Por Alejandro Maidana

El conflicto suscitado entre uno de los conglomerados agroindustriales más grande del país y el Estado argentino, ha reeditado uno de los debates más medulares que atraviesan de sobremanera las fibras de una discusión que solo acepta dos posicionamientos claramente antagónicos.

La deuda de más de 18 mil millones de pesos que mantiene esta empresa de capitales privados con el Banco Nación, disparó una intervención que busca clarificar una serie de movimientos fraudulentos, y una dirección amigada con los actos «non santos». Pero claro, ante una demostración de corrupción tan explícita como deleznable, fue la palabra «expropiación», la que volvió a socavar la grieta y a alertar a quienes vienen amasando privilegios.

Los monopolios informativos comenzaron a jugar su desprejuiciado papel, el de fogonear la reprobación de todo intento de avance estatal sobre una empresa con un pasado tan oscuro como el presente. La erosión generada por los mismos, tan ruin y miserable como nos tienen acostumbrados, empujaría primero a una serie de cacerolazos, para después terminar con distintas manifestaciones el pasado 20 de junio.

Si bien el Obelisco en Buenos Aires, y el Monumento a la bandera en nuestra ciudad, fueron lugares elegidos para exteriorizar el apoyo a Vicentin, sin lugar a dudas el epicentro fue su lugar de origen, la localidad de Avellaneda, un terruño ubicado al norte de la provincia de Santa Fe. Allí productores junto a un nutrido grupo de vecinos, se congregaron para repudiar la intervención del Estado con argumentos tan débiles como inconsistentes.

Resulta imprescindible seguir revisando la historia de nuestro país, un relato que a lo largo y ancho fue construido por escribas xenófobos, racistas y que fueron moldeando la idea de una Argentina blanca con aires europeizantes. Y si bien la historia ha sido escrita por aquellos que han abrazado una victoria parcial, es menester avanzar con testimonios que la interpelen, que contesten lo preestablecido, que signifiquen un verdadero escollo contrahegemónico.

“Avellaneda fue fundada en 1879, y pareciera que la historia comienza con la llegada de los inmigrantes. Lamento decirles que la historia no comienza allí, sino que esta tierra estaba habitada por la gran Nación abipona y mocovíes entre otros pueblos de cazadores recolectores que no conocían de alambrados y propiedad privada. Gracias a las campañas del General Obligado, fueron exterminados”, cuenta Pablo Rolón, profesor de historia residente en Avellaneda que decidió contrainformar para romper el aislamiento, tal es así que en diálogo con Conclusión, acercó datos de suma valía que demuestran que este pueblo tiene otro rostro, y que precisamente no es de origen europeo.

– ¿Cómo surge la idea de salir a contestarle a la opinión pública que Avellaneda no es Vicentin?

– Surge a raíz de una proclama del poder local; “Avellaneda es Vicentin y Vicentin es Avellaneda”, lema con una fuerte connotación excluyente. La intervención de Vicentin por el Estado nacional se plasmó en las redes sociales a través de una lucha discursiva algo dialéctica, lógica y sobre todo retórica, llegándose a escuchar o leer cosas como que “Avellaneda es una colonia <PURA> de Friulanos”. Cabe destacar que Friuli es un territorio del Imperio Austro-Húngaro, que luego pasó a pertenecer a Italia.

– ¿Por qué estos relatos, mitos y/o representaciones sociales predominan en el imaginario social de esa Avellaneda?

El designio de la generación del 80, no sólo tenía un proyecto económico definido (agroexportador), sino también uno étnico cultural: el argentino blanco y europeo

– El designio de la generación del 80, no sólo tenía un proyecto económico definido (agroexportador), sino también uno étnico cultural: el argentino blanco y europeo. Durante generaciones se fue consolidando un discurso hegemónico cimentado en que lo civilizado era lo europeo, mientras lo bárbaro estaba vinculado con nuestras raíces indias, hispanos-criollas, y representaba el atraso. Ese modelo de estado, liberal-oligárquico, fue monocultural y excluyente; diversos actores sociales como los negros e indios quedaron apartados e invisibilizados. Es así como el “conquistador” General Manuel Obligado, tiene su presencia histórica en la ciudad con el “quebracho” en la plaza central, y en el escudo de la ciudad.

La palabra hegemónica se impuso por peso propio, pero existe otra, aletargada y silenciada.

