Por Jorge A. Ripani*

La Revolución de los Coroneles había puesto fin a la Década Infame y el fraude “patriótico” en 1943 e iniciado un proceso de reconocimiento de derechos laborales a través de la Secretaría de Trabajo y Previsión a cargo de Juan Perón.

Pero los partidos políticos (desde el PDN, pasando por la UCR, hasta el flamante PC), los universitarios, la Bolsa de Comercio y la Embajada de EEUU conducida por Spruille Braden, se congregaron en un poderosísimo embrión de lo que luego sería la Unión Democrática. El 19 de septiembre realizaron la “Marcha por la Constitución y la libertad”. Una multitud surgida de las clases medias y altas de Buenos Aires resultó ser una “espectacular demostración de poderío de la oposición” (Miguel Ángel Scenna). Entonaron varias veces La Marsellesa, vituperaron a las Fuerzas Armadas y de seguridad y pidieron la entrega del poder a la Corte. Entendieron que era aplicable la ley de acefalía. La Corte era la misma que había dictado la Acordada del 30 avalando el golpe a Yrigoyen.

Luego de la Marcha, los días fueron aciagos para el gobierno presidido Edelmiro Farrell. La prensa lo presionaba con titulares negativos. La Secretaría de Trabajo estaba en el ojo de la tormenta. Se sucedieron renuncias. También se supo que el 9 de octubre hubo una conjura de algunos oficiales para asesinar a Perón ni bien entrara a inaugurar un curso en la Escuela de Guerra al que finalmente faltó aparentemente por azar.

Un sector militar liderado por el Gral. Eduardo Avalos de Campo de Mayo, logró la remoción de Perón y el resto de los ministros. Asumieron los ministerios militares Ávalos y el Almte. Héctor Vernengo Lima (Guerra y Marina respectivamente). El resto de los ministerios quedó prácticamente acéfalo. Alguno nominó la situación como “el bigabinete”. Las Fuerzas Armadas (incluido Ávalos) consideraban un agravio entregar el gobierno a la Corte luego de la reputación empeñada en el movimiento contra la Década Infame.

Amadeo Sabattini, “el peludo chico” (UCR), era un caudillo cordobés, presidenciable y de gran prestigio. Desconfiaba tanto de los militares como de la multipartidaria en la que primaba el alvearismo. Él fue el que sugirió la idea intermedia de convocar al Dr. Juan Álvarez (procurador de la Corte e historiador; hoy la Biblioteca Argentina de Rosario lleva su nombre) para que arme un gabinete de transición. Lo cual no era entregar el gobierno a la Corte del todo pero casi, porque Álvarez se dedicó a la tarea con beneplácito de aquella. Este se haría cargo del Ministerio del Interior, en ese entonces el más importante.

Luego privaron de la libertad a Perón y casi todos evaluaron que estaba terminado políticamente. Crítica publicó: “Perón ya no constituye un peligro para el país”.

Sin embargo sabemos que seguidamente sucedió el 17 de octubre. Un inusitado alud popular de tierra adentro cubrió la ciudad-puerto como un manto protector, pidiendo por el paradero del ex secretario de Trabajo y Previsión. Todo fue sorpresa. Afuera de la Casa de Gobierno policías sonreían a trabajadores. Adentro Farrell miraba por la ventana y decía: “¡Esto se está poniendo lindo!”.

Ahora bien, en el medio de toda esa exaltación, se vislumbraría una situación propia de los Estados periféricos. Sus círculos sociales son poseedores una admirable aptitud para divorciar la idea de la realidad. Luego de la siesta el Dr. Álvarez que según Noticias Gráficas se iniciaba “en función de primer ministro europeo” envió a su secretario…

La encrucijada es descripta por el libro “El 45” de Félix Luna: “Eran las 20:30 cuando entró a la Casa de Gobierno el secretario del procurador general de la Nación: venía a traer la lista ministerial formada por Álvarez, con el Curriculum de sus integrantes y una cuidadosa nota firmada por todos, manifestando que aceptaban sus cargos (…) Un vodevil de Feydeau no hubiera regulado mejor la entrada de ese funcionario que venía a transmitir algo incomprensible de parte de un fantasma ya olvidado… Afuera, la plaza repleta parecía una caldera a punto de reventar pero Álvarez y sus amigos nada habían visto, nada habían comprendido… Lo recibieron con estupefacción, lo despidieron con cortesía y después el manicomio siguió funcionando en su plenitud. Ni siquiera se leyó la lista de ministros propuesta por Álvarez; si lo hubieran hecho se hubiera agregado un buen elemento para los discursos que ya se estaban anunciando por los altoparlantes, porque esa nómina era, sencillamente, un escarnio para el país.

Días después, la prensa publicaba la fotografía de Álvarez con su nonato gabinete. Aparecía al lado de las imágenes multitudinarias de la Plaza de Mayo y las que reflejaban la marcha sobre Buenos Aires de columnas ululantes, camiones repletos, tremolar de banderas y carteles. Pocas veces dos líneas históricas pudieron confrontarse gráficamente de una manera tan directa. Esa fila de apergaminados caballeros al lado de un pueblo que se lanzaba a tomar el poder con rotunda determinación, con alegría, con un fervor que parecía olvidado, eran como los símbolos del país nuevo, desbordante de vitalidad y esperanza, al lado del país que había quedado definitivamente atrás”.

Lo que pasó después es conocido. Perón fue liberado, dio un discurso desde el balcón de la Casa Rosada, se convocó a elecciones y luego se convirtió en presidente constitucional triunfando ajustadamente frente a la Unión Democrática. Lo no tan conocido tal vez sea el desopilante hecho del “gabinete fantasma” del Dr. Álvarez.

*Abogado especializado en Derecho Político e Historia Constitucional.