Por Guido Brunet

1.100.000 de placas vendidas, 30 mil copias en dos días y 20 mil más en una semana. Diez teatros Gran Rex repletos para su presentación, más dos estadios de Vélez llenos. En total, unas 120 mil personas fueron parte de esos shows en los que estrenaba El Amor Después del Amor, un obra maestra, que este 1 de junio cumple treinta años.

El disco marcó un antes y un después en el ya ascendente camino del rosarino, que hilvanó casi sin proponérselo una prolífica carrera hasta estampar el sello de su música en la memoria de gran parte de los argentinos. Recorrido que abarca desde el mítico Tiempos Difíciles de Baglietto, placa consagración del impulsor de La Trova (la mitad de las canciones fueron compuestas por Páez), hasta la biopic que está rodando para Netflix.

Es que si hablamos de popularidad, es difícil encontrar un artista más popular que Páez en el país, quizás el propio Charly García. Muchos pueden catalogarse como famosos o conocidos por la población en general, pero cuántas canciones conocemos de ellos, cuántas podemos nombrar, cuántas podemos reconocer apenas las escuchamos. De muchos seguramente nos sobren los dedos de una mano. De Páez todos -al margen de la generación- conocemos varios de sus temas. Y no solo eso, algunos hasta se convirtieron en verdaderos himnos.

Tras la salida de EADA el rosarino se convirtió en una sensación a nivel nacional e internacional, el fanatismo que despertaba era tal que él mismo lo graficó en su canción “Soy un hippie”, del siguiente disco. “Llevo todo el día escapando de los fans, salen de la sopa, de los taxis, del placard, preferiría andar borracho en el subte”, escribía Páez renegando de su propia fama. Un tema que podría ser la continuación de “Hazte fama”, donde parodia los comentarios de la gente por la fama que había obtenido vertiginosamente. “Fito tiene sida, toma anfetaminas, y no hace otra cosa que caerse borracho por ahí”, reza el comienzo del tema de finales de los 80s a modo de crítica de la pacatería de la época.

Más de cien shows brindó el año del lanzamiento de EADA, gira que culminó con dos recitales en Vélez en el 93, reuniendo a más de 85 mil personas. Seis meses después daría un nuevo concierto en ese estadio, ante unas 60 mil personas, esta vez íntegramente a beneficio de Unicef.

Para producir El Amor después del Amor (EADA) Warner no escatimó en gastos. La compañía le asignó un presupuesto de 150 mil dólares, para una placa producida por el chileno Carlos Nerea (técnico de sonido de Prince) y cuyo ingeniero de sonido fue el inglés Nigel Walker (Pink Floyd y Paul McCartney). La instrumentación fue grabada en el estudio Ion (Buenos Aires), las voces en Madrid (España) y cuerdas en los estudios Abbey Road de Londres y Air Estudio, propiedad del mítico George Martin.

Con todo eso, Páez fue intransigente en un aspecto: no modificar un ápice de sus composiciones. Es que la parte artística la debía seguir manejando el rosarino personalmente, como él mismo contó en la descontracturada entrevista en La Caja Negra.

La producción del disco se vio enmarcada en los años de apogeo de los CDs y de una movida de rock nacional que se encontraba en uno de sus mejores momentos. Ese mismo año, 1992, Los Fabulosos Cadillacs sacaban “El León”, Los Piojos publicaban su primer disco “Chactuchac”, Spinetta venía de publicar Peluson of Milk (1991) y Don Lucero (1989), mientras que Soda Stereo ya había lanzado “Canción Animal” (1990) y “Dinamo” (1992), entre otras grandes producciones de esa primera parte de los ‘90.

Ese mismo año, 1992, Los Fabulosos Cadillacs sacaban “El León”, Los Piojos publicaban su primer disco “Chactuchac”, Spinetta venía de publicar Peluson of Milk (1991) y Don Lucero (1989), mientras que Soda Stereo ya había lanzado “Canción Animal” (1990) y “Dinamo” (1992)

La confianza de la multinacional estaba respaldada, a su vez, por las buenas ventas que obtuvo el predecesor Tercer Mundo, primera placa con Páez en sus filas, tras el alejamiento de Universal luego de la publicación de Ey, disco que originalmente iba a titularse Napoleón y su tremendamente Emperatriz, pero como a la discográfica le pareció muy largo, Páez, caprichoso, lo denominó solamente con la interjección ‘ey’. Esas diferencias, sumadas al inesperado bajo número de ventas sentenciaron el fin de la relación entre el artista y esa compañía.

Solo Fito podía reunir en un disco a las cuatro (además de él) máximas figuras de la historia del rock nacional: Charly García, Luis Alberto Spinetta, Gustavo Cerati y Andrés Calamaro. También cantaron Mercedes Sosa, Fabiana Cantilo y Celeste Carballo. Daniel Melingo contribuyó con su clarinete y el exquisito Ulises Butrón aportó sus guitarras.

Fito Páez compuso tanto letra como música todos los temas del álbum, a excepción de “La Rueda Mágica”, que contó con firma conjunta con Charly García.