La otra historia, la de esos negados, nos afirma que en el “desierto” chaqueño, habitaban los dueños legítimos de estas tierras: abipones, tobas, mocovíes, relacionadas ligústicamente a la familia Guaycurúes

– La otra historia, la de esos negados, nos afirma que en el “desierto” chaqueño, habitaban los dueños legítimos de estas tierras: abipones, tobas, mocovíes, relacionadas ligústicamente a la familia Guaycurúes. Tal vez no estén en la historia de la ciudad las primeras culturas nativas, pero están presentes en cada rostro moreno y en el arroyo el “Rey”, denominación puesta por el conquistador, porque en realidad su nombre original era “Ychimaye”: Río de las calabazas. Muchos avellanedenses disfrutábamos en verano de este arroyo, como recreación, o en distintas épocas del año, con la pesca. Cuentan los abuelos entre lágrimas y recuerdos, como ese arroyo posibilitaba sábalos, surubíes y dorados durante todo el año, que cada tanto se “tragaba” algún nadador desprevenido, y que todavía existen personas <desaparecidas>. La leyenda popular cuenta que esto deviene de la época de la conquista de Obligado, cuando se produjeron matanzas y muchos abipones flotaban mutilados en el arroyo. Entonces como respuesta a esa crueldad los chamanes, desataron una “maldición” a futuras generaciones, para recordar y castigar al hombre blanco. Leyenda o historia, no lo sabemos, lo que sí es verdad, es que siempre tenía un caudal y remansos respetables.

– No solo en nombre de la modernización y el progreso se justificaron genocidios, sino también de la destrucción del medio ambiente.

Tal vez un punto de análisis e investigación puede ser conocer como el avance del monocultivo de la soja transgénica y por ende de los agrotóxicos en la década 90, en nombre del progreso (de unos pocos), impactó social y económicamente en la región

– Sin lugar a dudas ¿Qué fueron de los bajos submeridionales? ¿Por qué este arroyo se quedó sin caudal de agua perdiéndose los recursos ictícolas, lugar de veraneos y esparcimientos de los sectores populares de la ciudad? ¿Por qué se contaminaron esas aguas sin el control de efluentes industriales? Tal vez un punto de análisis e investigación puede ser conocer como el avance del monocultivo de la soja transgénica y por ende de los agrotóxicos en la década 90, en nombre del progreso (de unos pocos), impactó social y económicamente en la región. Fueron épocas de la década menemista de convertibilidad y de sojización, donde muchas y muchos funcionarios y dirigentes políticos miraron para otro lado dejando todo a merced de las <fuerzas del mercado>, eufemismo del neoliberalismo que empujó a cientos de pequeños productores de la región a perderlo todo. Significó la expulsión y migración del medio rural de estos sectores que quedaron abandonados a su suerte por el desguace del estado. Frente a esta situación, muchos colonos (pequeños productores) de parajes del distrito Avellaneda para pagar y honrar sus deudas, tuvieron que vender sus campos a un precio vil, el que pudo y tuvo mejor suerte .Otros vieron entre llantos y abrazos sólo de familiares, como le fueron arrebatados por la “justicia” a fuerza de remates, aquellas tierras que habían pasado por generaciones a manos de los “nonos”, como se dice aquí.

Esto es algo que se repite a lo largo y ancho del país, y que deja en claro que la solidaridad de los poderosos, la República y la defensa de la propiedad privada, son solo eslóganes

Por ello, cuando hablemos de trabajo agrícola, también debemos incorporar a aquellos criollos, de rostros curtidos y piel oscura, descendientes de aborígenes y mestizos, estos actores fueron claves en la economía de la ciudad

– Por décadas el cultivo por excelencia en los orígenes de nuestra comunidad fue el algodón. Tan importante fue,  que está presente en los distintos símbolos, como por ejemplo, el escudo de la ciudad. La historia y el crecimiento de Avellaneda están vinculados fundamentalmente a la actividad agrícola, especialmente del algodón, llegándose cultivar en épocas de esplendor, miles de hectáreas. Fue tan importante esta actividad económica, que nuestra ciudad fue declarada Capital Provincial y Nacional del Algodón. Esta región era por excelencia junto al Chaco, las principales productoras de este cultivo, en la ciudad cada campaña del algodón que se extendía desde febrero hasta la época invernal, se veía invadida por miles de cosecheros y camiones que venían de distintitas provincias como Chaco, Formosa y Santiago del Estero, trayendo cargas que se mecían como veleros en el mar, ya que por el poco peso, debían traer carga “alta”, voluminosa. Es imposible concebir una fábrica sin obreros, como también aquella época un campo sin braceros. El trabajador en sus orígenes y hasta la actualidad, ha sido el engranaje fundamental de la producción, y generador de riquezas del sistema capitalista. Como el obrero fue en una planta fabril, el cosechero lo fue con sus manos en las plantaciones de algodón, venían en su mayoría de Corrientes y Chaco. Algunos eran trabajadores golondrinas, trabajo rudo si los hay, se desarrollaba desde febrero hasta mayo en épocas de invierno con las heladas, cuando las manos, especialmente los dedos entre las uñas, se rompían producto del frio cuando se quitaban las “bochas”. Además, estaba el peligro latente de serpientes como yararás, cascabel, o enjambres de abejas o camachuies. Cintura y manos eran las claves en la tarea, la recolección fue completamente manual por muchas décadas, y era un cultivo que generaba mucha mano de obra directa. Por ello, cuando hablemos de trabajo agrícola, también debemos incorporar a aquellos criollos, de rostros curtidos y piel oscura, descendientes de aborígenes y mestizos, estos actores fueron claves en la economía de la ciudad.

