, que se deshizo del maltratador y, pese a la pobreza, es feliz porque es una mujer libre