Con una base de comedia que retrata el micromundo universitario porteño a partir de la disputa entre dos profesores de filosofía por un cargo, “Puan”, dirigida por María Alché y Benjamín Naishtat y protagonizada por Marcelo Subiotto junto a Leonardo Sbaraglia, también es una aguda reflexión sobre el valor de la educación pública.

Luego de ganar la Concha de Plata al Mejor Guión escrito por Alché y Naishtat y Mejor Interpretación Protagonista para Marcelo Subiotto en el Festival de San Sebastián que finalizó el sábado, “Puan” llega este jueves a la cartelera argentina y sin duda es uno de los estrenos nacionales del año.

No solo por la efectividad de una historia divertida e inteligente sobre el mundo académico y un elenco extraordinario, que además incluye a Julieta Zylberberg, Alejandra Flechner, Andrea Frigerio, Héctor Bidonde, Damián Dreizik y Camila Peralta; sino porque coincide con un momento en donde lo público sufre los embates de los discursos de ajuste y del cierre de áreas enteras del Estado.

La película gira en torno a Marcelo Pena (un formidable Marcelo Subiotto), un profesor de la Facultad de Filosofía de la UBA que, rondando los 50, da toda la impresión de que fue postergando varios asuntos de su vida privada y profesional, con una incomodidad evidente con su entorno -en la senda de Buster Keaton, si fuera posible trasladar su arte al presente- que solo desaparece cuando da clases y transmite el pensamiento de filósofos como Hobbes, Rousseau, Sartre o Heidegger.

Lo cierto es que imprevistamente muere el titular de cátedra, amigo y mentor de Marcelo, que se encuentra así ante la posibilidad de ocupar ese cargo que le pertenecería casi de manera natural por historia y capacidad. Pero tan inesperado como el fallecimiento de su maestro es la entrada en escena de un antiguo compañero de su épocas de estudiante, el profesor Rafael Sujarchuk (Leonardo Sbaraglia), su némesis: seductor, carismático y con títulos europeos, que también aspira a la titularidad de la cátedra vacante.

Se trata entonces de una rivalidad que, más allá de las evidentes diferencias entre los contendientes, en donde se juega la comedia clásica por los opuestos, con gags efectivos en donde un pañal ajeno y lleno de materia fecal con el que lidia Marcelo tiene la misma relevancia que la compra de vinos carísimos que elige Rafael.

También habla del paso del tiempo, la desconexión del protagonista con su hijo y hasta cierto punto de su esposa abogada y militante feminista, de la facultad como único y exclusivo lugar de pertenencia y, claro, de las estrategias de supervivencia para llegar a fin de mes, como las clases particulares que da a una anciana que inevitablemente se duerme en medio de cualquier explicación sobre los meandros de la filosofía.

Pero si bien el guión de María Alché (“Familia sumergida”) y Benjamín Naishtat (“Rojo”, “Historia del miedo”, “El movimiento”) pone especial énfasis en reflejar el universo de Puan tal como lo que es, una comunidad intelectual con una dinámica propia y muy de nicho, con sus egos larvados, ambiciones personales, inseguridades varias, cierto encandilamiento tilingo ante los saberes europeos (Sujarchuk no pierde la oportunidad de citar a Kant en alemán, un idioma que domina fluidamente) y la precariedad económica de los profesores y los problemas que derivan de esas carencias, también se destaca la voluntad por enseñar a pensar críticamente.

El relato se encarga de dedicar tiempo a esas clases que funcionan como un testimonio de lo que sucede cuando se produce la reflexión, una puesta que sin discursos altisonantes ni énfasis innecesarios destaca a las aulas como uno de los lugares indispensables para el futuro. Y con una comunidad que lucha por mantener esos espacios, siempre postergados ante las necesidades enormes de un país lleno de urgencias.

Por eso “Puan” es profundamente política, toma parte al tratar con ternura a sus personajes, al destacar el rol fundamental de lo colectivo por sobre lo individual y da cuenta de la importancia de los formadores que trabajan en la educación pública y gratuita.

Con momentos desopilantes, que apelan a lo físico y hasta se animan con respeto a sentirse heredera de la comedia del cine silente con el viejo recurso del “Iris Shot” (el circulo negro que se cierra para finalizar una escena), desde la risa tensa y lúcida, “Puan” no deja en ningún momento de contar lo que se propone desde el principio, que es la preocupación por el estado de las cosas del presente, que define a la película en una comedia amarga, aunque para el final se reserva un momento conmovedor con “Niebla del Riachuelo” de Enrique Cadícamo, un instante luminoso. Y ciertamente esperanzador.