Esto que menciona con lujo de detalles, derriba la teoría que sostiene que Avellaneda es una colonia pura de Friulanos.

Estos trabajadores, los de abajo, que forjaron Avellaneda, no abundan en los símbolos y en la memoria de la ciudad

– Cientos de familias se radicaron aquí, para el algodón no había edad, niñas y niños de 7 a 13 años, grupos familiares enteros, algunos explotados y trabajando de sol a sol. Recordemos que hasta la llegada del peronismo, los trabajadores rurales no contaban con derechos sociales y protección de seguridad social alguna. Luego de promulgado el Estatuto del Peón Rural, el mismo despertó la ira de terratenientes, quienes estaban acostumbrados a ser amos de sus peones, llegándoles a pagar sólo con especias. Esta medida despertó el descontento de la Sociedad Rural Argentina y de los propietarios que no podían concebir la “intromisión del estado”. De esta manera los trabajadores rurales van a comenzar a cobrar salarios mínimos, descanso dominical, vacaciones pagas, estabilidad, condiciones de higiene y alojamiento. Estos trabajadores, los de abajo, que forjaron Avellaneda, no abundan en los símbolos y en la memoria de la ciudad. Hace algunos años el municipio construyó una rotonda cuyo monumento representa al “cosechero/a”. Como reconciliándose con ese pasado de piel oscura y manos callosas. Ahí está, es enorme, interpelando a esa historia oficial que oculta el ADN popular.

En este derrotero en el cual predomina la negación y la imposición del gran capital ¿Existen más actores que fueron aletargados y corridos a los márgenes de la historia?

Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires

– Así es, es imposible no referenciar a Las Ligas Agrarias y la Iglesia de los descalzos. Rodolfo Walsh nos decía que <Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece, así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas>.  En la década del 60 y 70 Avellaneda no quedó exenta de aquella época convulsionada donde se luchaba por una sociedad mejor, con justicia y equidad. Pero para los libros de historia de la ciudad, no existió nunca un movimiento de masas como fueron las Ligas Agrarias Santafesinas. Alguna vez existió en mi ciudad un movimiento gremial político que nucleaba a cientos, a miles de campesinos con conciencias de sus derechos; verdaderas puebladas y actos multitudinarios como el realizado en las instalaciones de unos de los clubes de la ciudad: Barrio Norte, cuentan que corría el año 1975, aproximadamente se reunieron 5 mil personas, en una población que no superaba los 12 mil habitantes. Se escucharon discursos apasionados vinculados a la democratización de la tierra, en contra de los monopolios y grupos de poder como la SRA. No había banderas argentinas flameando, la identidad nacional no pasa por vestir una camiseta argentina, sino entender y tener conciencia colectiva y de clase. Aquella que sólo me llevará a luchar con los “míos”, los de abajo, y no apoyar al “bando” de los poderosos. Eran tiempos de la patria real y no virtual, con un profundo sentido de sociedad integrada, de voces y acciones que interpelaban a los grupos con una clara consigna antimonopólica, experiencia rica que se interrumpió abruptamente en 1976 con el terror y la muerte. Así como existió este campesinado que parecía tomar conciencia de clase y avanzar en acciones consecuentes, las bases por esos años contaban con una marcada presencia de sacerdotes que caminaban junto a los obreros, los pobres, los desposeídos. Aquellos que no bendecían la mesas de los ricos y poderosos, sino las de los abajo. Apellidos inmigrantes como Yacuzzi, Paoli, Mussin entre otros, marcaron la vida religiosa de este norte provincial y profundo, comprometidos y solidarios con los pobres, mantuvieron sus convicciones religiosas y políticas, sufriendo persecuciones y exilios. Hasta el día de hoy son ocultados y silenciados por el poder y la jerarquía eclesiástica de la región ¿Será porque no les perdonarán a esos curas haber alzado las voz de los oprimidos? ¿Qué conocemos en la ciudad del Movimiento de Sarcedotes del Tercer Mundo? ¿Dónde quedó aquello que me decían en el catecismo de mi niñez que Jesucristo enfrentó a los poderosos? ¿Dónde quedó aquella cita bíblica que sostenía que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos? La historia la ganan los que la escriben, queda mucho en la ciudad y en la región por investigar y analizar,  nos pueden disputar la memoria, pero no profanarla.