En la Argentina, cada 2 de junio se celebra el Día Nacional del Perro, y para explicar las razones, hay que contar la historia de “Chonino”.

No muchos porteños conocen la calle Chonino. Son 450 metros que van desde Jerónimo Salguero -justo donde termina el centro comercial Paseo Alcorta- hasta la avenida Casares, en los fondos del Club de Amigos.Ese tramo paralelo a las vías del ferrocarrili Mitre, en Palermo, rinde homenaje a un ovejero alemán que murió «en cumplimiento de su deber».

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Chonino nació en abril de 1975 y dos años después fue reclutado por la División Canes de la Policía Federal Argentina. SI bien comenzó cumpliendo tareas habituales para su raza, en 1978 tuvo su debut en las grandes ligas: formó parte de la seguridad del partido inaugural del Mundial realizado en nuestro país. Alemania, campeón en 1974, y Polonia dejaron un pálido 0 a 0, para lamento de los 60 mil espectadores del estadio de River Plate y, tal vez, para Chonino, si se tienen en cuenta sus orígenes germánicos.

La historia de Chonino tuvo un triste final. El jueves 2 de junio de 1983, junto a su guía, el suboficial Luis Sibert, y el agente Jorge Iani, realizaban una recorrida de rutina por el barrio de Villa Devoto. A la altura de las avenidas General Paz y Lastra, los policías vieron a un par de sospechosos y les pidieron que se identificaran; la respuesta fueron una serie de disparos que hirieron a Iani y a SIbert.

Entonces Chonino salió en defensa de su guía, aferró con sus dientes a uno de los delincuentes por su campera, hasta que el otro le dio un mortal balazo. Ni Iani ni Chonino sobrevivieron esa noche. Silbert, afortunadamente, pudo recuperarse después de varios meses.

Sin embargo, Chonino todavía guardaba una sorpresa: en sus fauces no sólo tenía un trozo de la campera del atacante sino también su documento, el cual permitió que ambos asesinos fueran detenidos.

Chonino no sólo tiene una calle. También lleva su nombre el parque de entrenamiento de canes de la Policía Federal y por si fuera poco, se le erigió una estatua en los bosques de Palermo. «Dio su vida por salvar a su guía y amigo», reza una de las placas que allí lo recuerdan.