A orillas del Paraná, cuando el sol comenzaba a caer, el general Manuel Belgrano enarboló por primera vez la insignia patria, posiblemente confeccionada por las manos laboriosas de una rosarina, llamada María Catalina Echeverría de Vidal, junto a las Baterías Libertad e Independencia, y que fue jurada por los soldados de la entonces naciente, hoy consumada Argentina.

Si bien no hay constancias documentales que permitan dar precisiones al detalle sobre aquella jornada, en especial respecto a la fecha, si está confirmado que dos semanas después de solicitar que fuera instituida la escarapela, el 13 de febrero de 1812, Belgrano volvió a dirigirse al Primer Triunvirato en estos términos: “Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional: espero que sea de la aprobación de Vuestra Excelencia».

Es que hasta entonces, y quizás la razón primigenia por la que el Creador de la Bandera decidió encarar su empresa, las tropas enarbolaban los mismos colores que los del Ejército realista, lo que representaba una dificultad práctica en terreno de combate, más allá del valor simbólico.

Comunicado el hecho al Triunvirato, partió a hacerse cargo del ejército del Norte, sin tomar conocimiento de que el organismo público, desde Buenos Aires, le negaba la posibilidad de usar la nueva bandera, en momentos donde aún se dudaba desde esa esfera “gobernante” sobre los pasos a seguir y buscaba evitarse erosionar las relaciones con Gran Bretaña, cuyo aval consideraban clave, ya que tampoco se había tomado la decisión de terminar drásticamente con la corona española, más allá de los sucesos de mayo de 1810.

No enterado de la prohibición, Belgrano, en Jujuy, colocó la bandera en los balcones del Ayuntamiento, en reemplazo de la española, y en esa ocasión recibió su primera bendición. Un detalle que permanece como incógnita aún por estos días, más de dos siglos después, es el destino final de aquel manto primario.

Entre las posibilidades, podría haber permanecido en lo que entonces era el pueblo Rosario, ya que la costumbre era que una bandera creada para un batallón permaneciera allí. Otra chance es que haya sido recogida por un enviado del Triunvirato, y hasta es posible, aunque menos probable, que se la haya llevado Belgrano al Norte, cuando partió para intentar frenar el avance de tropas realistas desde el Alto Perú.

Tampoco la fecha es precisa, aunque ya ha sido adoptada por la tradición, ya que nada confirma que haya sido izada ese mismo 27 de febrero, así como las cualidades exactas del telar: si tenía ya entonces las tres franjas, si éstas eran verticales u horizontales, o bien cuál era distribución de los colores.

Sin embargo, la flamante flameante no pudo seguir desplegando su aliento de independencia, pues fue condenada al ostracismo el 27 de junio de ese mismo año, cuando el Triunvirato volvió a insistir y esta vez Belgrano no pudo sino acatar la orden, y decidió el 18 de julio concretar la petición hasta que nuevos vientos de libertad hicieran flamear la bandera, sin temores ni dudas.

El 23 de agosto de 1812, Buenos Aires finalmente la lució en la torre de la iglesia de San Nicolás de Bari, pero fue recién luego del 9 de julio de 1816, una vez declarada la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, más precisamente el 20 de julio, cuando su uso oficial fue aprobado por el Congreso.

El 25 de febrero de 1818, se le añadió el sol, en homenaje al Dios Inca Inti (Dios del Sol) estampado en la franja blanca central, reproducción del que aparecía en la primera moneda nacional.

Sus 32 rayos dorados, están contenidos en negros bordes, alternándose un rayo recto y otro ondulado. Las franjas, superior e inferior son de color azul-celeste. La bandera con el sol fue usada para instituciones y eventos oficiales y de las Fuerzas Armadas hasta 1985, en que se dispuso su colocación en todas las banderas argentinas.

La Bandera oficial posee medidas reglamentarias: 1,40 metros de largo por 0,90 metros de altura.

Cronología de la propuesta y juramento de la Bandera:

13 de febrero de 1812: Manuel Belgrano propuso al Gobierno la creación de una «escarapela nacional», en vista de que los cuerpos del Ejército usaban distintivos diversos.

18 de febrero de 1812: El Triunvirato aprobó el uso de la escarapela blanca y celeste, decretando: «Sea la escarapela nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, de color blanco y azul celeste…».

27 de febrero de 1812: Entusiasmado con la aprobación de la escarapela, M. Belgrano diseñó una bandera con los mismos colores, enarbolándola por primera vez en Rosario, a orillas del río Paraná. Allí, en las baterías «Libertad» e «Independencia» la hizo jurar a sus soldados. Luego, mandó una carta al Gobierno comunicando el hecho. Este mismo día, el Triunvirato le ordenó hacerse cargo del Ejército del Norte, desmoralizado después de la derrota de Huaqui.

3 de marzo de 1812: El Triunvirato contestó la carta de Belgrano, ordenándole que disimulara y ocultara la nueva bandera y que, en su lugar, pusiese la que se usaba entonces en la Capital. La orden se debió a la preocupación por la política con el exterior. Pero, cuando la orden salía de Buenos Aires, M. Belgrano ya marchaba hacia el norte y, por esta razón, no se enteró del rechazo del Gobierno a la nueva insignia.

25 de mayo de 1812: Al frente del Ejército del Norte, el entonces General en jefe M. Belgrano movilizó sus tropas hacia Humahuaca. En San Salvador de Jujuy, enarboló el ejército de su mando la bandera en los balcones del Ayuntamiento, en vez del estandarte real de costumbre que presidía las festividades públicas. Allí, la bandera argentina fue bendecida por primera vez.

27 de junio de 1812: El Triunvirato ordenó nuevamente a M. Belgrano que guardara la bandera y le recriminó su desobediencia.

18 de julio de 1812: El General contestó que así lo haría, diciendo a los soldados que se guardaría la enseña para el día de una gran victoria.