por Rubén Alejandro Fraga

Este miércoles se cumplen 76 años del comienzo de la historia de amor que más incidencia tuvo en la historia política argentina del siglo XX: la de Juan Domingo Perón y María Eva Duarte.

Transcurría el caluroso enero de 1944 y el país estaba conmovido por el terremoto que el día 15 de ese mes había destruido la ciudad de San Juan, dejando un saldo de más de 7.000 muertos y la virtual desaparición de la edificación en la capital provincial cuyana.

De inmediato, el gobierno de facto encabezado por el general Pedro Pablo Ramírez organizó el socorro a los damnificados. El coronel Juan Domingo Perón tomó a su cargo la campaña solidaria y en pocas semanas logró recaudar más de doce millones de pesos.

El gobierno militar, surgido del golpe de Estado que el 4 de junio de 1943 derrocó al conservador Ramón Antonio Castillo, prometió que la histórica ciudad será reconstruida y efectivamente así se hizo, aunque las tareas llevarían años hasta su terminación.

En ese marco, aquel sábado 22 de enero de 1944 se realizó un gran festival organizado por la colonia artística en el porteño estadio Luna Park, en Corrientes y Bouchard, para recaudar fondos para socorrer a las víctimas del sismo de San Juan.

Fundado por Ismael Pace y José Lectoure en 1931, el estadio Luna Park fue testigo de numerosos acontecimientos en el siglo XX. Escenario de grandes combates de boxeo y también de bailes, recitales, festivales y hechos luctuosos, allí se velaron los restos de Carlos Gardel y sonaron entonces los compases del tango “Silencio” en la versión de la orquesta del maestro Francisco Canaro.

Ocho años después, la noche del sábado 22 de enero de 1944, la agrupación orquestal del gran intérprete uruguayo, sonaría junto a las voces de Libertad Lamarque, Hugo del Carril y la típica de Juan D’Arienzo, en el festival a beneficio de las víctimas del terremoto ocurrido una semana antes en San Juan. Fue la noche en la que se conocieron Evita y Juan Perón.

El coronel, de 48 años, ocupaba por entonces la Secretaría de Trabajo de la Nación que había organizado para gestar y poner en práctica la legislación laboral en favor de la producción y los derechos obreros.

María Eva Duarte, nacida el 7 de mayo de 1919 cerca del pueblo de Los Toldos, era hija natural de Juan Duarte y Juana Ibarguren y había sido anotada originalmente en el Registro Civil como Eva María Ibarguren (antes de casarse con Perón, Eva modificó su apellido por Duarte e invirtió el orden de los dos nombres).

En aquel enero de 1944 la joven tenía 24 años y era una novel actriz de radioteatro que se había movilizado con otros compañeros para llevar a cabo el acto.

El periodista e investigador Rodolfo Ghezzi cuenta que hay dos hipótesis sobre quién presentó a la pareja.

Una sostiene que los habría presentado el coronel Domingo Mercante, amigo del futuro presidente argentino y en ese entonces adjunto a la Secretaría de Trabajo. El hijo de Mercante afirmaba: “Yo escuché mil veces que Evita le decía a mi padre: «¿Se acuerda, Mercante, cuando usted en el Luna Park me llevó de la mano para hacerme sentar al lado de Perón? ¡Ay, el miedo que tenía! Y usted, mire que estuvo inspirado, ¿eh?»”.

Por entonces, Eva estaba afiliada al Sindicato de Actores de Radio, y la mañana del acto colaboró pidiendo con una alcancía, solicitando dinero a los transeúntes de la porteña calle Florida. Antes habría charlado con Perón en la Secretaria de Trabajo y Previsión Social. Según el historiador peronista Fermín Chávez, volvieron a dialogar en la mencionada arteria cuando los artistas pedían fondos para los damnificados del terremoto. Siempre de acuerdo a las palabras del escritor: “Se les acercó un chico, de apellido Vázquez, quien le ofreció a Evita su libreta de ahorros. Perón estaba allí.”

