El maestro del chamamé, Raúl Barboza, volvió a visitar suelo rosarino en la noche del viernes, donde se presentó con un mágico repertorio junto a sus amigos y compañeros músicos, Nardo González y Cacho Bernal, para un público que, admirado, se emocionó en cada arreglo que sonaba en el «Morocho», como llama a su acordeón.

Año tras año, el acordeonista que pasa la mayor parte del año en Francia, vuelve a su tierra natal, casi escapando del crudo invierno europeo, recorre el circuito nacional con su música, dejando plasmada su historia de vida en cada presentación. Esta vez, nuevamente, Rosario fue testigo de la humildad y el arte desarrollado por Barboza.

En un show íntimo en el Centro Cultural Atlas, previo a su presentación en la octava luna del festival de Cosquín, el músico acordeonista, poeta y predicador del chamamé, habló con Conclusión, y dejó conceptos que fue recogiendo y construyendo consistentemente a través de su carrera.

«Me siento muy feliz de estar en Rosario«, exclamó Barboza con sentimiento profundo sentado sobre la silla que lo esperaba en el escenario principal del lugar minutos antes de salir a brindar su show.

Al preguntarle sobre el cariño que le tiene a la ciudad, el músico dijo que es porque «acá tengo muchos amigos que conozco hace muchos años. Por ejemplo, Monchito Merlo, que es un acordeonista, un colega que yo aprecio profundamente; Cholo Montiroli, un gran bandoneonista que vive por acá y que estuvo mucho tiempo en Francia, tocó con la orquesta sinfónica de Londres. A mí me daría mucho gusto que algún día alguna gran orquesta pueda darle a él esa posibilidad de hacerse escuchar como lo hace en Europa cuando va».

Sobre su pasión por el chamamé y la reivindicación del género, el compositor y maestro del acordeón, expresó: «En realidad, reivindicar de mi lado no es, porque yo desde que salí del cuerpo de mi mamá, desde que nací en mi espíritu estaba el chamamé incrustado, guaranizado. Yo soy un guaraní que nació en Buenos Aires. Toco esta música desde antes de nacer. Dentro del vientre de mi mamá, yo la pateaba cuando escuchaba chamamé». «Decía ella que tenía que salir a la calle para evitar ese movimiento brusco que le provocaba su hijo adentro de ella», recordó Barboza sobre las palabras que le decía su madre de pequeño.

La música es muy importante para el compositor chamamecero. Sobre este punto en particular, Barboza expresó que «estoy muy agradecido a la vida, muy agradecido a Dios, a María, a Jesús, al ecosistema, a los árboles, a la lluvia, a los pájaros, al agua, los vientos, la tierra, la montaña. Todo forma parte de mí y yo soy una ínfima parte de todo eso. Lo único que hago con mis compañeros, Nardo González y Cacho Bernal, en este caso, es poner en el espíritu de la gente, el cariño y el amor que sentimos por nuestra tierra».

El músico popular expresó su valoración por el lenguaje musical y por las repercusiones del arte en las sociedades y, por supuesto, en sus presentaciones. Él dijo: «No hay nada mejor que el arte para que los hombres puedan comprenderse. A través de la poesía, a través de la música, de la pintura, de la escultura, de la arquitectura. A través de los inventos, del invento de nuevas medicinas para hacer desaparecer ciertos males antiguos. Yo lo único que puedo hacer es subir al escenario e imagino que cuando la gente llega a su casa, llegan felices, porque es lo único que yo trato de hacer que la gente salga feliz, porque yo trato de entregar lo mejor de mí«.

No hay nada mejor que el arte para que los hombres puedan comprenderse. A través de la poesía, a través de la música, de la pintura, de la escultura, de la arquitectura

«Yo no subo para que me aplaudan a mí, sino que espero que los aplausos sean una expresión de felicidad en ellos, de esa gente que viene a escucharnos y nosotros tenemos el gusto de recibirlos«, agregó el maestro Barboza.

Con respecto al trabajo que viene haciendo con el trío, el músico explico que «nosotros trabajamos de una manera diferente. Yo a lo largo de muchos años y andando y visionando otros músicos, he aprendido cosas. Y lo aprendí de los maestros, yo soy autodidacta, nadie me enseño a tocar el Morocho, como le digo a mi acordeón. Lo único que aprendí en Europa es a escribir música. Yo escribo pero no leo, porque prefiero no leer. Yo tengo memoria auditiva que me permite hacer cosas distintas a las que hacen mis compañeros. Estar siempre dentro del clima».

«La gente esta noche se va a encontrar quizás con el mismo repertorio pero con versiones totalmente distintas a las que han escuchado porque siempre es así. Yo trato con los muchachos, no de ensayar las piezas y reensayar y después subir al escenario y tocar las mismas notas, los mismos acordes, los mismos silencios, y eso termina por ser aburrido para el que lo toca y para el que lo escucha«, reflexiona el acordeonista.

Y concluyó: «Nosotros improvisamos, nos conocemos bien y podemos hacerlo porque hemos practicado para que cuando lo hagamos no seas un fiasco».