A lo largo de las catorce canciones del disco se respira un aroma de encanto y sutileza combinado con cierta pasión y desenfreno. Desde la inquietante La Verónica hasta el rock de Tráfico por Katmandú, desde la mística Sasha, Sissi y el círculo de Baba, inspirada en una antigua fábula a la feminista Dos días en la Vida, que ya debería ser parte oficial de la banda sonora de Thelma y Louis, pasando por Creo, una de las baladas más potentes de Páez, con aportes de guitarras de Gustavo Cerati: “creo que aún tal vez piensas en mí, creo poder captarlo, creo que al fin nada tiene fin, creo desesperado”; desde la majestuosidad de Tumbas de la Gloria, de nuevo con cuerdas del ex Soda, hasta la belleza más pura de Un vestido y un Amor, una de las declaraciones de amor más representativas de la música en español: “Las luces siempre encienden en el alma, y cuando me pierdo en la ciudad, tú ya sabés comprender, es solo un rato, no más… Te vi, yo no buscaba a nadie y te vi”. Y Brillante sobre el Mic, que se convirtió en una canción obligada a la hora de cualquier despedida.

El álbum regala momentos sublimes: la sutileza tanguera de Pétalo de Sal -un tema en colaboración con Spinetta- atraviesa el cuerpo, y el dream team conformado junto a Charly y Calamaro en La Rueda Mágica transmite una energía única: “me fui de casa a tocar rocanrol y no volví nunca más”.

Párrafo aparte para Mercedes Sosa, que pone su frondosa voz en Detrás del Muro de los Lamentos, una especie de chacarera con ritmos folclóricos latinoamericanos, que contó con un verdadero seleccionado: Lucho González en guitarra, Chango Farías Gómez y Raúl Carnotta.

Las magistrales composiciones de Páez en el Amor después del Amor no son una excepción, sino que responden a una consecución de grandes obras. Es que el disco se ubica entre medio del mencionado Tercer Mundo -que cuenta con genialidades como Carabelas Nada, Fue Amor, Yo te amé en Nicaragua, Religion Song, B-ode y Evelyn, y el himno Y dale alegría a mi corazón- y el descomunal Circo Beat -en donde se puede apreciar el tema homónimo, Normal 1, Tema de Piluso, Si Disney Despertase, Lo que el Viento Nunca se llevó, She’s mine, y el megahit Mariposa Tecknicolor-.

 

El derrotero de grandes placas no empezó ni terminó en esa trilogía. Antes encontramos materiales como Ey, el aclamado Giros, el dúo con Spinetta en La la la, el rabioso Ciudad de Pobres Corazones y el impecable debut con Del 63.

Y luego de Circo llegaría Euforia, un disco unplugged en vivo grabado en Rosario con versiones orquestales de viejas piezas y tres inmensos estrenos como Cadáver Exquisito, Tus Regalos deberían de llegar y Dar es dar.

El derrotero de magníficas placas no empezó ni terminó en esa trilogía

Tras eso, llegaría la complicidad con Sabina, que resultó en una pelea de egos de la cual quedó un disco sencillamente brillante. Después, otra de las obras cumbres de Páez, como lo fue Abre, secuencia que se completa con los soberbios Rey Sol, Naturaleza Sangre y El Mundo Cabe en una Canción; y el primer solo piano Rodolfo (2007), con canciones despojadas con preciosas melodías. Un par de discos en vivo o de reversiones sobrevendrían, y en medio, la grata sorpresa de El Sacrificio (2013). Hasta allí los grandes trabajos del rosarino, que luego siguió sumando álbumes a las bateas.

Muchos discos recordados por su excelencia son una suerte de isla en la carrera de las bandas o solistas. Este no es el caso. De hecho es todo lo contrario. Lejos del lugar común que se encarga de aseverar que la época de oro de Páez fue en los 80, su discografía entera marca lo errado de esa creencia. En los 90 y hasta mediados de los 2000 la capacidad creativa de Páez se conservó intacta. Es decir, más de veinte años de una seguidilla de discos de una calidad abrumadora. Sí es cierto, en cambio, que en los últimos diez años la lírica de Páez no ha sido la misma, y que sus melodías comienzan a caracterizarse por una indefinición confusa para la canción.

Pero también es cierto es que si los últimos quince años de Páez no estuvieron a la altura de sus primeras décadas fue porque él mismo dejó la vara en un lugar prácticamente inalcanzable.

Si los últimos quince años de Páez no estuvieron a la altura de sus primeras décadas fue porque él mismo dejó la vara en un lugar prácticamente inalcanzable

Claro está que además de ser la producción más exitosa de Páez, no es exagerado reconocer el lugar de privilegio que ocupa El Amor después del Amor dentro de la historia musical. Su trascendencia en el imaginario popular puede deberse tanto al valor artístico en sí mismo, como a que también fue tomado como un perfecto resumen de la inabarcable obra de Páez.

Sin ir más lejos hace siete años Páez celebró con una gira los 35 años de Giros, lo propio habría que hacer en dos años cuando se cumplan 40 años de Del 63 y se conmemoren las tres décadas de Circo Beat, y así uno podría seguir con no menos de diez álbumes de Páez. No son muchos los artistas que año tras año pueden celebrar gran parte de su discografía. Y que paralelamente no detienen la maquinaria creativa. Todo lo que se diga está de más.