No termina aquí la polémica sobre quién o quiénes los presentaron. Roberto Galán, locutor de espectáculos en la Argentina, que hasta muy avanzada edad conducía en la televisión un programa que se llamó “Si lo sabe cante”, era entonces un joven audaz que ya daba sus primeros pasos en la profesión y fue el presentador en el festival del Luna Park. Según cita Alicia Dujovne Ortiz en su libro Eva Perón, la biografía, Galán le contó que fue él quien realizó el “enganche” y que en un momento determinado del festival, se le acercó y le dijo: “Galancito, por favor, anunciame que quiero declamar una poesía”.

Cuenta luego el animador que en un momento dado llamó a Evita y a otras tres actrices y les dijo: “Los coroneles se han quedado solos. Se los voy a presentar diciéndoles que ustedes forman parte del Comité Femenino de Recepción”. Fue ahí cuando Evita se sentó junto a Perón y diría luego en su libro La Razón de mi vida: “Aquel fue mi día más maravilloso”.

La relación sentimental entre el coronel Perón y Evita trascendió rápidamente al público y, sobre todo, llegó a oídos de sus camaradas del Ejército, que, en general, no vieron con buenos ojos ese romance.

Cuando Evita conoció a Perón éste vivía con una chica a la que llamaban la Piraña. La temperamental Evita se encargó de sacarla literalmente a las patadas de la casa de Perón.

Luego vinieron el encarcelamiento de Perón en la isla Martín García, la gran movilización popular del 17 de octubre de 1945, su posterior liberación y su acceso a la presidencia en 1946. El 24 de febrero de ese año triunfó la fórmula Juan Domingo Perón – Jazmín Hortencio Quijano.

Eva compartió su vida con Juan desde aquel festival de beneficencia. Se casaron por civil en la ciudad bonaerense de Junín, el 22 de octubre de 1945, y el 10 de diciembre de ese año, hicieron bendecir su enlace en una iglesia de La Plata. La muchacha nacida el 7 de mayo de 1919 en Los Toldos, población bonaerense, era hija natural de Juana Ibarguren y Juan Duarte. De esa unión nacieron otras dos hermanas y un hermano.

Todos ellos vivirán una situación traumática, que sin duda los marcará para toda la vida: el 8 de enero de 1926 murió Juan Duarte Echegoyen en un accidente automovilístico. Terrateniente y político influyente, sobre todo en la zona de la ciudad bonaerense de
Chivilcoy, al igual que otros pares, tenía además de su mujer legítima, en este caso Estela Grisolía, otra familia que generalmente reconocían y por supuesto, a sus hijos.

Aquel momento según el General

En su libro Del poder al exilio. Cómo y quiénes me derrocaron, Juan Domingo Perón contó su historia de amor con Evita. Fue en 1956, cuando ya estaba en el exilio. El que sigue es parte de ese relato:

“En 1956, ya exiliado Juan Domingo Perón, circularon en distintos medios de Europa y América textos cortos de su autoría, que más adelante integrarían la obra Del poder al exilio. Cómo y quiénes me derrocaron. Algunos capítulos se editaron separadamente con el título «Cómo conocí a Evita y me enamoré de ella». Esos textos fueron reeditados por el Instituto Nacional Juan Domingo Perón y la Comisión Permanente Nacional de Homenaje al Teniente General Juan Domingo Perón en 2002, al cumplirse 50 años de la muerte de Eva Perón. Aquí, algunos extractos de su obra.

“Eva entró en mi vida como el destino. Fue un trágico terremoto que sacudió la provincia de San Juan, en la cordillera, y destruyó casi enteramente la ciudad, el que me hizo encontrar mi mujer. En aquella época yo era ministro de Trabajo y Asistencia Social. La tragedia de San Juan era una calamidad nacional. Para socorrer a la población movilicé al país entero; llamé a hombres y mujeres a fin de que todos
tendiesen la mano a aquella pobre gente de aquella provincia remota. Entre los tantos que en aquellos días pasaron por mi despacho, había una joven dama de aspecto frágil, pero de voz resuelta, con los cabellos rubios y largos cayéndoles a la espalda, los ojos
encendidos como por la fiebre. Dijo llamarse Eva Duarte, ser una actriz de teatro y de la radio y querer concurrir, a toda costa, a la obra de socorro para la infeliz población de San Juan. «Organizamos espectáculos –dijo ella–. Movilizaré los colegas. Mi compañía es una compañía de voluntarios que pide ser empleada en esta batalla benéfica». Hablaba de manera vivaz, tenía ideas claras y precisas e insistía en que se le confiara un cargo. Yo la miraba y sentía que sus palabras me conquistaban; estaba casi subyugado por el calor de su voz y de su mirada. Eva estaba pálida pero mientras hablaba su rostro se encendía.Tenía las manos escuálidas y los dedos ahuesados; era un manojo de nervios. Discutimos largo rato. Era la época en que en mí se abría camino la idea de dar vida a un movimiento político que transformase radicalmente la vida de la Argentina».

