Por Dr. Carlos Bukovac *

1867 fue un año bastante especial para nuestra ciudad: además de ser el año en que se jugó el primer partido en tierra argentina del deporte que luego tanto apasionaría a los rosarinos, también fue el año en que se vivió, probablemente, su Navidad más turbulenta en términos políticos. En rigor, la mencionada turbulencia no era sólo de nuestra ciudad, sino de la provincia toda. Ocupaba el sillón del Brigadier por aquél entonces Nicasio Oroño, quien a pesar de lo progresista, laborioso y eficiente de su gestión, no pudo evitar que una serie de corrientes confluyeran para formar un verdadero tsunami que se lo llevaría por delante a él y a las justas pretensiones del sur santafesino. Repasemos un poco aquellas jornadas.

En primer lugar, Oroño se había empecinado en una política laicista y de confrontación con la Iglesia, organizada desde las logias masónicas a las que pertenecían él y sus principales colaboradores. Al respecto, parecería que el gobernador incurrió en una gran falta de tacto que terminó costándole muy caro. Veamos someramente algunas de esas medidas.

Por un lado, el intento de expropiación del Convento San Carlos para instalar allí una escuela agrícola. ¿Quién podría dudar de los beneficios de la creación de tal escuela? Pero desalojar a los franciscanos de su histórica casa parece un tanto complejo, sobre todo si se tienen en cuenta las palabras del propio Gral. San Martín luego del Combate de San Lorenzo (“Los beneficios del Convento de San Carlos están demasiados grabados en mi corazón. Diga usted millón de cosas a estos virtuosos religiosos. Los amo con todo mi corazón y mi reconocimiento será tan eterno como mi existencia.”)

Por otra parte se había dispuesto que los cementerios pasaran a depender de las municipalidades y no de la Iglesia Católica como históricamente había sido, debido a la gran cantidad de inmigrantes protestantes. Como la Iglesia se opuso a tal medida, se generó una fuerte disputa entre el intransigente y combativo párroco de Rosario, Pantaleón Galloso, y el Jefe Político Martín Ruiz Moreno, conocido como “Martín Guerra”, por su fiereza con los opositores. El conflicto se propagó a otras parroquias de la provincia, derivando inclusive en la detención del Párroco de Villa Constitución. Sin dudas, es esta una medida hoy día incuestionable; no obstante, según el historiador Carlos Pistelli, en aquella época de amplia mayoría católica, para Oroño hubiera sido mucho más sencillo crear nuevos cementerios para los protestantes (lo que ocurriría luego con el Cementerio de Disidentes) y ahorrarse un gran dolor de cabeza.

De todos modos, el mayor conflicto fue el relativo a la ley de Matrimonio Civil sancionada en Octubre. Nuevamente, fue en nuestra ciudad donde el Párroco, obedeciendo las instrucciones del Obispo José María Gelabert, se negó a consagrar religiosamente el primer matrimonio civil. Cuenta Miguel de Marco que según una versión de la época, la novia, al comprobar que la ceremonia religiosa no se realizaba, se habría negado a seguir a su marido…

Ahora bien, es aquí donde aparecen nuevos personajes y factores que contribuyeron a la crisis del gobierno. Ingenuo sería aquél que creyera que solamente se trataba de una cuestión de masones vs. “chupacirios”. Por el contrario, junto a la oposición católica al gobierno se encolumnaban tanto el sector del norte conservador como los seguidores del caudillo entrerriano Justo

José de Urquiza, quien pretendía influir en las elecciones santafesinas y, consecuentemente, en las elecciones nacionales en las que aspiraba a convertirse nuevamente en presidente. En ese contexto, el Obispo Gelabert había redactado una Protesta en la que consideraba a la ley «anticristiana, anticatólica, antisocial, corruptora de la más saludable doctrina de la iglesia y anticonstitucional”, ordenando además que fuera leída desde los púlpitos y difundida por todos los medios. Pues bien, uno de los que reimprimió la Protesta fue nada menos que el fundador del “Decano de la Prensa Argentina”, Ovidio Lagos, quien terminaría encarcelado por ejercer su derecho a la libertad de expresión.

Semanas más tarde, en Noviembre, aparecía “La Capital”, apoyado por el Gral. Urquiza, con miras a lograr la designación de Rosario como Capital de la República, pero también a sostener la candidatura a gobernador de Mariano Cabal y su propia candidatura presidencial. Desde sus páginas, Ovidio Lagos afirmaba “Si Oroño quisiera imponer su candidato de cualquier forma, entonces al pueblo no le quedaría más que el camino del martirio y del sacrificio”.

Al mismo tiempo, el Cmte. Leopoldo Nelson y el Cnel. Patricio Rodríguez comenzaban a preparar la revolución con las armas que les suministraba desde la otra rivera el caudillo entrerriano. ¿Y por qué tanta belicosidad? Pues porque Oroño, integrante de la Liga de Gobernadores, tenía intenciones de ser vicepresidente en una fórmula junto a Adolfo Alsina, lo que el sector del norte estaba dispuesto a impedir, aún por las armas, si fuera necesario.

Fue así como el día 22 de Diciembre estallaba la revolución en Santa Fe en tanto que lo propio ocurriría el día 24 en Rosario. Oroño huyó y delegó el gobierno en José M. Cullen, en tanto que en Rosario, al no poder ser capturado el odiado Ruiz Moreno, los revolucionarios procedieron a fusilar un retrato suyo.

A partir de entonces, a lo largo de más de tres meses, se daría una sucesión de hechos y personajes, con traslado de la sede del gobierno provincial a Rosario e intervención federal a la provincia incluida. Lo cierto es que, hacia abril de 1868, luego de interminables negociaciones, condiciones y entrega de armas, finalmente sería elegido gobernador Mariano Cabal, el representante del sector norteño y urquicista. Oroño, luego del apartamiento de Alsina, tendría que conformarse con una banca en el Senado de la Nación.

En cuanto a las elecciones presidenciales, a pesar de contar con los electores santafesinos, a Urquiza no le alcanzaría para llegar a la primera magistratura, imponiéndose por parte de las logias masónicas el conciliatorio nombre de Sarmiento, ante el firme rechazo a Rufino Elizalde, yerno del presidente saliente, Bartolomé Mitre.

En lo que toca a Rosario, a partir del ocaso político de Oroño, se frenaron sus intentos de convertirse en el epicentro político de la provincia, recuperando la ciudad de Santa Fe su antiguo rol hegemónico. Habría que esperar a la efímera Constitución de 1921 para obtener la ansiada autonomía, la que aún hoy se continúa reclamando. Asimismo, también los deseos de ser Capital Federal se esfumaron, fundamentalmente debido al veto de Sarmiento.

Finalmente, párrafo aparte merecen Ovidio Lagos y Nicasio Oroño, dos enormes figuras que tanto hicieron por nuestra ciudad y a quienes la pasión del momento los enfrentó ardorosamente. Luego, al sobrevenir la meditación y la tranquilidad de los espíritus, fueron grandes y entrañables amigos.

* Docente Historia Consitucional Argentina UNR