El permanente riesgo artístico que lo convirtió en un artista vanguardista y una tormentosa vida personal fueron los dos grandes ejes que hicieron de Miles Davis una personalidad única, no solo en el mundillo del jazz o de la música contemporánea, sino del arte en general.

Excéntrico, irascible, mujeriego, amante de los excesos y el uso de armas de fuego y, por momentos, abusivo, Davis fue un producto de la violencia doméstica que vivió desde pequeño y de las diferencias raciales que, en muchas ocasiones, sintió en carne propia de manera brutal de parte de la policía.

Pero también era un artista con un gran sentido de la estética, que nunca tuvo miedo de ponerse a la vanguardia de las modas y que no dudó en tomar elementos de otros géneros emergentes para enriquecer el lenguaje del jazz.

Nacido en Santa Mónica, California, el 26 de mayo de 1926, en el seno de una familia de buen pasar económico aunque signada por la violencia que su padre ejercía sobre su madre, Davis optó desde pequeño por la música y comenzó a tomar clases de trompeta a los 12 en Saint Louis, en donde se crió.

Tras un paso por una orquesta local, con tan solo 17 años se unió a la formación comandada por Billy Eckstine, que en sus filas contaba con Charlie Parker y Dizzie Gillespie, figuras claves en el surgimiento del bebop.

La necesidad de codearse con la electrizante escena del jazz lo llevó a Nueva York, en donde continuó una temporada junto a Charlie Parker, para luego formar su propio noneto, en una etapa en la que interactuó con figuras como Gil Evans y Gerry Mulligan, entre otros, que dio origen el álbum «Birth of the Cool», grito primigenio del cool jazz.

Fueron también tiempos de adicción a la heroína, aunque logró sobrellevarla y no le impidió un resonado paso por Francia, en los ´50, en donde tomó contacto con la corriente europea del género y protagonizó hitos como la creación de la banda de sonido de la película «Ascensor para el cadalso», de Louis Malle. Su estadía allí incluyo tórridos romances con Jeanne Moreau y Juliette Gréco.

A su regreso a Estados Unidos volvió a conmover la escena musical con la edición de «Kind of Blue», en 1959, junto a un quinteto que incluía a Bill Evans y John Coltrane, entre otros, y que dio origen a una nueva corriente conocida como jazz modal.

En los años siguientes, Davis continuó buscando influencias en otros géneros, tal como ocurrió con el flamenco, con «Sketches of Spain»; para que a fines de los `60 tomara elementos de la escena rockera y se metiera de lleno en nuevos sonidos y estéticas, que significaron el abandono de los tradicionales trajes por ropas coloridas.

A la par de sus geniales creaciones, la figura del músico continuó alimentando leyendas en torno a sus excesos, sus extravagancias y su violento comportamiento con las mujeres.

Tras una memorable etapa ligada al jazz rock y el free jazz, en la que desfilaron bajo su tutela figuras como Herbie Hancock, Dave Holland, John McLaughlin, Chick Corea, Joe Zawinul y George Benson, entre tantos, Miles Davis se retiró de la escena a mediados de los `70 alegando «falta de ideas».

En realidad, se trató de uno de sus períodos más oscuros ligados al exceso en el consumo de cocaína, con diversos incidentes que incluyeron un accidente de tránsito que le dejó varias secuelas corporales.

En la década del `80, retomó la actividad nuevamente con sonidos vanguardistas en el que se entremezclaron la música pop, la electrónica y el hip-hop, junto a nuevos artistas como Marcus Miller, Mike Stern, Darryl Jones y John Scofield, entre otros.

Pero a medida que avanzaba la década, los problemas de salud de Miles Davis se fueron acrecentando, hasta que finalmente en 1991 se produjo su muerte. Para ese entonces, su música ya había esparcido esquirlas en las distintas formaciones encaradas por los artistas que lo habían acompañado a lo largo de los años.