Desde siempre, las mujeres han estado codo a codo con los hombres en la atención de las tareas de campo, sea sembrando, cosechando, criando vacas lecheras y atendiendo tambos, etc.

Varias localidades de la provincia de Córdoba han sido y son testigos de tal situación, y ahora nuevamente las tiene como protagonistas a partir de la crisis del sector tambero, sobre todo, por las políticas del gobierno de Macri y por las faltas de respuestas frente a las inundaciones.

Un caso muy emblemático se dio a mitad del 2016, con Romina Mano, quien se puso al frente del reclamo de los tamberos porque el sector estaba en riesgo por los precios que recibían por la leche. El tambo de su familia cerró luego de setenta años de actividad.

Nota al Presidente

En esa oportunidad, Romina le escribió al presidente Macri para pedirle que le preste atención al sector de la producción.

La nota decía: «Señor Presidente, yo confío en su gobierno y en su política, por eso mi familia y yo lo votamos, confío en que van a hacer un cambio, pero no se demore porque el sector tambero ya no puede esperar más».

Otro testimonio lo dio en San Antonio de Litín, localidad ubicada a 50 kilómetros al norte de Bell Ville, Mariana Mio, de 33 años.

Hace once que con su marido se hicieron cargo de un tambo familiar. Acumulan tres años de problemas de agua y ocho inundaciones. «Hasta hace 10 días estábamos anegados, ahora bajó, pero vuelve porque llega de las cuencas altas”, sostuvo Mariana.

Muchas explicaciones y ninguna solución

Como ocurre con tantas otras mujeres tamberas, se revela ante lo que considera explicaciones y argumentos repetidos por parte de las autoridades, pero sin ninguna solución.

Recuerda Mariana que cuando comenzó el boom de la soja, ellos siguieron con la leche y con la carne. También hacían alfalfa, verdeos de invierno y de verano, “y ahora nos dicen que tenemos que rotar los suelos”, explica la joven tambera.

Por su parte, otra mujer, Silvia Puseto, es la propietaria de un tambo situado a pocos kilómetros al sur de El Arañado, en el departamento San Justo.

Con mucha amargura y algo de impotencia, explicó que este es el tercer año que están inundados y, desde comienzos de año, ya tiraron más de 12.000 litros de leche.

Al borde del agotamiento por el trabajo y los inconvenientes de los últimos meses, fue muy clara al afirmar: «Nos charlan; somos del campo, pero no somos ignorantes. No hay solución». A tres kilómetros de su casa está la escuela Saavedra, que ya perdió más de dos tercios de los alumnos por las inundaciones y el año pasado no tuvieron clases por dos meses y medio.

Tambera y arquitecta

Otro caso es el de la tambera y arquitecta Alejandra Chialvo, quien desde hace 17 años se dedica a las dos actividades. La del tambo, a partir de la muerte de sus padres, quienes fallecieron jóvenes y ella y su hermano Daniel heredaron el campo.

Desde las últimas semanas participa de reuniones con funcionarios, hace aportes técnicos sobre las soluciones que se requieren, colabora con otros productores. «Somos muy arraigados a la tierra, y aunque amo mi profesión elegí seguir con esto también», apunta. Es presidenta de la Cooperativa Tambera de Porteña y delegada en el consejo asesor de Sancor.

Cialvo encuentra una explicación al por qué las mujeres han recobrado protagonismo en el campo, luego de la entrada en acción, por los años 90, del Movimiento de Mujeres en Lucha (MML), que tuvo como objetivo principal paralizar los remates que se venían produciendo.

“Ahora –dice- los hombres están abatidos, cansados de sequías, lluvias, gobiernos…».

“Recen por nosotros”

Por su parte, Ana Pronotti es la tambera que en un diario porteño pidió hace un mes que «recen por nosotros». Ahora cuenta que, por el agua, perdió las 50 hectáreas de Pueblo Marini (Santa Fe) y tiene en riesgo sus instalaciones en Porteña.

A los 16 años comenzó a trabajar  en el campo y ordeñó ella hasta los 48. «Nunca tuve peones para eso. Con mi hermano Héctor nos arreglamos. Fuimos creciendo, pasamos inundaciones graves, pero hace tres años que no nos da respiro la situación».

Sus vecinos la llaman «ave fénix, porque siempre resucita». Señala que está cansada y que, como Puseto, analiza cerrar. «Pero pienso en mis viejos, en que arrancamos de nada. Las vaquitas son mi vida, siempre le puse el pecho, pero el agotamiento se siente.»