“Vi en Eva una mujer excepcional, una auténtica «pasionaria» animada de una voluntad y de una fe que se podía parangonar con la de los primeros creyentes. Eva debía hacer algo más que ayudar a la gente de San Juan; debía trabajar por los desheredados argentinos. Decidí, por lo tanto, que Eva Duarte se quedase en el ministerio mío y abandonase sus actividades teatrales».

“Al principio, aquella frágil mujer rubia no hizo hablar de ella. Me seguía como una sombra, me escuchaba atentamente, asimilaba mis ideas, las elaboraba en su cerebro férvido e infatigable y seguía mis directivas con una precisión excepcional. En dos o tres meses, Eva Duarte había sido capaz de transformarse en una colaboradora indispensable. Fue en ocasión de los sucesos de 1945 cuando demostró un valor fuera
de lo común y una personalidad extraordinaria».

“El 9 de octubre fui obligado a renunciar al ministerio. Fui arrestado a consecuencia de una manifestación popular protagonizada por los obreros cuando supieron mi dimisión y se me envió a la isla de Martín García. En Buenos Aires, Eva Duarte trabajaba por mí. Tomó la dirección del movimiento y en breve puso una carga explosiva en el alma de la Nación. Tampoco ella tuvo días tranquilos; llamada a la Secretaría de la Presidencia fue invitada a no ocuparse de política y a volver a su trabajo en el teatro. En respuesta, Eva llevó a nuestra gente a las plazas y el 17 de octubre se puso a la cabeza de los «descamisados» que en la Plaza de Mayo amenazaron incendiar la ciudad si no me
ponían en libertad«.

“Yo estaba finalmente libre; Eva había vuelto a trabajar conmigo con más espíritu y mayor pasión. Pensábamos con el mismo cerebro, sentíamos con el mismo corazón. Era natural por tanto que en tanta comunión de ideas y de sentimientos naciese aquel afecto que nos llevó al matrimonio. Nos casamos en el otoño de 1945 en la iglesia de San Francisco en La Plata».

“Trabajábamos día y noche; con frecuencia, durante semanas no nos veíamos y cada encuentro desde el punto de vista sentimental, era una novedad, una sorpresa. El 4 de junio de 1946 fui nombrado presidente. Los primeros seis meses fueron los únicos que pasamos tranquilos, en una casa verdaderamente nuestra. Habitábamos en la calle Teodoro García, en la casa de Evita, pequeña, aislada, hecha a propósito para pasar una luna de miel que nos habíamos visto obligados a aplazar».

“Los primeros síntomas de su enfermedad se manifestaron hacia fines de 1949. El 1º de mayo de 1952 habló por última vez en público desde un balcón de la Casa Rosada. Le costó gran fatiga, tanto que al terminar el discurso se desvaneció entre mis brazos. El día antes de morir me mandó llamar y quiso permanecer sola conmigo, su voz era apenas un susurro… «No abandones a la gente pobre… Es la única que sabe ser fiel». Durante la noche, Evita tuvo un colapso y entró en coma. Antes de expirar, Eva me había recomendado no dejarla enterrar; quería ser embalsamada».

“De ella me quedan una fotografía, su carné cívico y la última carta que me mandó el 4 de junio de 1952. Las pocas palabras que escribió son casi ilegibles, la escritura es irregular, incierta y fatigada. Se parece a su respiración, como la sentí aquella mañana inolvidable, pocos instantes antes de morir”.