Por Federico Morel y Santiago Fraga – 70/30

El jazz, ese género musical de lo inesperado, de las síncopas, que danza entre la profunda melancolía y el alegre baile, que tiene exponentes a lo largo y a lo ancho del globo y del tiempo y quizás hoy día sea uno de los más relacionados con un consumo más de forma casi exquisita, tiene una rica historia nacida de la mixtura cultural y de tiempos más difíciles.

En el siglo XIX, los distintos países que conforman este continente comenzaron, más tarde que temprano, a abolir la esclavitud que todavía imperaba en cada rincón de estas tierras. La historia oficial del jazz nos obliga a situarnos en Estados Unidos, y más precisamente en el sur de aquella nación.

Allí, en esa zona donde el racismo cobró sus más altas proporciones -con resacas que permanecen hasta hoy en muchos lugares-, la ley de entonces prohibía a los esclavos de origen africano interpretar aquella música tan tradicional y liberadora suya, lo que de todas formas no les impidió a que la expresaran con el cuerpo en lugar de instrumentos. Sin embargo, un lugar llamado Place Congo (o Congo Square), en New Orleans, la excepción era regla y todos eran libres de cantar, tocar y reunirse de la forma en que lo sintieran.

Así comenzó a nacer el jazz, cuando aquellos ritmos que los africanos llevaban consigo se comenzó a mezclar con el que importaban los europeos, ya más cerca en el tiempo al siglo XX. El ragtime primero y el dixieland después fueron los dos principales géneros precursores del género que hoy nos convoca en este text.

En efecto, el jazz propiamente dicho tendría sus inicios de una forma más marginal, limitándose su interpretación a lugares como burdeles y bares de mala muerte y también restringiéndose hasta muchos años después la posibilidad de grabación de las canciones a los músicos de color.

Desde el primer disco de la Original Dixieland Jass Band en 1917 -donde se terminó por confirmar el término- hasta la aparición de las big bands y artistas como Benny Goodman, Duke Ellington, Count Basie, Louis Armstrong y Joe King Oliver, más cerca de los años 30, fue donde se produjo el crecimiento, la evolución y la popularización de este género, que a partir de los 40′ comenzaría a tener a figuras como Dizzy Gillespie o Thelonius Monk y se expandiría cada vez más.

Los registros indican que el jazz arriba a la Argentina también a principios de aquel siglo XX, a través de los barcos que llegaban a los puertos provenientes de Europa y Estados Unidos con los primeros discos de vinilo que se editaban y comercializaban del género, como así también las revistas de la época que ya daban eco de aquel suceso que comenzaba a sumar fama y adeptos.

Así, los primeros en adoptar esta música serían los teatros y los circos, constantemente propensos a incorporar nuevos elementos de la cultura artística del hemisferio norte. De esta manera, lugares como el Teatro Casino de Buenos Aires -según el portal AnimalesDelJazz- tendrían los primeros vestigios de aquel género todavía no consolidado como tal, a través de la interpretación por parte de humoristas de un baile como el cake-walk, también originario del sur estadounidense -a fines del siglo XIX- y ligado musicalmente como una de las raíces jazzeras. Aquellos sonidos poco a poco gustaron a los músicos de la época, y el resto ya es historia.

>> También te puede interesar: 70/30 #5 – Shocklenders

Rosario quiere jazz

La ciudad de los puertos en los años 30′ recibe la llegada de este género, habiendo testimonios que confirman la existencia de orquestas y músicos que estudiaban jazz en ese momento. Es desde allí, entonces, que se viene desprendiendo una cultura jazzera hasta el día de hoy en Rosario y que se encuentra en la esencia de muchos músicos de la actualidad. Formada en Rosario en 1985, la Tradicional Jazz Band es la primera banda argentina de jazz tradicional con presencia permanente en el legendario Museo del Jazz de Nueva Orleans.

Leonardo Piantino, docente, saxofonista y amante del jazz, dijo a 70/30 que el género “es una música bastante compleja que necesita bastante estudio para poder ejecutar el sonido decentemente”.

Al consultarle sobre lo complejo de esta música tan particular, el saxofonista explicó que “en el jazz siempre se habla con gente con talento superlativo, con capacidad investigativa, con capacidad de conceptualización de algo que no estaba plasmado en una bibliografía o en una manera sistemática o académica de estudio”, y agregó: “Por eso se necesitaba gente que tenga una capacidad por encima de la común pero la diferencia que existe hoy es esa, incursionar en el género en base al estudio”.

Cuando a jazz se refiere, muchos hablan de circuitos cerrados y pocos accesibles, casi como una élite. No obstante, Piantino desmintió esto y afirmó que “en la música lo elitista tiene que ver con el acceso al dinero, a la fama, al poder estar en un hotel y decir ‘quiero que me sirvan’, viajar en limusina. El músico de jazz no tiene acceso a ello ni acá en Rosario, ni en Argentina, ni en EE.UU, salvo alguno que sea muy famoso”.

>> También te puede interesar: Quiénes somos: «Ser punki no es mi culpa»

Foto: Catu Hardoy

El rol de la libertad expresiva y musical es fundamental en este género musical.“Lo que ocurre con la libertad en el jazz es que básicamente es una de sus características principales. Es lo que se busca y es un camino largo para encontrar esa libertad. Sí, se requiere sofisticación para ejecutarlo, se requiere práctica, se requiere estudio, se requiere inmersión en el lenguaje, se requiere mucha dedicación, pero justamente esa dedicación esta puesta en tratar de lograr la libertad que no viene dada porque sí en música. Una persona desde que comienza a tocar desde el segundo cero es libre pero uno encuentra que con esa libertad no logra resultados satisfactorios que a uno mismo le interese, salvo que uno tenga muy poca autocrítica”, comentó el docente de la escuela municipal.

“La libertad que uno busca en el jazz es poder tocar lo que uno quiera en el momento que quiera y hacerlo sonar bien en interacción con los otros músicos y ser libres para fluir en el instrumento, como si no fuera uno el que lo estuviera tocando, como si la música bajara desde otro lado. Es una música larga y no se logra fácil”, agregó Piantino.

Actualmente, el circuito en Rosario es bastante dinámico y variado a diferencia de los 90′ donde eran muy pocos los de su generación que tocaban -destacando sin dudas, a la hora de hablar de la ciudad, al exponente internacional que es el Gato Barbieri-. “Había una generación anterior pero con bastante separación, como por ejemplo, el Chivo González, Julio Kobryn o Mario Olivera. Había mucha distancia en cuanto a mí y a 6, 7, 8 amigos que estábamos metidos en el tema. No había muchos jóvenes tratando de tocar eso”, contó el músico.

Sin embargo, hoy en día “hay una generación con una capacidad de gestión distinta” que lograron “imponer lo que son las jam sessions como algo deseable”. Para Piantino, “fue increíble cómo lograron convertir eso que podía ser visto como algo para grandes y cómo ahora convocan muchos pibes y pibas y el ambiente es muy lindo”. La culminación de todo es, también, la creación de la carrera, como la que hay en la escuela municipal, donde uno puede estudiar jazz de manera formal.

Para leer todos los contenidos, podes acceder a la edición digital de la misma. Además, podes acceder a la subpágina de 70/30 para encontrar mucho más material especial.

>> También te puede interesar: 70/30 #4 – Kunyaza