Por Alejandro Maidana

La falta de control de la creciente contaminación que avanza de manera deleznable sobre los distintos cursos de agua de la provincia de Santa Fe, resulta abrumadora. Aquello que supo ser un paraíso contenedor para quienes encontraban en su lecho un lugar de esparcimiento, se ha convertido en una inmensa cloaca que exhibe, de manera impúdica, la desidia humana en todo su esplendor.

La realidad sigue mutando ante la mirada impertérrita de quienes la padecen, y la opulencia de quiénes han consolidado un paradigma tan destructivo como incomprensible. Para recordar el disfrute familiar de las portentosas cataratas del Arroyo Saladillo, y las bondadosas aguas del Ludueña, deberíamos remontarnos décadas atrás, momento en que poco se pensaba de lo que era capaz el “progreso”.

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No resulta azaroso que las opulentas industrias se ubiquen, en un porcentaje elevado, a la par de ríos, arroyos o canales, para poder, de esa manera, verter sus efluentes con absoluta impunidad. Basta con recorrer las zonas donde funcionan estos monstruos descontrolados, a los que le conviene pagar irrisorias multas, a tener que invertir en el tratamiento seguro de los residuos que genera.

La bajante pronunciada y consolidada del río Paraná, y que abraza a toda la cuenca del Plata, representa a la claras el profundo impacto ambiental y social que viene empujando el extractivismo en todas sus ramificaciones. Pero claro, el descenso de las aguas ha dejado al descubierto decenas de caños industriales utilizados para verter los efluentes en cualquier curso de agua, siendo el río Paraná el más golpeado. Días atrás desde el “Instituto de Pensamiento Popular Soberanía”, presentaron el documental, “Los 100 caños, enemigos ocultos del Paraná”, un trabajo que explicita parte de la contaminación vertida sobre el río Paraná en el territorio provincial.

 

Como parte de este tenebroso derrotero, podemos citar lo ocurrido en el barrio Puente Gallegos y alrededores en 2019, allí Conclusión pudo constatar la contaminación industrial y vertido de tóxicos en el arroyo Saladillo (a la altura de Ovidio Lagos y Ruta N° 18), cuadro de situación que afectó de manera considerable la salud de los vecinos y la de los animales. En aquel momento, y después de recorrer el territorio, se pudo comprobar que dos empresas radicadas en el lugar, estarían descargando sus desechos en el desagüe pluvial que está a la vera de la Ruta 18, siendo este curso de agua quién trasladaba las pestilencias al Arroyo Saladillo.

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Es imposible intentar graficar con palabras lo experimentado en ese lugar, ya que en lo que a quién escribe refiere, resultó algo asombroso poder contemplar el momento en que estos fluidos químicos chocaban con el agua salada generando gases que afectaban considerablemente la vista, haciendo dificultosa la respiración, provocando incluso mareos y vómitos. En lo particular, es menester destacar que luego de visitar el lugar, tuvimos que librar una dura batalla de dos semanas con una bacteria que se había alojado en la laringe y que, gracias a un fuerte antibiótico, pudimos vencer.

Abandono y dolor, la muerte lenta del Arroyo Ludueña

Marcelo Ferraro como vecino del lugar, hace años que viene insistiendo en la necesidad de torcer el deplorable estado del Arroyo Ludueña, ya que la agonía del Saladillo, habla por sí sola. Si bien parece que habría un proyecto para solucionar la problemática de las cataratas, la misma estaría enfocada en la preservación del puente, pero no así del cauce, ya que el mismo seguirá atravesado por la contaminación gracias a distintas pestilencias y venenos.

El Ludueña es literalmente un basural, desde la calle República hasta el entubado existen algunos asentamientos, para citarlos podríamos  nombrar al barrio Stella Maris y la Villa La Bombacha, continuando por los que se encuentran en la curva del autódromo y al costado del entubamiento. Quiénes moran esos lugares utilizan el arroyo como un gran receptáculo de todo tipo de residuos, la realidad es apabullante y desde el estado no acercan ningún tipo de respuestas.

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En diálogo con Conclusión, y manifestando una creciente preocupación por el alto índice de contaminación de las aguas de un arroyo que supo cobijarlo de pibe, Marcelo Ferraro indicó: “He tenido distintas charlas con funcionarios municipales, acercamos mapas y fotografías, pero todo es ficción, nunca se trabaja en educación ambiental con los vecinos,  ni se avanza en la limpieza ampliando el servicio de recolección de basura. Sinceramente estoy muy cansado de no encontrar respuestas, acá hay que ponerse las botas y el overol, literal, para colaborar con la limpieza mientras que otras personas se encargan de educar.

La falta de respuestas por parte de las distintas áreas del estado, genera una creciente sensación de indefensión y frustración. Los negocios por sobre el derecho a una vida saludable y un entorno amigable. “Aún  espero la respuesta de la Ministra de Ambiente de la provincia de Santa Fe, quién  tengo entendió lee nuestros  mensajes pero no brinda ningún tipo de devolución, mientras que el que responde a la municipalidad de Rosario, me daría la impresión que ni siquiera sabe de la existencia de los arroyos de la ciudad. A ningún funcionario le interesa tener las cuencas limpias para el disfrute familiar, con decisión política podríamos tener maravillosos parques a las orillas de arroyos que supimos disfrutar de pibe”.

Los vecinos del lugar sostienen que han golpeado las puertas de todos los partidos políticos, pero lamentablemente las intenciones fenecen en los pedidos de informes entre municipio, provincia y nación, para que finalmente nada se resuelva. “A todo esto debemos sumarle la falta de control del basural de la ciudad Pérez, que también afecta a la vida del arroyo Ludueña, y ni hablar de los camiones atmosféricos que a la noche se acercan al dique y descargan el nauseabundo contenido a las aguas. No existe control,  hay una gran habilidad para destruir pero no para construir, cabe destacar que quién recibe finalmente toda esta pestilencia, es el río Paraná. Cuesta no frustrarse”.

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Mientras el mundo está tratando de dar un vuelco en torno a los impactos ambientales, en este país la profundización de los modelos degradantes del ambiente, sigue su destructivo cauce.  “La realidad es demoledora, la falta de educación y conciencia ambiental es demasiado explícita, a la gente parece no importarle moverse entre la mierda, pero después para poner las patas en un arroyo cristalino, tiene que hacer cientos de kilómetros para llegar a las sierras de Córdoba. Me parece bárbara la inversión que se va a hacer en el Saladillo, pero acá lo que se debe procurar es  que las aguas no bajen contaminadas para que la gente pueda despejarse tomándose uno mates sin pensar en el grado de contaminación a la que puede estar expuesta”.

No se invierte en ecología, en preservación, en tener una política de reciclado muchos más profunda, en que estos barrios marginados puedan tener un lugar en donde poder acercar sus residuos. “Me duele muchísimo no poder ver a mi hijo disfrutar de un arroyo en el que treinta años atrás su padre disfrutaba junto a sus amigos. En el cauce del arroyo podes encontrar desde pedazos de silo bolsa y piletas de lona, a todo lo que uno pueda imaginarse, incluso un día tuve que rescatar a un perro que habían dejado atado a las orillas para que se muera ahogado. No podemos ser tan destructivos, te empujan a bajar los brazos, pero no vamos a claudicar, ya que esto es por nuestros hijos”, concluyó Ferraro.